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EL DEBATE SOBRE LA POLÍTICA ANTITERRORISTA
Columna
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La cuarta oleada terrorista

El frustrado intento de repetir -dos semanas después- la masacre del 7 de julio en Londres y el triple atentado del pasado sábado en Sharm el Sheij (con 88 muertos y más de 200 heridos) han escenificado la estrategia del terrorismo internacional de golpear a sus enemigos "distantes y cercanos" siempre que tenga ocasión. El recuerdo todavía vivo de la matanza del 11-M en Madrid borra las fronteras y anula las distancias a la hora de solidarizarse con las víctimas del fundamentalismo islamista sea cual sea el lugar donde haya sido perpetrado el crimen.

La simplista doctrina popularizada por José María Aznar, según la cual todos los terrorismos son iguales y no importan sus causas sino tan sólo sus efectos, constituye una malhadada invitación a la pereza mental que antes o después desplegará sus consecuencias en el terreno operativo. El empecinado esfuerzo del PP -todavía a estas alturas- por atribuir a ETA la supuesta "autoría intelectual" de los trenes de la muerte de Atocha no sólo intenta justificar retrospectivamente su intoxicadora campaña de desinformación en vísperas de las elecciones del 14-M sino que además le invalida para dirigir en el futuro una política eficaz y racional de prevención y respuesta frente al terrorismo de corte islamista. La incapacidad para aprender las lecciones del 11-M y la confusión a la hora de explicar sus orígenes desautorizan la absurda pretensión de sentar cátedra sobre la materia que Aznar y los demás dirigentes populares reclaman. Tal vez las expectativas albergadas por el presidente del Gobierno respecto a una pronta desaparición de ETA sean demasiado optimistas; sin embargo, la petulante displicencia y la injuriosa saña con que el PP rechaza esa posibilidad y considera incluso su simple enunciado como una traición a los muertos descalifican sus pretensiones.

En la obra colectiva El nuevo terrorismo islamista, dirigida por Fernando Reinares y Antonio Elorza (Temas de Hoy, 2004), David C. Rapaport establece una secuencia histórica de cuatro grandes oleadas que han sacudido el mundo desde finales del siglo XIX. Encabezan la lista los atentados iniciados en la Rusia zarista por el anarquismo, los movimientos anticoloniales posteriores a la primera Guerra Mundial y el radicalismo de izquierda (asociado en ocasiones con las reivindicaciones independentistas) surgido en el último tercio del siglo XX. A esas tres oleadas, solapadas entre sí y con una duración aproximada de cuatro décadas, le sucede ahora un terrorismo internacional basado en la identidad religiosa del que forma parte principal el fundamentalismo islamista, potenciado desde 1998 por el encuadramiento de una veintena de organizaciones en el Frente Mundial para la Yihad contra Judíos y Cruzados. Si la lucha contra la ocupación soviética de Afganistán sirvió en los años ochenta de campo de entrenamiento a miles de muyahidin, la invasión de Irak por Estados Unidos desempeña ahora la misma función.

Fernando Reinares subraya la penetración de las redes islamistas en la población musulmana europea, formada por antiguos inmigrantes y por sus descendientes nacidos y educados en países de la UE y con plenos derechos de ciudadanía. Los atentados del 11-M y el 7-J no fueron ejecutados por activistas venidos de fuera con esa misión sino por gentes instaladas en el tejido social del país agredido, incluidos algunos inmigrantes nacionalizados españoles por matrimonio y los oriundos de Pakistán nacidos en el Reino Unido. El temor a esa ubicua amenaza dentro de las fronteras europeas, focalizada contra las grandes ciudades y los medios de transporte, puede deteriorar seriamente el respeto debido a los derechos y los valores del sistema democrático a través del recelo latente hacia las minorías de religión musulmana (tan merecedora de amparo como las demás confesiones) y las manifestaciones larvadas de xenofobia racista (el demonio familiar del mundo occidental en su variante antijudía). La trágica muerte en una estación del metro londinense de un joven electricista brasileño, a quien la policía disparó siete veces a la cabeza creyendo equivocadamente que era un terrorista suicida, también enseña los peligrosos derroteros de la política de manos libres concedida por los Gobiernos a los cuerpos de seguridad.

Un técnico examina el hotel destruido en Sharm el Seij.
Un técnico examina el hotel destruido en Sharm el Seij.REUTERS

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