La flema
Los españoles contribuimos con entusiasmo a perpetuar nuestra leyenda negra. Los más aficionados somos los que tenemos la oportunidad de expresarnos públicamente. Ese tópico de nuestra cerrazón a otras culturas es defendido sobre todo por una clase intelectual que cree ver en otros pueblos, como el inglés, el colmo de la exquisitez. En España la anglofilia llega a tal extremo que los días pasados asistimos a la machacona comparación entre cómo reaccionaron los ingleses y los españoles ante sus atentados. Se aplaudía la contención británica, se le ponía ese sustantivo que de tan usado debiera estar prohibido en los libros de estilo: "la flema". Es curioso, por cierto, que la policía no echara mano de su flema innata cuando acabó con el brasileño que acorraló en el suelo. En España, las disculpas de la policía británica hubieran provocado una protesta encendida, aun cuando la derecha española ha nombrado a Blair líder espiritual. La percepción del multiculturalismo inglés es bien diferente si tienes dinero o si vas de currante o a estudiar. Como decía el otro día El Roto: "Lo bueno de viajar es que se conocen camareros de otros países". Desde luego, la cosa es más cruda cuando viajas a otro país para ser camarero. Pero conviene aceptar que la visión de cómo es el mundo la escriben los privilegiados, aunque sean de izquierdas. Todos los veranos, niños españoles, italianos, griegos, viajan a pequeños pueblos ingleses para aprender el idioma. Aparte de a la comida, tendrán que adaptarse a nuevas costumbres. Lo habitual es que establezcan lazos de afecto con la familia donde viven. Pero hay ocasiones en las que se enfrentan con algo de lo que debieran ser previamente informados los padres, un juego que se practica con cierta frecuencia entre las bandas de macarras ingleses: la caza del latino. No todos los latinos valen igual: pegar una paliza a un español da más puntos que pegar a un italiano. El lumpen anglosajón participa así, humildemente, de la furiosa tendencia clasista de los ingleses ricos. Aunque la practican, claro, con menos distinción, asaltando grupos de españoles jovencillos en los parques. Debieran informar a los padres de esta curiosa costumbre británica porque a lo mejor deciden buscarse un lugar menos exquisito.
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