La aurora boreal y la cópula
Si Dios hubiera querido que sus representantes en la Tierra fueran estos señores de negro, no habría puesto tanto colorido en la naturaleza. No tendríamos, en fin, pavos reales ni claveles ni orquídeas ni papagayos ni peces de colores. No habría mares ni ríos ni auroras boreales. No conoceríamos el arco iris ni el Sol de medianoche ni la Luna llena ni el reflejo de la luz en tus pupilas. No existiría la selva ni el desierto ni la sabana ni el bosque mediterráneo. Resulta absurdo fabricar un mundo lleno de matices cromáticos y seleccionar, para su administración, a un licenciado en pompas fúnebres. Sería como colocar la embajada de un país caribeño en un piso interior. O como poner al frente de una floristería a un tipo con cara de vinagre. O como nombrar rector de una universidad a un analfabeto. O como encargar a Frankenstein la gestión de un establecimiento de cirugía estética. O como nombrar representante sindical de las aves a una rata.
Si Dios estuviera en contra del sexo, no lo habría hecho tan divertido, tan higiénico, tan alegre. No permitiría que las moscas se aparearan a la vista de todos ni que los mirlos compusieran una sinfonía pública cada vez que echan un polvo. Tampoco le parecería bien que fuéramos por la calle tragándonos las poluciones de las plantas. Pero es que las poluciones, mira por dónde, están ricas porque el sexo, venga de donde venga y vaya donde vaya, tiene un sabor incomparable. Es absurdo estar en contra de él y diseñar un mundo fundamentalmente venéreo. Sería como crear un ciempiés que no anduviera o una libélula que no volara. Los señores de la fotografía, todos obispos, hablan en nombre de Dios, pero observen el daño que les hace la luz. Parece que acaban de salir de una cueva prehistórica y es que acaban de salir de una sacristía, que viene a ser lo mismo. De ahí ese aire fúnebre, crispado, triste y agresivo (no se pierdan la mirada hiriente del personaje central ni las gafas de policía de los otros dos).
Si Dios detestara los olores, no habría creado la jara ni la menta ni el tomillo. Viviríamos en un mundo sin hierbabuena, quizá ni siquiera tendríamos nariz, pues para qué un vehículo del olfato sin olfato. Pues bien, los señores de la fotografía, empeñados en hablar en nombre de Dios, que es lo mismo que si usted se empeñara en hablar en nombre de Sócrates, están en contra de que nos gusten los colores y el sexo y el olfato, como en otro tiempo estuvieron en contra de que la Tierra girara alrededor del Sol, o de que las especies evolucionaran como la ciencia ha demostrado que evolucionan. Cuando no se cabrean por la gravitación universal, se cabrean por que usted se divorcie y sea feliz. Para qué pasarlo bien pudiendo pasarlo mal, gritan desde el púlpito a sus adeptos, que se cuentan entre millones porque no hay nada más democrático que el masoquismo.
La foto corresponde a una manifestación callejera que los señores de negro llevaron a cabo el 18 de junio para defender -decían- a la familia. Como la familia goza de muy buena salud, puesto que el mundo está lleno de familias, hay que suponer que mentían. Y es que otra cosa que les pone enfermos, junto a la aurora boreal y la cópula, es la verdad. Escuchen, si no, la Cope, de la que son propietarios.
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