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Reportaje:TIEMPO DE OCIO

Tras los claveles de san Cayetano

Unas 1.000 personas asisten a la procesión del santo, en Embajadores, que cierra las primeras fiestas del verano madrileño

Como cada 7 de agosto, cerca de un millar de personas se acercaron ayer a la calle de Embajadores para romper el séptimo mandamiento (no robarás) y tratar de sustraerle un clavel a san Cayetano en el día de su procesión. Dice la tradición que quien más flores junte antes de que la figura entre en su templo tendrá "pan y trabajo" el resto del año.

Por eso, cuentan los vecinos, es tan difícil cogerle un clavel al santo. Todos quieren uno, pero no hay suficientes. También los hay que, prevenidos ante la escasez, los tienen ya por anticipado. Es el caso de Carlos Gil que, por si acaso, puso un ramo en casa.

La celebración de ayer pone el punto final -oficialmente- a las celebraciones de San Cayetano. Esta festividad abre cada año la veda de las fiestas estivales en la capital, que tendrán su continuación con las de San Lorenzo y La Paloma hasta el 15 de agosto.

Chulapos y chulapas tomaron ayer por cuarto día el barrio de Embajadores, en pleno centro de Madrid. Porque el castizo, el tradicional chulo de la capital, lo es todo el año. No sólo de San Isidro vive el hombre.

En este caso, las fiestas de este santo italiano que vivió en el siglo XVI en Italia se han celebrado desde el pasado jueves en los alrededores de la iglesia homónima, en las calles de San Cayetano y del Oso.

Paloma Mínguez pertenece a la familia que empezó a organizar las fiestas. "Empecé con mi madre Flora a decorar la calle porque nos gustaba la verbena y todo eso", explica. Y apostilla: "Está mucho mejor San Cayetano que el Oso". Hablando con los vecinos parece notarse en el ambiente una cierta rivalidad entre las dos calles, quizá por los premios que otorga el Ayuntamiento a la más vistosa.

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Después de tres días de largas celebraciones, el barrio se tomaba las cosas con calma ayer mientras se preparaba la despedida. A media tarde, la actividad era prácticamente nula, bajo el calor sofocante, cercano a los 40 grados, que sufrió la capital ayer. Sólo estaban en la calle los vecinos que más parecen disfrutar de las fiestas, los mayores, quienes más las sienten como propias.

Es el caso de Carmen Taranco, de 78 años. Todos ellos vividos a escasos metros de la iglesia, donde fue bautizada. Le encantan las fiestas. "Estuvimos ayer bailando hasta las cuatro de la mañana", cuenta. "Mira, ahí, con todo el que pasaba", y se ríe mientras señala una tapa de alcantarilla. "Agarramos una...".

Han sido días intensos de baile, tomar limonada, cerveza, verbena, pasacalles, talleres, concurso de rana y mus y un largo etcétera. Un tipo de celebración del gusto de los vecinos, aunque los más veteranos siempre dicen que ya no es como antes.

Julio Martín es uno de los que piensan así. Aparece vestido con toda la indumentaria oficial de chulapo, que explica con un deje castizo de los que no se oyen ya, remarcando cada sílaba: "Llevo los calcos (zapatos), los picantes (calcetines), los alares (pantalón), la camisa blanca, el safo (pañuelo), la parpusa (gorra), el chaleco y la chaqueta, que no te digo los nombres porque no me acuerdo". A sus 75 años, Martín muestra una vitalidad sorprendente.

"Antes se hacían las fiestas en las corralas, cada vecino ponía su dinero y se invitaba a la gente de fuera", recuerda nostálgico. "Este casticismo que tenemos los que adoramos Madrid se va perdiendo", se lamenta.

Félix Rodríguez, que lleva 12 años como testigo de excepción de las fiestas detrás de la barra del bar que está justo enfrente de la iglesia, coincide: "Esto ha cambiado mucho. Ahora es más multicultural, aunque sigue habiendo mucho creyente que viene a las fiestas", explica. Y mucha marcha también. "Ayer cerramos a las cuatro porque ya no nos dejaron más".

Después de las fiestas llega el descanso, pero no demasiado largo. Los vecinos tienen ya la vista puesta en las próximas fiestas, en el cercanísimo barrio de Lavapiés. Se celebra la festividad de San Lorenzo el próximo día 10. Después, el plato fuerte del verano: las fiestas de La Paloma.

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