Camarero de garrafa
Hay alcohol nacional, alcohol de importación y alcohol de garrafa. Y camareros también. El alcohol nacional es más barato que el importado, aunque no tiene por qué ser de peor calidad. Esto lo digo porque está demostrado que no todo lo caro es mejor, Sarah Jessica Parker, que tú, y tus superindependientes amigas, estáis amamonando a un montón de mujeres por culpa de todo lo que os esclavizáis para ligaros a esa pandilla de maromos que tú misma contratas para rozároslos en la serie. Y, perdón por el arrebato, también está el alcohol de garrafa, que es ése que se supone inyectan con jeringa a las botellas de marca y que se vende a tres copas seis euros. El camarero nacional, el de aquí, era un estupendo camarero de los de voy volaaando y de tengo chopitos... tengo de tó. Y era simpático y te ponía lo de siempre sin preguntarte, gritando a la barra un dooble de cerveeza y una de braaavas para Gerardoo, aunque ese día Gerardo quisiera tomarse un vermú y almendras. Pero no importaba, porque luego se acercaba y preguntaba qué tal en serio, y Gerardo le contaba lo suyo y todos tan contentos. Gerardo reconfortao para su casa y el camarero pasando la bayeta a la barra y gritando a otro que entraba al fondo hay sitio.
El de importación se divide en dos: guiri o inmigrante. El guiri trabaja en restaurantes modernos, habla inglés y es más rubio
Parece ser que ahora nadie quiere ser camarero y el nacional se debe haber hecho ingeniero o constructor y ha dejado los negocios al camarero de importación. El de importación se divide en dos: guiri o inmigrante. El guiri trabaja en restaurantes modernos y chilauts y sitios preciosos porque habla inglés y es más rubio y ya traía dinero de casa. El inmigrante, en freidurías y en cafeterías de desayunar rapidito. Y la gente se queja de que el de importación trabaja fatal y se pregunta por qué no aprende o le enseñan, que me ha tardao en poner el café un cuarto de hora y encima viene helao. Si es guiri, no importa tampoco tanto, porque ya hemos dicho que es más rubio.
Pero de siempre se sabe que generalizar es peligroso y tremendamente injusto, así que podemos recordar a aquel camarero que nació ya detrás de la barra del bar de abajo pero que jamás nos ha dado ni los buenos días en los 20 años que le llevamos pagando el café con leche. Y recordamos al brasileño aquel que llegó discretamente sin nada y que ha montado un restaurante donde da gusto comer y estar. Y también recordamos a aquel camarero que nos mira a través de nosotros mismos como si fuéramos incorpóreos. Al camarero que se comporta como si fuera más cliente que nosotros, y tuviera mejores cosas que hacer y que pensar, y que nos dice lo que hay con gesto desesperanzado, como si no hubiéramos traído dinero. Nos trata fatal, y no nos importa que sea nacional o de importación, porque, por encima de todo sabemos que es un auténtico tarugo. Es el camarero de garrafa, y se nos va inyectando poco a poco en nuestra vida de marca y sale carísimo, porque si no miras la cuenta, en el noventa y siete por ciento de los casos, seguro que estás pagándoles las sepias a los de la mesa de al lado.
Refresco del día: Obligar al camarero de garrafa a que ponga el hielo de arriba con el hueco para abajo, que si no salpica y, en vez de refrescar, molesta, que haga el favor.
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