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El que no corre huye | CULTURA Y ESPECTÁCULOS
Columna
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Olores

El protagonista radical de El perfume se huele el hueco del codo, no huele a nada y se siente especial. No vamos ahora a revelar finales de novelas que nos gustan, porque preferimos que las lean los otros, pero amigo, podías haber comparado. Yo me huelo el hueco del codo, no huelo a nada y no me siento especial ni me pongo a dedicar la existencia a crear aromas que podemos denominar, cuanto menos, puñeteros. Puede ser, es cierto, que a mí me falte constancia, y que me gusta dedicarme a pensar que no es fácil olerse el hueco del codo y luego a cualquier otra cosa. A mí el tesón me da alergia, pero sí diré, para compensar, que en el libro aprendí que tenemos una memoria olfativa. Un fichero de olores que se crea a lo largo de nuestras vidas. Como tenemos la memoria fotográfica o la memoria para recordar los nombres de nuestros primos de Alicante, por ejemplo. Y podemos ejercitarla. Yo entro en un estado gravitatorio diferente cuando huelo por el patio que están friendo filete rebozado y me transporto a recuerdos infantiles. Es buena cosa recordar olores que nos remueven, como el olor a manzanilla del campo en verano, o el de un tibio tomate cogido de la mata, o el de un pueblo en que crían cerdos, mezclado con el fresquito de la noche. En un paseo marítimo a última hora de la tarde, sabemos que huele a pelo limpio y a aftersun, pero justo después de la cena huele a fritanga. Que es lo que tiene el fichero, claro, que es de fragancias agradables y desagradables. Y hay aromas que nos gustan a veces sí y a veces no. El olor de la comida cuando tenemos hambre lo seguimos por el aire como los dibujos animados, casi lo vemos, pero cuando estamos ahítos, ¿eh? a ver quién es el listo de oler con agrado la fabada después de haber repetido dos veces. O el olor a pescado, el bienmesabe en plato y frito muy bien, pero en crudo, aunque sea fresco, qué capacidad de adobo tiene con la piel humana. Tú te limpias medio kilo de boquerones y al día siguiente, sales y te vienen a picar las manos las gaviotas, aunque vivas en Soria. Que te quedas flipao como la madre de Melanie Griffith en Los pájaros. O el olor del gofre, que en invierno es gustoso, pero en verano da un repelús.... Un gofre con calor es un despropósito.

Entro en un estado gravitatorio diferente cuando huelo por el patio que están friendo filete rebozado y me transporto a recuerdos infantiles

Y ya que estamos con lo desagradable, podríamos mencionar alcantarillados y depuradoras que no dan abasto con nuestros desechos, con ese empeño en ir todos juntos, cuando más calor hace y la piel más se nos socarra, a las playas en que, muy seriamente lo digo, huele a beicon. Y se oye el churruscar. Hay olores que a algunos nos gustan y a otros no. Un perfume de una marca muy buena y muy cara que no voy a decir, a mí me destroza, me convierte el aroma en peste, metamorfosis del olor cuando abrasa de intensidad, como esos ambientadores de coche o esos hombres con sobredosis de varondandy que te escuecen los ojos y se te saltan las lágrimas. Porque hay gente que no tiene sentido olfativo ni sentido común. Confunden olores y por ejemplo, al llegar a la playa, dicen con cara de asquerosos que aquí huele a pescao ¿no? Que yo creo que es porque la única cultura marítima que han olido en su vida ha sido la bacaladilla de la pescadería de debajo de su casa, por no irnos al chiste fácil y grosero.

Refresco del día: si uno se coloca estratégicamente en el mundo y abre las pituitarias en abanico, se puede pasar un rato entretenido oliendo la gente pasar. También jugar a cuáles son nuestros olores favoritos puede dar lugar a que tengamos frescas y reveladoras conversaciones.

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