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LA VENTANA DE GUERRERO
Columna
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La niña del bombín

Jordi Soler

Qué curiosidad ese bombín que llevan algunos indígenas suramericanos. La historia de su tránsito, de la cabeza de, digamos, Charles Chaplin, a la cabeza de esta niña debe de ser una trama apasionante. En el orígen de esta trama lo que debe de haber es un inglés llegando a Ecuador con un bombín o un comerciante de sombreros que aprovechó en su tiempo el auge de las películas de Chaplin o de El Gordo y El Flaco.

Lo interesante viene después, ¿cómo es que un sombrero pasa a ser parte sustancial de aquellos países? No sé si el bombín suramericano entró por Colombia, o por Bolivia, o por Ecuador, que es donde está el camino de tierra por el que batalla esta niña con la manguera. La imagen tiene una dimensión bíblica: la niña forcejeando contra una serpiente. Con ánimo esquemático (y concediendo que la manguera no sea una manguera) se diría que estamos ante la batalla arquetípica del bien contra el mal, de la pureza contra el vicio.

Esta niña pertenece a una casta de personas invisibles, una casta de millones de individuos que no cuentan ni valen para los gobiernos de sus países

La referencia de esta niña sería Eva, pero también podría ser san Jordi o san Miquel, todo depende de si esta niña gana o pierde la batalla. Por lo que se ve, el camino por el que va la niña pertenece a una zona rural de Ecuador, del lado izquierdo hay unas casuchas derruidas, o quizá a medio hacer, y del derecho la jungla partida por un camino del que probablemente ha salido ella.

El sol alumbra desde el fondo de la fotografía, el rayo horizontal que le pega en el perfil y la sombra que proyecta su cuerpo denotan que es o muy de mañana, o muy de tarde, dos horas en las que, en otras latitudes, la gente no suele trabajar, y mucho menos si son niños como ella. Se sabe que trabaja porque va cuidando que la manguera, la serpiente, no pierda el orden con que la ató su padre, o su patrón, o quien le pidió que fuera a recogerla, y también se sabe porque lleva botas de caucho para la faena. Con estos datos y el respaldo de la estadística, yo diría que esta niña no ganará la batalla y que tampoco su referente es Eva porque no ha sido tentada, y las tentaciones no caben en una vida como la que ella empieza.

En su cara no se ve ni alegría ni fastidio, más bien un gesto de esfuerzo y de resignación; quejarse tampoco cabe porque su madre, su abuela, su bisabuela y toda su estirpe, han sido también indias latinoamericanas y han cumplido con el ciclo vital que ella comienza ahora: trabajar sin descanso, hacerse mujeres adultas demasiado rápidamente, parir críos y luego morir en la misma miseria en la que nacieron. Esta niña pertenece a una casta de personas invisibles, una casta de millones de individuos, repartidos por todo el continente, que no cuentan ni valen para los gobiernos de sus países, ni para sus paisanos que viven junto a ellos y no son indios.

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Me retracto: esta imagen no tiene una dimensión bíblica, sino trágica, dramática. Lo que vemos no es la lucha entre el bien y el mal, aquí no caben ni metáforas ni símiles, ni alegorías, ni tropos, se trata de la realidad latinoamericana pura y dura. A unos cuantos kilometros de esta niña de bombín, que está en Ecuador pero que bien podría estar (sin bombín) en Nicaragua o en México, están los gobernantes de su país, que no son indios, nadando en la abundancia, amasando una fortuna que nunca llegará al camino de tierra por el que va esta niña rumbo a esa batalla que va a perder, por una sola razón: es india.

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