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Reportaje:Hispanos en Estados Unidos | 06 | LECTURA

Instantáneas hispanas de Nueva York

Ingleses, irlandeses, italianos, judíos, afroamericanos, chinos: más que cualquier otra de las innumerables nacionalidades y etnias que habitan Nueva York, estas seis históricas han marcado el carácter de la ciudad. La séptima, la última en imponer su imagen, ha sido la hispana. Y está arrollando como un tren. Porque, más allá de una mera cuestión de números, está haciendo algo insólito: está imponiendo su idioma en una esfera pública donde antes sólo se conocía el inglés.

Por eso la visión que se tiene desde fuera del lavaplatos como el estereotipo del hispano en Nueva York está obsoleta. El hispano no es una figura caricaturesca, folclórica o marginal. En una ciudad donde cada individuo da la impresión de haber salido de una película de Woody Allen, los hispanos aportan tanta innovación y originalidad como cualquiera. Como grupo, ejercen una creciente influencia política, económica y cultural. Para reflejar la variedad de forma y color que agrega el hispano al mosaico neoyorquino, no sirve la historia de un individuo, o un barrio, o una nacionalidad latinoamericana. Por eso lo que aquí sigue es una secuencia de imágenes que quizá transmitan una idea de la riqueza y variedad que aporta el componente hispano a la ciudad que Jorge Luis Borges llamó "la capital del mundo".

Desde Nueva York se repatrían a México de 25 a 30 cadáveres al mes; el 70% de ellos asesinados
"Hay que ser un soñador, como Don Quijote, para creer que se pueden cambiar las cosas en esta ciudad"
Cada vez hay más, pero, ¿qué tiene que ver el islam con las raíces de un hispano en Nueva York?

La respetable fachada de la antigua casita de la calle 56 de Manhattan no transmite la más mínima idea del frenesí sexual que se desata cada mañana en el interior de sus muros. Porque aquí, en el segundo piso, está el estudio del programa de radio de más éxito en Nueva York, un programa en español dedicado a hablar de sexo, sexo y más sexo, que supera en audiencia a cualquiera de sus rivales en inglés.

El protagonista de El vacilón, el famoso neoyorquino Luis Jiménez, anuncia en una mañana como cualquier otra que tiene en sus manos una información que se ve obligado a compartir con sus dos millones de oyentes. "Datos sexuales freakis", dice, con voz solemne, como si estuviera leyendo el titular de una importante noticia internacional. La reacción en el estudio -media docena de irreverentes, cada uno con su auricular y micrófono, la mitad de ellos de pie- es de otro tono. Carcajadas. Risas. Jadeos. "¡Coñññññño!", exclaman un par de ellos. Jiménez sigue como si nada. "Una de cada cien mujeres tiene alergia al semen". (La jauría -cinco hombres y una mujer- emite sonidos de horror, indignación, tristeza). "Una de cada cien", prosigue Jiménez, "es asexual". "¿Y eso qué carajo e'?", pregunta un joven, perplejo. Jiménez abandona momentáneamente el papel de presentador serio y explica, impaciente: "Que no les interesa el sexo". (Más gritos de "¡Coñññño!"). "Es por eso que muchas muchachas se meten a monjas, they don't want to do that". Jiménez no traduce. Supone que sus oyentes, aunque para la gran mayoría la lengua materna sea el español, poseen el mínimo de inglés como para entender frases de este tipo, frases en spanglish (el idioma, si es que puede llamarse así, de más crecimiento en el mundo) con las que salpica su show matutino.

"El 2% de las mujeres", continúa Jiménez, "padece del síndrome de excitación permanente y tiene entre 10 y 100 orgasmos al día". "¡Fuego! ¡Fuego!", grita uno de los contertulianos. "¡Fuego uterino! ¡Fuego uterino!", chilla otro.

Y así va El vacilón, con variaciones sobre el mismo tema, a toda hora, todas las mañanas, de lunes a viernes. Cuando el material que consigue la incansable productora del programa, María Eugenia Alma, escasea, no hay ningún problema. Siempre se puede contar con que un oyente llame por teléfono y cuente alguna aventura o percance sexual que haya tenido. Jiménez siempre comienza haciendo el papel de consejero sexual, escuchando con seriedad y preocupación hasta que de repente ya no puede más, explota y se pone a cantar una canción que se inventa ahí, sobre la marcha, a ritmo de salsa o ranchera o merengue, y al rato todos los demás están cantando con él, siguiéndole la letra.

