Censura en las entrañas de la 'zona cero'
Cerca del cuarto aniversario del 11-S la polémica sigue afectando a la reconstrucción de la ciudad de Nueva York. Crecen las presiones sobre el uso de los centros culturales, y algunos intelectuales alertan del peligro de que la celebración patriótica se imponga sobre el diálogo libre
El idealismo y el cinismo se han encontrado en la zona cero y hasta ahora siguen en tablas". Éstas eran las palabras con las que hace un año el premio Pulitzer Paul Goldberg trataba de definir en su libro Up from zero la desesperante situación por la que atravesaba entonces el solar más triste, caro, célebre y disputado de Nueva York. Pero cuando está a punto de cumplirse el cuarto aniversario de los atentados contra las Torres Gemelas, el futuro de un espacio que tras el 11-S quedó expuesto a la especulación inmobiliaria, sentimental y política, sigue siendo excesivamente incierto. Y ahora, por si no hubiera habido ya suficientes dramas a su alrededor, la palabra censura planea amenazadora sobre el vacío que aún sigue presidiendo los 64.000 metros cuadrados donde se erigía el World Trade Center.
"Nuestros contenidos no serán antiamericanos. Somos patriotas orgullosos", ha afirmado Tom Bernstein, impulsor del Centro Internacional de la Libertad
Paradójicamente, es la palabra libertad la que todos los políticos repiten sin descanso cuando se refieren a este espacio que, de momento, no ha podido ni sabido ser nada más que un centro de peregrinación patriótica al que la industria inmobiliaria apunta con ojos golosos, consciente de que hay más de 9.000 millones de euros en juego para la reconstrucción y 900.000 metros cuadrados de oficinas en ciernes.
Hace un año, cuando el Lower Manhattan Development Corporation (LMDC) (la agencia creada por la ciudad para supervisar la reconstrucción del área) anunció la elección de los cuatro centros culturales escogidos para revitalizar la zona cero, que se incorporarían dentro del proyecto global Foundations Memory, ideado por el arquitecto Daniel Libeskind, todos parecieron aplaudir la decisión de incorporar un museo llamado International Freedom Center (IFC) (Centro Internacional de la Libertad). Cohabitaría junto al Drawing Center, dedicado al dibujo, en el Museum Complex, a escasos metros del homenaje proyectado por Michael Arad y Peter Walker Reflejando ausencias, dedicado a las víctimas del 11-S.
Frente a ellos, se elevaría el Performing Arts Center, donde residirían el Joyce International Dance Center y el Signature Theater. Pese a las críticas recibidas por el dudoso sistema de elección de dichas instituciones (un concurso abierto pero de bases confusas), nadie osó atacar el International Freedom Center y, aunque nadie supo explicar muy bien a qué se dedicaría un museo con ese pomposo título, tanto políticos como familiares de las víctimas parecieron aplaudir que en el epicentro del mayor ataque contra la libertad estadounidense se erigiera un museo consagrado a "la idea más poderosa de la historia de la humanidad", según proclamó orgulloso el LMDC.
Tras presentarse en mayo los proyectos de los arquitectos que abordarían la construcción -Frank Gehry, el Performing Arts Center, y el estudio Slohetta, el Museum Complex-, el IFC hizo por fin pública su programación. Entre sus paredes se celebrarían "conversaciones sobre la libertad", se dedicarían galerías a los gulags rusos, a Martin Luther King, y habría espacios centrados en la denuncia de países donde se violan los derechos humanos.
Mientras, el Drawing Center, que tiene su sede actual en Soho, continuaba su programación habitual de exposiciones de dibujo, incluida una en la que se mostraban las torturas de la cárcel Abu Ghraib. "Exceso de libertad en tierra sagrada", pensaron algunos familiares de las víctimas. Y comenzó la guerra.
Debra Burlingame, hermana del piloto cuyo avión se estrelló en el Pentágono el 11-S, se erigió en generala del bando censor. Escribió una airada columna en The Wall Street Journal a principios de junio titulada El gran robo de la zona cero, en la que clamaba por la expulsión de ambos museos por "promover contenidos antiamericanos", solicitaba el boicot de los inversores (de los que se esperan donaciones por valor de unos 170 millones de euros), y atacaba al consejo de asesores del IFC por ser "representantes del mundo obsesionado con Guantánamo", que estarían "frotándose las manos ante la perspectiva de poder promocionar su propia agenda". Entre los "peligrosos" seres a los que se refería Burlingame estaban Anthony Romero, director ejecutivo de la American Civil Liberties Association; Bob Kerrey, senador demócrata miembro de la Comisión del 11-S, y profesores liberales de las universidades de Columbia y Harvard.
