Estoy enamorada de la vida
"ESTOY ENAMORADA de la vida". Adoro esta frase. La leo cada mes, en el momento más bajo de mi existencia, en la peluquería, cuando tengo puesta la plasta del tinte en el pelo y al mirarme al espejo me veo apta para ser contratada en La guerra de las galaxias. Afortunadamente, miro a mi alrededor y veo que hay otras alienígenas como yo, todas con los pelos para arriba, todas espantosas, todas poseídas por las revistas, chupándose el dedo y poniéndolo en ese ángulo de la página donde otras alienígenas lo pusieron antes, todas contagiándose sus pequeñas infecciones: herpes labiales, hongos, virus de la gripe. ¡Ay, qué chiquillas! Todas leyendo: "Estoy enamorada de la vida". La frase es una gilipollez como un castillo, vale, pero cuando una gilipollez se repite tanto, se convierte en genialidad. Yo (concretamente) creo que habría que rastrear en la hemeroteca para encontrar a la primera famosa que la puso en su boca. Lo más cachondo de semejante gilipollez es que cada famosa la pronuncia como si fuera la primera famosa sobre la Tierra en decirla. Ay, qué chiquillas. Cuando una famosa dice: "Estoy enamorada de la vida", lo que está queriendo decir en realidad es: "No me como un rosco", pero sería muy fuerte ver una entrevista con semejante titular. Ustedes se creen que la famosa es esa tía de vida excitante que echa polvos bajo la ducha, con el agua de la alcachofa mojando esos cuerpos furiosos de deseo, como escriben las redactoras de Cosmopolitan, que escriben unas cosas tan fuertes que, o bien es que tienen una vida sexual tan intensa que las imaginas escribiendo prácticamente desnudas mientras realizan el acto contra la pantalla del ordenador, o bien lo que les ocurre es que están enamoradas de la vida. La última cosa que leí que recomendaban era: "Pon un vibrador entre el cuerpo de tu chico y el tuyo cuando lo hacéis". Yo (concretamente) soy de las que piensan que mejor no liar más la cosa, vaya a ser que de tanto forzar la maquinaria acabemos estando enamoradas de la vida. Ustedes se creen que a la famosa no le da tiempo casi ni a ponerse las bragas entre acto y acto. Pero yo, que sé mucho más que ustedes, sé que hay muchas que no se comen un rosco. Y no por esa pamplina de que su fama intimida. Para nada. Los hombres no se acercan a la famosa porque la famosa suele ser un coñazo supino y no piensa más que en seguir siendo famosa, y por eso acaba enamorada de la vida. A mí me encantaría hacer entrevistas del corazón. Uno de los momentos cumbres de mi carrera fue cuando puse el pie en El Lerele. Para mí fue como para Ana Botella poner el pie en el Vaticano, por poner un ejemplo que ilustra. Me acuerdo que allí, comiendo jamón y bebiendo whisky, le dije a Lolita: la vida de tu madre hay que contarla, pero contarla de verdad, y la tiene que escribir un tío/a que sepa, no un hortera. Pero en España la verdad da miedo, y lo que pasa es lo que ha pasado, que al final todo acaba en boca de los cotillas. A mí me encantan los chismes. Juan Cruz lo sabe y me mandó un libro jugoso, Editar la vida, las memorias de Michael Korda, el editor de Simon & Schuster. Es un libro de chismes muy bien contados. El editor, sin nada de pedantería, cuenta sus experiencias con los autores. Él se inventó las memorias de las estrellas de Hollywood. Korda dice que en su opinión las estrellas deberían declarar sin complejos que han tenido un escribidor. Cuenta que Joan Crawford era tan vanidosa que negaba que un negro escribía para ella, hasta tal punto que cuando Korda la visitaba para charlar sobre cómo llevaba el libro, la Crawford ignoraba que el negro estaba allí, delante de ellos, dándole a la máquina. También es impagable lo que cuenta de Jacqueline Susan, una autora de best sellers que, a pesar de su nula calidad literaria, tuvo una influencia en cómo el escritor se convirtió en personaje con interés para el público. Ella inventó los saraos, las fiestas de presentación. La teoría literaria de esta escritora es impagable: "Yo escribo libros para las mujeres que leen en el metro. Ellas quieren meter la nariz en las casas de otras personas; ver fiestas a las que nunca serán invitadas, vestidos que nunca llevarán, hombres con los que nunca follarán. Pero mi truco es que todos esos personajes glamourosos que provocan la envidia de mis lectoras tienen que acabar mal, porque de esta forma ellas volverán a casa más conformes con sus miserables vidas". Jacqueline Susan llegó a competir en las listas de ventas con El lamento de Portnoy, de Philip Roth, novela que fue muy escandalosa porque contaba la vida de un adolescente judío salidísimo (él mismo) que no paraba de masturbarse. Jackie, que envidiaba el prestigio literario de Roth y tenía muy mala lengua, dijo: "No he leído su libro, pero desde luego lo que no haré, si me lo presentan, es estrecharle la mano". Me encanta el mundo del corazón, aunque no la parada de los monstruos en que se ha convertido. Estos días, según me levanto, me tiro a la calle. En este pueblo manchego no hace falta quedar con nadie porque al famoso, a la actriz, al cantante te los encuentras en cada esquina. Es lo que tiene España, que la esquina se trabaja mucho. De la esquina, ya se sabe, te vas a un bar. En el bar te enredas y el famoso más tarde o más temprano se confiesa. Luego, al despedirse, te dice: no se te ocurra contarlo. Y no lo cuentas. No lo cuento ahora, pero antes de morirme yo me despacho. Yo (concretamente) no me muero dejándome algo dentro. Quita, quita.
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