"Lo que vendemos es una imagen de familia alegre descontrolada", explica Jiménez, un hombre sorprendentemente sereno y reflexivo (cuando no está en el aire) nacido en Puerto Rico hace 35 años. "Disfrutamos, diría que celebramos, el contraste entre el desmadre nuestro y el control gringo. Vendemos las cosas que nos unen a los latinos -no importa que sean de Puerto Rico, México o Perú- y nos distinguen del americano. Y eso en gran parte es lo que la gente compra".

Otra cosa que compran es el sentido del humor. El del hispano se basa en una visión irónica de la vida, en una idea de que por más que uno intente controlar el destino, no hay nada que hacer. El del americano parte del optimismo, de que la vida es mejorable. Por eso en el estudio de unos de los rivales de habla inglesa que siguen los pasos de El vacilón no se vería nunca un cartel como el que se ve pegado a un muro en la casita de la calle 56: "Hoy es un día maravilloso. Verás que alguien te lo jode".

Ebrahim González nació en Nueva York en 1956, se crió hablando español, estudió en un colegio católico y hoy es uno de los líderes musulmanes de origen hispano más respetados de la ciudad. Cuando se convirtió al islam en los años setenta, el número de hispanos musulmanes en Nueva York se podía contar en los dedos de una mano. Hoy son 10.000 y la tendencia es de pleno crecimiento.

"Mucho tiene que ver con la necesidad que tiene uno de encontrar sus raíces", dice González, tomando un té en la cocina de su piso en el Bronx. Hombre corpulento con barba y pelo negro y rizado que viste pantalones cortos y camiseta sin mangas, González fue fundador en 1977 de la Alianza Islámica, una asociación hispana que propaga una visión permisiva del islam -no se prohíben la música y el baile, por ejemplo. (Según algunos paquistaníes de Nueva York, los musulmanes hispanos son "demasiado promiscuos" para ser considerados "buenos" hijos del Profeta).

Pero, ¿qué tiene que ver el islam con las raíces de un hispano en Nueva York? Todo, según González. "Mi adolescencia fue confusa. Me veía a mí mismo como un americano cuando veía Superman en televisión, pero hablábamos español en casa y en la calle me llamaban spick" -un término despectivo para un hispano-.

González intentó descubrir quién era a través de la política, primero ("el Che era mi héroe en esos días") y después, de la religión. "La Iglesia católica había perdido la conexión con la gente; el hinduismo me intrigó pero no me apasionó; pero en el islam, ahí sí encontré algo familiar", dice Ebrahim, que le gusta hablar español por vocación antiyanqui, pero se siente más cómodo en inglés.

¿En el islam encontró sus raíces? "Absolutamente. Con 21 años empecé a ir a clases de religión e historia los fines de semana y ahí aprendí que no sólo muchas palabras en español son de origen árabe, sino que nosotros los hispanos de América Latina procedemos de la gran civilización musulmana que dominó España durante siete siglos. Aquella historia de tolerancia y arte que hubo en aquellos tiempos fue todo un descubrimiento para mí. Saber, encima, que esa era mi historia lo convirtió en un tesoro".

Y en ese tesoro, González encontró el equilibrio y la tranquilidad que tanto añoraba. Y que parece que cada día más hispanos de Nueva York añoran también. Un ensayo titulado Olé a Alá, escrito por un catedrático de Columbia University llamado Hisham Aidi, argumenta que no es que los hispanos se estén "convirtiendo" al islam tanto como que están "revirtiendo". "Exacto", dice González. "Estamos reclamando nuestra herencia islámica, la que nos robaron los Reyes Católicos".

Patricia Arancibia es la encargada de la sección en español de venta de libros por Internet de la empresa Barnes and Noble. Su negocio, con base en un barrio de moda de Manhattan, está en un proceso de expansión salvaje. Las ventas de libros en español a través de www.bn.com aumentaron un 27% de 2002 a 2003, y un 39% de 2003 a 2004.

