Los 'freaks' son para agosto
Por fin pude ver anoche en DVD la biblia del movimiento freak titulada Freaks; una cult-movie dirigida en 1932 por Tod Browning y que todos los eruditos citan como la madre del asunto. En España la llamaron La parada de los monstruos, no sé cuando la estrenaron en las salas de reestreno y la pillé en versión original con subtítulos en muchos idiomas y los ya obligatorios bonus para el alimento de fans.
Vi la peli exactamente a la misma hora que durante el curso estaba hipnotizado por Crónicas marcianas, en su honor, y mi primera conclusión es la siguiente: los freaks, que ya tienen la friolera de 73 añitos, son para el verano. Concretamente para agosto y se equivocaron Sardá y Boris al interrumpir su nocturna parada de los monstruos durante la calor nacional porque todo ese viejo circo de extravagancias, su particular y estrambótico catálogo de engendros y fantasmas de la patria, da muchísimo mejor en pantalla analógica y generalista en verano, cuando no se puede conciliar el sueño y el orfidal no funciona por culpa de las altas temperaturas o produce el efecto contrario, que en invierno. El caso es que anoche, por fin, dormí como un bendito luego de tanto monstruo original.
Este país ha parido los mejores 'freaks' de la historia de la cultura planetaria, desde Goya, la picaresca, el Quijote y Sancho
Es verdad que en esta cult-movie ya está todo dicho y que me perdone Javier Cárdenas, un especialista, que tiene muchos menos años que los 73 de la cinta fundadora . Pero también he de reconocer que gracias a su sección en Crónicas marcianas somos la única industria audiovisual del globo globalizado que ha intentado aportar algo nuevo en materia monstruosa al manifiesto inaugural. Desde la bruja Aramis y la pitonisa Lola, hasta La Pantoja de Costa Rica, Joan Antoni, Carmen de Mairena, Carlos Jesús, el Risitas y otros memorables freaks caseros.
Tres cuartos de siglo después del hito fundacional, Sardá, Boris y Cárdenas han logrado poner de moda en invierno aquellos espectáculos monstruosos de los tradicionales circos del verano de mujeres barbudas, cabezas cónicas, enanos siameses y hombres-elefante estilo David Lynch, otro gran coleccionista de freaks. Para mi, personalmente, esta tendencia contagiosa lanzada por Crónicas marcianas es un misterio y nuestros intelectuales sociólogos, y los hay a porrillo, aún no nos han explicado por qué, a principios del milenio, cuando España por fin se está normalizando y la economía globalizada del consumo va como un tiro, la moda audiovisual entre los menores de treinta, es justamente la anormalidad, los tipos monstruosos, los personajes de feria, las extravagancias físicas y todo ese circo oficialmente inaugurado en 1932. Aquí hay media docena de graves tesis de la Universidad Carlos III (sección periodismo y comunicación audiovisual) y una tonelada de tesinas, ensayos, columnas y articulinos de las élites opinadoras. Pero nada.
Yo, que nací diez años y pico después de Freaks, no tengo ninguna teoría sólida al respecto, publicable, y cuando un día farfullé una hipótesis gamberra, me tomaron por un marciano en este periódico al mismo tiempo que se me echaron encima los numerosos frikis del género. Entonces dije, con perdón, que no había que olvidar que este país también era, y mucho antes de la peli de Browing, el país que había parido los mejores freaks de la historia de la cultura planetaria, desde Goya, la picaresca, el Quijote, Sancho, Valle Inclán, Dalí, Buñuel, Berlanga, Azcona, Almodóvar y compañía, pasando naturalmente por los recientes éxitos de Torrente, Alex de la Iglesia, Mortadelo y Filemón y otras declinaciones audiovisuales y literarias del mismo fenómeno. Y sin olvidar, por cierto, al santo patrón: un fraile español llamado Antonio Fuentelapeña que, 256 años antes que Browning, publicó un ensayo llamado El Ente dilucidado, subtitulado Tratado de monstruos y fantasmas.
Con el gran Rafael Azcona, que durante el verano suelo chatear vía Internet de estas cosas, hemos llegado a la hipótesis (rigurosamente agosteña) de que todo esto tiene que ver con el esperpento, un viejo e insigne género de producción propia y que sigue siendo la única manera de contar las raras historias de las Españas. Los menores de treinta están al loro en la jerga del neoesperpento gracias a Crónicas marcianas y los mayores de cincuenta-sesenta hemos sido educados en los colegios de pago por las crónicas de don Marcelino (Menéndez y Pelayo), un friki inconsciente del esperpento nacional. En cuanto a la distinción entre movimiento freak y la voz friki, consulten la Wikipedia, que es gratis.
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