Una estupenda desconocida
De los cinco montajes operísticos que se escenifican este verano en el Festival de Salzburgo solamente uno de ellos es una reposición. Se trata de la producción dirigida por Uriel y Kart-Ernst Herrmann de Così fan tutte, de Mozart, estrenada en el Festival de Pascua de 2004 con Simon Rattle dirigiendo a la Filarmónica de Berlín, y con Cecilia Bartoli y Magdalena Kozená encarnando a las hermanas Fiordiligi y Dorabella, las dos damas de Ferrara que se encuentran en Nápoles desconsoladas en un mar de dudas sentimentales. En el verano de 2004 se repuso este espectáculo del matrimonio Herrmann con Philippe Jordan, la Filarmónica de Viena, Tamar Iveri y Elina Garanca en los papeles citados más arriba. Y se ha vuelto a reponer este agosto (y aún lo hará el próximo), siendo las novedades más sustanciales la dirección musical de Adam Fischer y la presencia como Dorabella de la mezzosoprano navarra Maite Beaumont.
Es la segunda vez en la historia del festival de verano de Salzburgo que un cantante español es seleccionado para participar en Così fan tutte, la para más de uno quintaesencia de las óperas mozartianas. Únicamente María Bayo se había metido en 2000 y 2001 en la piel de Despina. Es curioso, las dos cantantes son mujeres y además navarras. Beaumont, en cualquier caso, ha hecho su carrera fundamentalmente en Hamburgo. Allí estudió con Hanna Schwarz, para después incorporarse a la Opera Studio y casi inmediatamente a la ópera titular de la ciudad alemana. En España es prácticamente desconocida, aunque en la biografía suya que corre por Salzburgo figura que ha actuado en Pamplona, Valladolid, Zaragoza y Vitoria.
Gusto y homogeneidad
Saltar de buenas a primeras a un rol que aquí han representado nada menos que Sena Jurinac, Christa Ludwig o Brigitte Fassbaender es un compromiso de muchos quilates, y hay que decir, de entrada, que Maite Beaumont lo resolvió francamente bien, con aplomo, agilidad escénica y, lo más importante, cantando con gusto, con homogeneidad en los registros, con estilo teatral.
Adam Fischer dirigió con dinamismo y empuje. El origen de la sustitución de Jordan por Fischer parece ser que se debe a un conflicto de si el piano, o clave, para los recitativos debía estar en el foso o en escena. La dirección escénica pensó que arriba, y Jordan, en protesta, se fue de vacaciones. La Filarmónica de Viena, con el foso elevado, sonó de cine. La puesta en escena de los Herrmann es soberbia. Tiene un punto de sensualidad muy conseguido y sustituye la psicología por el simbolismo. El movimiento es vibrante, y el sentido del humor, sabiamente administrado.
En el laberinto de las pasiones, son las mujeres las que controlan, gozan y mandan. La soprano georgiana Tamar Iveri está espléndida como Fiordiligi, y también hace un buen papel Russell Braun como Guglielmo. Thomas Allen borda el personaje de Don Alfonso y Helen Donath no cuaja, salvo teatralmente, como Despina. Demasiado calante para una ópera tan exquisita, tan de conjuntos. El público, al final, aplaudió a rabiar.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.