Alexander Gomelski, legendario entrenador de baloncesto
Era menudo, más si tenemos en cuenta que vivió entre gigantes, pero cada uno de sus centímetros estaba repleto de carácter e inteligencia. Bastaba mirarle a los ojos para saber que te encontrabas ante un personaje peculiar, irrepetible, exponente como pocos de una época y un país como la extinta URSS, tan descomunal en extensión y poderío como compleja en sus mecanismos internos, tan difíciles de comprensión para el resto del mundo y donde se manejaban otras claves de supervivencia en las que él era un auténtico maestro.
El entrenador de baloncesto Alexander Gomelski falleció ayer en Moscú, a la edad de 77 años, después de una larga enfermedad que ha terminado doblegando un voraz apetito por la vida. Porque si algo tenía el coronel, general o lo que fuese (las relaciones del Ejército soviético con sus representantes deportivos siempre tuvieron mucho de misterio) era que siempre le gustó mucho vivir. Y a fe que consiguió hacerlo de la mejor forma posible en cada una de las circunstancias que rodearon su existencia. Desde cuando su país era un búnker hasta cuando la perestroika y su posterior desintegración le permitió viajar y residir en países como Estados Unidos o España. A nuestro país le unía una pasión muy especial desde que gracias a sus buenas relaciones con Antonio Díaz Miguel, otro personaje imprescindible del baloncesto europeo, nos visitaba un año sí y otro también con sus poderosas selecciones, donde te encontrabas con gente como Sabonis, Tatchenko, Myskin, Volkov y demás estrellas, a las que manejaba con guante de seda y mano de hierro.
Gomelski, por encima de entrenador de baloncesto, era un político de gran calado, cualidad necesaria para nadar y guardar la ropa en la URSS de los años ochenta, los del poder inmenso del Ejército, los del deporte como mejor elemento propagandístico para los países comunistas, los de los boicoteos recíprocos entre americanos y soviéticos a los Juegos Olímpicos de 1980 y 1984. Tiempos de leyenda, donde todo lo que ocurría alrededor del baloncesto soviético se interpretaba en clave política, y si había algún jugador o entrenador que desaparecía de la circulación, siempre era porque le habían pillado en algún asunto de contrabando o contestación política y seguramente, o eso pensábamos, estaría en algún gulag siberiano picando hielo.
En esos años convulsos, Gomelski se ganó un lugar destacado en la historia del baloncesto, pues tuvo en sus manos algunas de las mejores selecciones nacionales que se recuerdan. Muchos ponían en duda sus valores técnicos, pero lo que nadie puede discutir son sus éxitos y que supo mantener en una cierta disciplina a un grupo de jugadores tan geniales como anárquicos y que a muchos de ellos el hermetismo de su país les había cortado las alas de la ambición.
Su momento cumbre lo vivió en los Juegos de Seúl de 1988, donde con un Sabonis medio cojo dio cuenta de EE UU y se colgó una inesperada medalla de oro. Cuatro años después, pasó por Barcelona el dream team de Jordan, Magic y Bird, probablemente el mejor colectivo deportivo que ha conocido la historia. Ese auténtico deleite no se hubiese producido si Gomelski y sus chicos no hubiesen perpetrado tamaña humillación cuatro años antes.
Todo eso y mucho más hizo y vivió Gomelski, lo que le confirió un carácter legendario. Su último momento de protagonismo lo tuvo durante la celebración de la final a cuatro de la Euroliga, celebrada en Moscú el pasado mes de mayo y donde fue objeto del enésimo homenaje. Le llamé para charlar un rato y me invitó a su casa. Allí conocí a su tercera mujer, 40 años más joven que él, y a su cuarto hijo, de siete años y al que le había enseñado a contar hasta diez en castellano. Bebimos unos cuantos vodkas, como no podía ser de otra forma, y brindamos una y otra vez mientras recordábamos el pasado sin dejar de hablar del presente.
Su físico delataba el desgaste de la enfermedad, pero su mirada permanecía intacta. Una mirada que no hace mucho tiempo conseguía poner firmes a gigantes de más de dos metros. Coach, ha sido un placer conocerle.
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