Vuelve el Navarra
De vez en cuando pasan en la ciudad cosas que llevan a pensar que, a pesar de la desenfrenada carrera hacia el falso cosmopolitismo de franquicia en la que estamos inmersos, la memoria colectiva no se ha perdido del todo. Pienso, por ejemplo, en la azarosa historia del Navarra, un restaurante que fue lugar de encuentro de la burguesía barcelonesa hace años y que, tras reconvertirse en la década de 1970 en sede del primer Burger King de España y posteriormente en un restaurante japonés, recupera ahora su antiguo nombre y su antiguo espíritu. Vuelve el Navarra, pues, aunque está por ver si volverá aquella vieja burguesía que exhibió en sus mesas sus largas horas de ocio privilegiado y si renacerán las tertulias literarias que dieron fama al local.
Jaume Casanovas, director del Navarra, explica que desde la inauguración, el pasado 8 de mayo, entran de vez en cuando clientes de los de antes que explican emocionados: "Aquí venía con mi padre" o "aquí conocí a mi mujer". Son gente que se alegra de la recuperación de un restaurante emblemático de Barcelona que ahora combina la tradicional cocina vasca con algunas concesiones a la modernidad. Pero vayamos a la historia. El primer Navarra, que entonces se llamaba Euskadi, se inauguró en la esquina del paseo de Gràcia con la calle de Casp la víspera del día de Navidad de 1932. Esteve Sala Cañadell, empresario de la restauración, quiso crear un local a la moda y se inspiró para ello en la cocina vasca, que había conocido en un viaje a San Sebastián. El éxito fue inmediato y el Euskadi se convirtió en lugar de encuentro de los que estaban à la page y de la gente de cultura. El escritor Marià Manent escribió en su dietario de los años treinta: "A l'Euskadi, força gent, algun aviador amb uniforme impecable, noies molt maquillades, burgesos". Las grandes columnas del local y su amplio interior, entre modernista y neogótico, recibieron desde el primer momento la aprobación de los barceloneses de la época.
Al final de la Guerra Civil, sin embargo, la situación cambió radicalmente. El franquismo, como hizo con tantos otros locales, obligó a cambiar el nombre del restaurante por otro "más español" y los propietarios optaron por ponerle Navarra. El color azul de los uniformes de Falange y de la Sección Femenina pasaron entonces a dominar entre la nueva clientela. Uno de los personajes que marcaron este periodo del Navarra fue el estrafalario Luys Santa Marina (1898- 1980). En realidad se llamaba Luis Gutiérrez Santamarina, pero un acentuado manierismo le llevó a incorporar la i griega a su nombre y a separar su segundo apellido en dos partes. Nacido en Cantabria, se proclamó falangista desde el primer momento y logró salvarse de la condena a muerte durante la República gracias a las gestiones de sus amigos catalanes. En la posguerra, se encargó de devolver el favor e intercedió para que se concediera el perdón al editor Josep Janés, que le publicó algún libro en su catálogo. Autor en 1939 de un encendido elogio de la Legión (Tras el águila del César), el franquismo premió a Santa Marina con la dirección del periódico Solidaridad Nacional, que ejerció durante varios años, así como la del suplemento cultural Azor. Vegetariano, amigo de republicanos y tertuliano de vocación, Santa Marina se dejó caer durante un tiempo por el Lyon d'Or, donde tenía la tertulia titular, y también por el Navarra.
El escritor republicano Max Aub, que mantuvo la amistad con Santa Marina a pesar de sus diferencias ideológicas y le visitó en su viaje de retorno a España en 1969, recuerda en La gallina ciega el ambiente de aquellas tertulias: "Café moderno. Al fondo, a la izquierda, un sofá, como para un cuadro de Solana, la tertulia de Luys Santa Marina, José Jurado Morales, unos viejos (¿quiénes? ¿cuántos años tienen? Ahí colocados como un pim-pam-pum de feria de pueblo, esperando que entre alguien y los tumbe a pelotazos: -¡A tanto la docena! Más que viejos, tallados ya en sombra entre el aluminio de los tubos y la luz de gas neón, toman café o manzanilla; vino no: infusión). Un magistrado de la Suprema Corte -allí, por poeta-, un fundador de Solidaridad Obrera, anarquista roto, de 80 años, y otros cinco o seis, ya sin nombre; cuatro poetas jovenzuelos llegan de dos en dos y se van en seguida juntos. Tienen interés en publicar en la revista tesonera de Jurado, el único todavía vivo -y no del todo- del retablo. ¿Soy de ellos? Me presentan a los jóvenes. Ninguna reacción, jamás oyeron el santo de mi apellido. El propio Luys no ha tenido interés en leer lo mío publicado aquí, ni Jurado. Curiosa conversación: no discuten de la guerra civil ni de la europea, ni hablan de política (-Cualquier política me es extraña), sino de las guerras carlistas, de Weyler, de Polavieja... Hacen buenos a los republicanos históricos de las tertulias de México".
Eran otros tiempos, sin duda, unos tiempos en que las tertulias, por rancias que fueran, no se veían amenazadas por el estrés omnipresente, ni por la televisión, ni por Internet, ni por las nuevas tecnologías. De todos modos, afirma Jaume Casanovas, "la decisión de reabrir el Navarra no se debe a motivos nostálgicos, sino a criterios comerciales". Otros tiempos, otros restaurantes. "Desde que hemos inaugurado", añade, "han pasado por aquí famosos como Imanol Arias, Boris Izaguirre y Lluís Llongueras. El hecho de estar en un lugar tan céntrico y de tener cerca el teatro Tívoli, Radio Barcelona y Radio Nacional sin duda nos favorece". Los tiempos cambian, es evidente, aunque de momento no hay noticia de que vayan a volver las tertulias literarias.
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