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El que no corre huye | CULTURA Y ESPECTÁCULOS
Columna
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Un after

Al irse de vacaciones, uno puede tener la suerte de alojarse enfrente de un animado after hours, más popularmente conocido como after a secas. El término hace referencia a un local donde se puede beber y bailar y cada uno lo que quiera desde aproximadamente las cinco o seis de la mañana y hasta que el dueño quiera cerrar. After significa después (por eso se llaman así, porque abren después de que cierren todos los de antes, que serían los before) y, por usar palabras españolas en vez de extranjerismos, aquí podríamos llamarlos luego. Y construiríamos bellas frases diciendo a los amigos que si cuando salgamos de Pachá no está el Penélope abierto, yo conozco un luego con un ambientazo fenómeno, por ejemplo.

Estas personas que tienen que hacer el sacrificio de resistir de fiesta hasta que la gente que se cree normal vuelva del trabajo para comer

Lo mejor de ver un after desde la ventana es el abanico de situaciones que se despliegan ante uno desde bien pronto por la mañana. Si tiene, además, la suerte de tener que escribir para un diario y el remordimiento por dejarlo todo para el último momento no le deja dormir, o simplemente padece un entretenido insomnio, mejor que mejor. No se perderá una: ni al que han echado por tirarse una copa por todo lo alto en mitad de la pista (que ya hace falta tener necesidad de refresco para ducharse aposta con una cosa tan pegajosa como la Coca-Cola), y que se aleja gritando sin gana fascistas, que sois unos fascistas. Ni esa divertida discusión de pareja, que sale del bar con un pedo que no se tiene y que, a punto de metamorfosearse en peonzas, no encuentra mejor momento para pedirse explicaciones por aquella vez que tú dijiste que no se qué y yo te contesté lo otro y entonces yo me fui la casa y tú a saber por qué te quedaste con El Chiro y las pijas esas, que me lo dijo la Caro (-lina, palabras textuales). Ni dejará de ver alguna que otra pelea cada rato, porque, claro, estas personas, que tienen que hacer el sacrificio de resistir de fiesta hasta que la gente que se cree normal vuelva del trabajo para comer, se cansan a veces y se enfadan. Normal. Porque ir de luegos requiere de una juventud y un tesón dignos de cachorros de pitbull. Y si encima se complica teniendo que sacar el tuneado coche de la arena, donde se atasca justo cuando quieren irse a casa, y sudando los veinte gin-tonics que se han bebido, no te digo la leche que se les pone, y con razón.

La verdad es que yo no soy tan suertuda y, tengo que confesarlo, el luego de enfrente no se ve desde mi ventana, pero me vale con los alrededores. Es un poco como la tragedia griega, que el crimen se desarrolla fuera del escenario para que cada uno se lo imagine como más rabia le dé. Hoy también ha habido pelea y, por suerte o por desgracia, me he perdido lo gordo. Me la estaba imaginando sangrienta, eso sí, tipo killbill, pero los alrededores, que sí veo, me han dicho que no. Unas doce personas de diferentes edades miraban sin cara de drama. Pasaban los coches despacito. Una moto se paraba. Alguien, citando a los clásicos, suspiraba hay que ver, hay que ver, y la señora del bar de menús de al lado hacía que no con la cabeza. Al parecer dos tiraban a otro unos ladrillos de la obra de al lado, pero ninguno de los tres estaba para mucha puntería, llegó la policía, cerró el luego y se acabó la fiesta.

Refresco del día: encerrar la casa entre sombras y echar siesta.

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