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Necrológica:
Perfil
Texto con interpretación sobre una persona, que incluye declaraciones

Tonino Delli Colli, el mago italiano de la luz

Mamma Roma, El Decamerón, El bueno, el feo y el malo, Saló o los 120 días de Sodoma, Ginger y Fred, El nombre de la rosa, La vida es bella... son clásicos de géneros diversos y también películas inmortales, algunas de ellas estéticamente opuestas. Pero todas ellas tienen algo en común: el trabajo del mago italiano de la luz, el director de fotografía Tonino Delli Colli, que murió el miércoles 17 de agosto en su casa de Roma, la ciudad en la que había nacido el 20 de noviembre de 1923.

Su nombre permanece asociado al de los más grandes directores del cine italiano en una carrera que abarca más de 130 películas con las que obtuvo innumerables galardones, entre los que brillan cuatro David de Donatello.

Tonino Delli Colli empezó a trabajar, con apenas 16 años, en los estudios romanos Cinecittá como ayudante en diversos rodajes, hasta que su pasión por las imágenes le acercó progresivamente al trabajo de fotografía. "Mi vida quedó marcada por dos palabras: la cámara". Sus seis décadas de trabajo en el mundo del cine comenzaron bajo la atenta mirada del gran Mario Albertelli, quien guió sus primeros pasos.

"Durante mucho tiempo trabajé como aprendiz, algo que ya no existe; la artesanía ha desaparecido y hoy los jóvenes estudian en escuelas; cuando se gradúen, quizá se llamen directores de fotografía", decía el maestro con cierta tristeza.

Su debut profesional tuvo lugar en 1943 con el filme Finalmente sí, del húngaro Ladislao Kish. Fue sólo el comienzo de una leyenda de la imagen, de una serie casi innumerable de lecciones magistrales, de soplos de vida en forma de luz, película tras película.

En el año 1952, Delli Colli fue el director de fotografía que filmó la primera película italiana en color: Totò a colori, dirigida por Steno. Pero antes de ello, ya se había convertido en el máximo exponente de la fotografía en blanco y negro. Fue el fotógrafo del corazón del neorrealismo, de la luz natural, sin artificios, lejos de los estudios. "El neorrealismo era algo completamente italiano, era la vida diaria; sólo utilizaba la luz natural exterior y la que entraba por las ventanas". Pero la característica fundamental del trabajo de Delli Colli es el eclecticismo. El maestro firmó, en los años cincuenta, un contrato con Carlo Ponti y Dino de Laurentiis para hacer cinco películas al año. En todas ellas dejó su magia, por diferentes que fueran sus opciones estéticas, por diferentes que fueran las personalidades de sus directores.

Más tarde, Delli Colli creó el conciso blanco y negro que iluminaba los pasos del Jesucristo más humano de la historia del cine en El Evangelio según San Mateo y los agresivos ocres y los asfixiantes claroscuros de Saló o los 120 días de Sodoma, ambas de Pasolini. Suyo es también el blanco y negro de El verdugo, de Berlanga. Y el sol abrasivo del spaghetti El bueno, el feo y el malo, dirigido por Leone, para quien años más tarde también crearía la luminosa reconstrucción clásica de Érase una vez en América.

También el Fellini de los años ochenta disfrutó de la cámara de Delli Colli en películas como Entrevista, Ginger y Fred y La vocce della luna. Y aún más, su labor agigantaría obras de cineastas tan dispares como Roman Polanski en Lunas de hiel, Jean Jacques Annaud en El nombre de la rosa y Roberto Benigni en la recordada La vida es bella, que quedaría como el testamento cinematográfico de un genio irrepetible, de un puro hombre de cine.-

Tonino Delli Colli.
Tonino Delli Colli.AP

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