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Reportaje:ATLETISMO | Campeonatos del Mundo de Helsinki

"No me veo en el podio"

Pese a clasificarse sin apuros para la final de los 5.0OO metros, Marta Domínguez duda de sus condiciones para luchar por las medallas

Carlos Arribas

Entre el fru-fru de papel aluminio, dorado, plateado, que los atletas se ponen de capa para combatir el frío en la zona mixta, una figura felina en tirantes de camiseta vuela, sonríe y vuelve. Es Marta Domínguez. Nada de papel aluminio para ella. Un chándal seco y cálido. Después de una carrera que ha terminado con un interrogante en su cabeza es lo mejor. Aunque los demás no lo hagan. Y luego un caldo calentito.

Marta Domínguez, la indomable, terminó el 5.000 de su regreso a la competición y no lo terminó mal. Lo terminó con una marca de 14m 56s, un buen tiempo, dadas las condiciones, el frío, el viento racheado y cambiante. Un tiempo tan bueno que, aun quinta, y sólo pasaban cuatro por puestos, en ningún momento tuvo la menor duda de que le valdría para pasar. Pero no era eso, no era eso lo que le atormentaba. Tampoco el tiempo, las condiciones para la épica con que había corrido. "¿No sabéis que soy castellana, que soy de Palencia? ¿Qué es eso para mí? No es eso el problema", dijo a los que, preocupados, la interrogaban por el mal tiempo. No era eso. No.

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"El problema son las piernas", explicó la subcampeona de los dos últimos Mundiales; "porque, cuando ha habido que arrear, me he visto un poco corta. La verdad es que podía haber seguido al final cuando se fueron las etíopes, la británica y la keniana, pero preferí no hacerlo; entre otras cosas, porque andaba un poco justa".

Eso le preocupó a Marta Domínguez, que no es la pletórica Marta Domínguez de París o Edmonton, la que llegaba a su cita después de inviernos pletóricos, de entrenamientos saludables, de trabajo sano. Le preocupó porque la semifinal se corrió como a ella le gusta. Con un tren mantenido, sin tirones, parones y acelerones que obligan a sprintar, a ir dejando las energías en curvas tontas, a subir las pulsaciones locamente. Y la cosa fue así, regular, progresiva, gracias a la más inesperada de las protagonistas, la bielorrusa Olga Kravtsova, una atleta casi desconocida y generosa que se puso a tirar desde el primer metro y allí aguantó, de locomotora, hasta pasados los 3.000, pasando cada kilómetro regularmente en tres minutos. Y detrás de ella, siempre fija en el tercer puesto, siempre agarrada a la cuerda porque siempre hay que correr lo menos posible, Marta Domínguez la seguía sin alterarse.

Cuando desapareció de la cabeza, cuando la británica Pavey, la de las largas medias blancas hasta la rodilla, gran circulación venosa, empezó a mostrar su nerviosismo, todo el mundo pensó que la perderían de vista para siempre, que la bielorrusa se sumergiría en el abismo del que había surgido. Y más aún cuando, víctima de una zancadilla de la tanzana Mohamed, se fue al suelo la brava Kravtsova. Pero en el país de Lasse Viren, aquél que, pese a caerse, ganó el oro en los 10.000 de Múnich, una caída no es más que un acicate para tirar más fuerte hacia delante. Milagrosamente, la bielorrusa aceleró y aún estaba junto a Marta Domínguez en los últimos 400 metros, cuando la jovencita y fresca etíope Tirunesh Dibaba, la campeona de los 10.000 lanzó su último, fulminante acelerón, cuando Domínguez quiso cambiar y prefirió no hacerlo. Y aún terminó sexta y se clasificó para la final, como Marta Domínguez, quinta, a quien la carrera le dejó una duda. "Y si hubiera cambiado al final, si hubiera gastado fuerzas tontamente, ni siquiera sé hasta dónde habría llegado", dijo; "y estoy muy contenta porque una final más, viniendo de donde he venido, es un éxito. Y soy ambiciosa y lo quiero todo. Pero no, no me veo en el podio".

Marta Domínguez, en pleno esfuerzo.
Marta Domínguez, en pleno esfuerzo.EFE

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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