Toros que no sabían embestir
Toros sin fuerza ni casta, con trotes cabestrales, se lidiaron ayer en Vitoria. Algunos de ellos presuntamente tocados los pitones. Con dos agravantes. Uno, que no querían embestir -salvo el cuarto-, y dos, que al parecer no sabían embestir. Por supuesto, que resulta muy extraña esa falta de saber embestir en un toro que se suele llamar bravo. Es impropio de una plaza que este año cierra su ciclo centenario -la derriban para construir otra nueva-, que acabe con tan poca enjundia. Y eso que ha sido el inicio de feria. Es como para echarse a temblar pensando qué nos depararán las próximas corridas.
Jesulín atesoró un repertorio de vulgaridades y naderías. Lo de ganar una oreja no es atribuible a sus méritos, sino a la complacencia del respetable. Le tocó en suerte el toro más normalito de toda la lidia. Sin duda, puso de relieve que está de vuelta de todo, y por más que salga vestido de torero, se palpa una cierta atonía en su deambular por la plaza. Con el capote no trazó un solo lance con fundamento, ni siquiera evidenció gusto por querer hacerlo bien.
Osborne / Jesulín, Cordobés, Rivera
Toros de Osborne: faltos de fuerza y casta. Jesulín de Ubrique: silencio y oreja. Manuel Díaz, 'El Cordobés': petición de oreja y oreja. Rivera Ordóñez: silencio en los dos. Plaza de Vitoria. 1ª de feria. Más de media entrada.
El Cordobés, como su primer toro medio embestía a saltos, se dignó imitarle y tiró de su repertorio, sacando del baúl de los recuerdos los saltos de la rana. A falta de torear como hay que hacerlo, la rana puso su nota saltarina. Le concedieron o regalaron una oreja en su segundo toro tan sólo por la fabricación de tres manoletinas vulgares y una estocada desprendida. Evidentemente, buena parte de esa oreja estuvo en su lado simpático, repartiendo sonrisas, y el favor del público que le ve en las revistas del corazón y demás popularidades. Se comprende que en esta plaza se corten orejas sin apenas torear como Dios manda. Basta con echar besos bien repartidos y desparramar la mirada con cierta ternura por tendidos -sobre todo del sol- y galerías.
En el primer toro de Rivera Ordóñez, tanto el animal como el torero, estuvieron sumamente desganados. Aparte de una larga cambiada, poco más se puede decir en su favor. Fatigó unos pases, que eran pura vulgaridad. Sufrió un desarme. Instrumentó una estocada a capón, algo desprendida. En este toro hay que destacar dos buenos pares de banderillas, en especial el segundo, de Joselito Rus. Ese segundo par estuvo gestado con un sentimiento hondo de torero. Alzó los brazos y clavó las banderillas con el corazón y majeza que poseen los buenos toreros. En el segundo de su lote, Rivera Ordóñez se llevó al toro a la querencia. Creyó que podía sacarle partido, pero puso de manifiesto demasiadas dudas. Toreó a mucha distancia, y al final acabó en nada de la nada. Para colmo, mató mal, con un pinchazo hondo y unos cuantos golpes de verduguillo.
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