A Burlingame se unieron desde el sindicato de bomberos de la ciudad a cientos de familiares de víctimas del 11-S, que se agruparon bajo la organización Take Back the Memorial aunque, según una encuesta citada por The Washington Post, hay otros cientos de familias que no comparten su opinión.
"Censurar los contenidos del Drawing Center sólo demuestra ignorancia respecto al sentido del arte", criticó públicamente Cristine Lafuente, pintora e hija de otra de las víctimas del 11-S, que clama por devolverle vida a la zona cero a través de la cultura para evitar "que se convierta en un cementerio".
Sin embargo, el gobernador republicano George Pataki, que está barajando presentarse a las elecciones presidenciales de 2008, temió perder el apoyo de los conservadores más extremistas y se puso del lado de Burlingame. "No toleraremos en ese espacio nada que denigre a América, a Nueva York, la libertad o el sacrificio y el coraje de los héroes del 11-S", dijo Pataki durante una rueda de prensa en julio. Y a continuación dio seis semanas a los dos museos para "presentar planes concretos", que no deberían incluir "contenidos antiamericanos".
Los responsables del Drawing Center ya han dicho que no sacrificarán el arte por las presiones políticas y, aunque no han hecho oficial su salida, se han puesto a buscar otra sede fuera de la zona cero. "Estamos preocupados por las presiones que estamos recibiendo, que pueden llegar a ser insoportables", declaró en julio su presidente, George Negroponte. En cambio, uno de los impulsores del IFC, Tom Bernstein, temiendo que la polémica afectara a sus inversores, respondió con una sumisa carta: "No culpabilizaremos a América ni atacaremos a los campeones de la libertad. Nuestros contenidos no serán antiamericanos. Somos patriotas orgullosos"; y prometió entregarle a Pataki una programación limpia antes del 23 de septiembre.
Pero a algunos de los consejeros del IFC esta respuesta les ha parecido cobarde y ha provocado la dimisión, entre otros, de Eric Foner, uno de los historiadores más prestigiosos del país, profesor en la Universidad de Columbia. Foner resume la situación que subyace frente a la polémica: "El problema de fondo es que en este país hacer autocrítica se ha vuelto antipatriota. Es parte de un proceso mayor de estigmatización de todos aquellos que pensamos que Estados Unidos no es un país perfecto. La ironía es que censurar el IFC para evitar las diferencias de opinión es completamente contradictorio con la idea que está en la base de la libertad. Nuestro planteamiento era crear un espacio en el que ese concepto se presentara como un proyecto en el que aún se trabaja, no como algo ya conseguido, donde se hablara de las aportaciones del resto del planeta, no sólo de Estados Unidos, y desde donde se invitara a la reflexión. El IFC estaba aún en una fase preliminar pero ahora parece claro que quienes lo dirigen aceptan la censura, así que deduzco que se limitará a ser un centro de celebración patriótica sin contenido intelectual y yo no comparto esa visión".
Duelo entre arquitectos
El primer capítulo de la polémica sobre la zona cero nació como un duelo sin pistolas entre arquitectos. Daniel Libeskind, ganador del concurso en 2003 con su proyecto Foundations Memory, fue obligado a trabajar en la Torre de la Libertad junto a Daniel Childs, el arquitecto de confianza de Larry Silverstein, arrendatario de los terrenos hasta el próximo siglo y principal inversor para la reconstrucción. La emblemática torre fue ajustada por Childs por imposición de Silverstein en 2004. Hace dos meses el edificio, cuyos cimientos constan, de momento, de una piedra simbólica, volvió a cambiar de fisionomía para ajustarse a los nuevos criterios de seguridad. De un estilizado rascacielos de cristal se pasó a un búnker con bases de hormigón que The New York Times definió como "un edificio que le ha dado la espalda a cualquier idea de apertura cultural". Previsiblemente su construcción finalizará en 2010, al igual que la de la mayoría de los edificios proyectados para la zona. El único que de momento se ha librado de polémicas ha sido el español Santiago Calatrava, que diseñará el intercambiador de transportes. Su proyecto ha sido aclamado por todas las partes interesadas.
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