"Esto es un síntoma más de que hoy el español en Estados Unidos se ha vuelto cool", dice Arancibia, que es argentina. No fue siempre así. "Las primeras generaciones de inmigrantes que venían no aprendían nada bien el inglés y se avergonzaban de ello. Esto sería hace 30 años. La segunda generación aprendió el inglés y el español se disolvió. Pero ahora que esta segunda generación es más grande, como los de tercera generación, están más asentados, más seguros de sí mismos, y lo que buscan es reconectar con sus orígenes. Quieren hablar español. Sienten orgullo por el idioma. Desapareció el estigma. Lo que hay ahora más bien es todo lo contrario. Y esto, para el mercado de libros en español, tiene que ser bárbaro".

En el salón de ceremonias del Ayuntamiento de Nueva York, rodeados de estatuas de bronce y retratos de ciudadanos ilustres del siglo XIX, bajo un techo estampado en relieve con citas de Abraham Lincoln, sobre una gran alfombra roja, y con banderas americanas a sus espaldas, media docena de concejales de la ciudad declaran su amor incondicional por Don Quijote.

Una, la anfitriona del evento, se llama Margarita López. La primera en hablar agradece la presencia de colegas concejales en la celebración oficial del 400º aniversario del Quijote. Advierte también que no se podrán quedar hasta el final del acto, más bien se tendrán que ir al poco rato, porque "el trabajo de un concejal en esta ciudad no acaba nunca".

Pero no se va ni uno hasta que, primero, haya hecho un pequeño discurso celebrando las glorias de la hispanidad y, segundo, se haya hecho la foto con Antonio Muñoz Molina, director del Instituto Cervantes. ¿Por qué tanto empeño en asociarse con un escritor del que la mayoría de los neoyorquinos no ha oído hablar? Porque Cervantes es un símbolo para los hispanos de la ciudad, y el voto hispano tiene más peso cada día, al punto de que ya casi es determinante a la hora de decidir la permanencia en el cargo de un concejal.

Esto lo sabe mejor que nadie el alcalde de Nueva York, el multimillonario Michael Bloomberg, que llamó poderosamente la atención hace poco sobre la fuerza que está cobrando el hispano en la ciudad al sentirse políticamente obligado a dar un discurso en español. El experimento fue admirable, pero incomprensible. Según dicen, el alcalde sigue tomando clases de español. No le queda otra, pobre hombre.

Una de las concejalas en el acto cervantino, una mujer negra que comparte con Bloomberg la desgracia de no hablar la lengua de Cervantes, declara con un fervor curiosamente persuasivo que para ella "no sólo es un privilegio, sino una alegría" tomar parte en el homenaje a Don Quijote. Una que sí habla español, Diana Reyna, profesa hablar para todos los hispanos de su distrito electoral de Brooklyn y Queens al afirmar "la gratitud" que siente hacia Cervantes. "Gratitud por el orgullo de saber, como mujer latina, que esta grandiosa obra ha tenido una influencia tan enorme en todo el mundo".

Menos reverente, más lacónico, es un concejal angloparlante que causa asombro al declarar que todos los concejales de Nueva York son descendientes directos de Don Quijote. "Porque hay que ser un soñador para creer que uno va a ser capaz de cambiar las cosas en esta ciudad".

En cambio, Margarita López, diminuta pero compacta como un boxeador, demuestra que la retórica hispana poseerá muchos atributos, pero la economía no es uno de ellos. Las raíces españolas son el tema de su discurso, una arenga altisonante en la que resalta "el momento histórico" que tiene el privilegio de vivir el Ayuntamiento de Nueva York. Gracias, dice, "gracias y gracias al país que llamamos la madre patria". ¿Y por qué tantas gracias? Primero, por el Quijote, y el valor que tiene "hoy más que nunca" su mensaje soñador, idealista. Y segundo, por "la exuberancia emocional" española. "A veces la gente dice que Margarita López es demasiado apasionada", exclama Margarita López, cuyo principal recurso retórico parece ser, precisamente, la pasión. "Y yo les contesto: '¡Échenle la culpa a los españoles!".

Comida en el hotel Four Seasons de la calle 52 de Manhattan con el cónsul general mexicano, Arturo Sarukhan Casamitjana. El cónsul, orgulloso de sus raíces catalanas, revela datos que apuntan a la fuerza que están cobrando sus compatriotas en la ciudad más potente de Estados Unidos:

- En 1992 había 200.000 mexicanos en Nueva York y sus dos Estados contiguos, Connecticut y Nueva Jersey; hoy hay 1,3 millones, el 90% de ellos indocumentados, el 70% de las zonas rurales del Estado de Puebla.

