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Reportaje:ATLETISMO | Campeonatos del Mundo de Helsinki

Las dudas hunden a Reina

El sevillano y Eugenio Barrios, eliminados en los 800 en unas tristes semifinales

Carlos Arribas

La sombra de Antonio Manuel Quillo Reina salió ayer en la pista de Helsinki a correr las semifinales del 800. O eso pareció. El fuerte, el tremendo Quillo, el dominador, el rey de su serie, que tanto había maravillado la víspera, se convirtió en un garrote envarado, seco, parado, que terminó sexto. Un año más, Reina, un talento puro, se queda fuera de la final de unos grandes campeonatos al aire libre. Le pasó en Edmonton, Múnich y Atenas. Le pasó también en Helsinki, donde había llegado convencido de que no sólo llegaría a la final, sino que incluso pelearía por las medallas.

Eugenio Barrios, que apenas tenía esperanzas en unas semifinales con un sistema matador -tres series: pasaban los dos mejores de cada una y los dos mejores tiempos-, también se quedó fuera.

"No sé lo que me ha pasado", dijo Reina, que hizo un tiempo (1m 46,80s) dos segundos peor que su mejor marca de la temporada.

Una duda, y muchas posibles respuestas, que podría empezar a aclararse haciendo un repaso a la lista de los ocho que pasaron a la final de mañana, en la que se han colado tres especialistas del 1.500 procedente de Bahrein: Rachid Ramzi, de origen marroquí, el campeón; Ali, el chaval de 16 años, de origen keniano, campeón mundial juvenil, y Baala, el francés eliminado en las semifinales. Los tres, sobre todo Ramzi y Baala, han mostrado excepcionales capacidades de recuperación.

También con cuerpo y estilo de hombre de kilómetro y medio estará el veterano keniano William Yiampoy. Y, junto a ellos, tres ochocentistas puros con alguna veleidad en el 400, como el argelino Said-Guerni, el keniano Wilfred Bungei y el talento ruso Yuri Borzakovski. Y, cerrando el grupo de ocho, el bicho raro, el canadiense Gary Reed, cuyos orígenes se remontan a la velocidad más pura, a la longitud y al triple salto.

Reina, como subraya su técnico, Manolo Alcaide, es, por constitución y talante, más un cuatrocentista largo que un milquinientista corto. Reina, por definición, vive en un equilibrio permanente. Necesita una recuperación perfecta, una carrera tácticamente perfecta, un día perfecto, para poder encadenar prestaciones buenas dos días seguidos. Hace el entrenamiento del velocista, en el que prima la calidad y la fuerza por encima del volumen, de la cantidad de kilómetros rodados para lograr una buena base aeróbica. Llegado el momento, llegado el segundo día, la falta de kilómetros en las piernas suele pesarle cuando, llegado el minuto, llegados los 600 metros, su cuerpo, que quiere acelerar, que quiere cambiar de marchas, exige carburante especial. Y se encuentra el depósito vacío.

Y las dudas, también. A un corredor de 800, la prueba táctica de la velocidad, las dudas, el no saber qué hacer, el no saber si tirar o dejarse tirar, si cuerda o exterior, si sprint largo o última recta, le consumen más que el esfuerzo puro y duro. "Y yo dudé desde el principio", confesó Reina; "al ver que iba por la calle 1 [la que sale más retrasada]

me entró el mal rollo. Me comí el tarro. Dudé entre salir fuerte o esperar...".

Finalmente, Reina empezó a desgastarse de más desde los tacos de salida. Esprintó para empezar a tirar. Y, aun así, no fue como la víspera, cuando se hizo con el pivote y todos tuvieron que maniobrar según él quisiera. "Y luego corrí mal", añadió Reina; "dejé entrar a Baala por el interior en la campana y allí volví a dudar". Reina terminó de quemar sus energías en la contrarrecta. La última curva la corrió como un autómata. En la última recta murió.

Antonio Reina, agotado y decepcionado.
Antonio Reina, agotado y decepcionado.EFE

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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