- Vienen a Nueva York porque hay enorme demanda de trabajo en el sector de la restauración, pero también porque la política de la ciudad en cuanto a deportaciones es de las más negligentes de Estados Unidos; hacen la vista gorda a los illegals porque sencillamente la ciudad sufriría una implosión económica -y además todos los restaurantes cerrarían- si se aplicara la ley con rigor.

- La dependencia en México de los mexicanos en Estados Unidos es incluso mayor, ya que envían 16.000 millones de dólares al año a su país; debido a que más y más familias mexicanas se están reuniendo en Estados Unidos, esa cantidad se reducirá de manera significativa en los próximos años, lo que supondrá un drama para los que el cónsul llama "los Estados expulsores".

- El consulado mexicano en Nueva York, como los otros 46 consulados en el resto del país, tiene un presupuesto especial para la repatriación de cadáveres; envían entre 25 y 30 a México cada mes, el 70% de ellos asesinados.

Los puertorriqueños de Nueva York son más neoyorquinos que nadie. Pero el filin que tienen los clientes de la Fonda Boricua, emblema del Spanish Harlem, por su identidad puertorriqueña es tan tenaz como irrompible. En sus vidas laborales, lejos de la fonda, serán otra cosa, pero aquí las paredes están cubiertas de banderas puertorriqueñas. Y siempre, porque hoy no es ningún día patrio. Empieza a tocar una banda. Todos reconocen las primeras estrofas y se ponen a bailar. Y a cantar, porque todos se saben la letra. "Esta es mi bandera... La bandera portorriqueña". La canción dura siete minutos, la letra apenas varía. Le pregunto a José, que vende vinos españoles en Manhattan y es impecablemente bilingüe, el nombre de la canción. "Se llama Qué bonita bandera", y agrega, con poca necesidad: "Es muy popular aquí".

Pero también lo es, en un caso de nacionalidad dual que los puertorriqueños ejemplifican mejor que nadie, la bandera americana. "No sólo soy bilingüe", dice Edwin. "Soy bicultural". ¿Y eso qué es? Edwin, un hombre de una sonrisa ancha y gestos expansivos, responde: "Mira cómo la gente se saluda aquí". La gente aquí, en la fonda -abarrotada, ruidosa, salsera, como corresponde al estereotipo de Spanish Harlem-, se saluda con abrazos, con afecto y efusividad -aunque no se conozcan, aunque sólo sean un amigo de un amigo-. "¿Ves? Se ríen y se dicen: ¿Cómo 'tás, hermano?". Y así hace, efectivamente, Edwin. "En cambio, cuando estoy en un ambiente americano es otra cosa". Edwin se pone tieso, borra la sonrisa de su boca, estrecha la mano y dice: "Hello, sir. Nice to meet you". ("Hola, señor. Un gusto saludarlo").

Entonces, ¿en uno de los dos casos estará fingiendo ser algo que no es? "No, no", responde su amigo José, que importa vinos españoles a Nueva York. "Lo tenemos totalmente interiorizado". "Sí", asiente Edwin. "Aunque parezca mentira, las dos cosas son igual de auténticas. Somos híbridos perfectos".

MAÑANA, El sevillano anglosajón: entre el placer y el deber

Una abuela y su nieta se refrescan en una calle del Spanish Harlem. Este barrio está habitado mayoritariamente por puertorriqueños, la minoría hispana que se considera más neoyorquina que nadie.
Una abuela y su nieta se refrescan en una calle del Spanish Harlem. Este barrio está habitado mayoritariamente por puertorriqueños, la minoría hispana que se considera más neoyorquina que nadie.AP
Un grupo de jóvenes hispanos, en una peluquería al aire libre en una calle de Nueva York. 

El voto de esta minoría tiene cada día más peso en la ciudad, hasta el punto 

de que ya casi es determinante a la hora de decidir la permanencia en el cargo de un concejal.
Un grupo de jóvenes hispanos, en una peluquería al aire libre en una calle de Nueva York. El voto de esta minoría tiene cada día más peso en la ciudad, hasta el punto de que ya casi es determinante a la hora de decidir la permanencia en el cargo de un concejal.BERNARDO PÉREZ

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