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Incorporar Japón e India al Consejo de Seguridad

En septiembre de 2005, más de 180 jefes de Estado y de Gobierno de todo el mundo se reunirán en la ciudad de Nueva York para celebrar el 60º aniversario de Naciones Unidas y, sobre todo, para decidir cómo tratar de evitar que el organismo se vuelva obsoleto. El orden del día incluirá temas tan importantes como la reforma de las estructuras presupuestarias, de gestión y de comités de la ONU, pero el aspecto que inevitablemente centrará la atención de casi todos será la composición del Consejo de Seguridad. ¿Aceptará el órgano responsable de mantener la paz y seguridad internacional a nuevos miembros y, en ese caso, a quiénes?

La reforma del Consejo de Seguridad es una de las prioridades de la agenda internacional desde hace ya tiempo, pero lo único en lo que todo el mundo está de acuerdo es que la situación actual es imperfecta. En Estados Unidos, muchos se preguntan por qué deben tener la facultad de otorgar legitimidad internacional países con escasa responsabilidad por la paz mundial, como Camerún, México y Angola (todos ellos, miembros del Consejo de Seguridad en el momento de la guerra de Irak), o países que no son democracias, como China. Países ricos y poblados como Japón y Alemania se quejan de que lo merecen, por lo menos, tanto como el Reino Unido y Francia, cuya pertenencia se debe a los resultados de una guerra ocurrida hace más de 60 años. Muchos africanos y latinoamericanos se oponen a la idea de que la paz y seguridad internacional dependa, sobre todo, de las decisiones de estadounidenses y europeos. El secretario general de la ONU, Kofi Annan, sostiene que el Consejo de Seguridad -en la actualidad, compuesto por Estados Unidos, Rusia, China, Reino Unido y Francia como miembros permanentes, y 10 miembros en rotación- sólo inspirará respeto, especialmente en los países en vías de desarrollo, si se modifica su composición.

¿Aceptará a nuevos miembros el órgano responsable de mantener la paz y la seguridad?
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La cuestión es cómo cambiarla, y ahí llegan los problemas. El año pasado, un Grupo de Alto Nivel para la Reforma de la ONU presentó dos opciones de modificación; ambas ampliarían el número total de miembros del Consejo de los 15 actuales a 24 y reservarían el derecho de veto para los cinco miembros que son hoy permanentes. La primera opción añadiría siete u ocho miembros semipermanentes, que rotarían con criterios regionales, y varios miembros más de turno, mientras que la segunda añadiría seis miembros permanentes y varios miembros más en rotación. Como es natural, pronto hubo unos cuantos países -Japón, Alemania, India y Brasil- que se ofrecieron de buena gana a llenar los nuevos asientos. Y como es también natural, la oferta conjunta despertó oposición inmediata: de China y Corea del Sur (contra Japón), Italia y España (contra Alemania), Pakistán (contra India) y Argentina y otros países latinoamericanos (contra Brasil). España se ha unido a un grupo de países que comprende Italia, Pakistán y Corea del Sur, y que apoya un plan alternativo para no añadir más que miembros no permanentes (10), escogidos de un grupo de aproximadamente 30. Cualquier reforma del Consejo de Seguridad necesita el acuerdo del propio Consejo (incluidos los cinco miembros permanentes con derecho a veto) y dos tercios de la Asamblea General -128 de sus 191 miembros-, y las presiones que se están ejerciendo hacen que la feroz lucha de hace unas semanas para albergar los Juegos Olímpicos parezca un juego de niños.

En este campo de minas es en el que Estados Unidos se adentró el mes pasado al insinuar que Washington seguramente va a proponer que no se añadan más que dos miembros permanentes, y que uno de ellos será Japón. Y, aunque el presidente Bush aseguró hace poco al canciller alemán, Gerhard Schröder, que "no se opone" a la candidatura de ningún país concreto, varios funcionarios estadounidenses han dejado claro en privado -y de manera brutal- que Alemania no está en su lista.

La Administración tiene seguramente razón al decir que lo mejor sería hacer una reforma limitada, ampliar el número total de miembros del Consejo a unos 20 e incorporar a Japón y probablemente India al grupo permanente. Japón es un contribuyente clave de dinero y personal para las fuerzas de paz, e India es una democracia en alza que representa a la sexta parte de la población mundial. Es más difícil defender que sean miembros permanentes Alemania -porque ya hay dos miembros permanentes de la UE- y Brasil, cuyas aportaciones no destacan especialmente en comparación con las de otros miembros de turno. Incluir a Japón e India serviría además para mejorar el equilibrio entre representatividad (al dar más voz a Asia y los países en vías de desarrollo) y eficacia (el Consejo tendría todavía una dimensión lo suficientemente pequeña como para poder funcionar). Y sería un error decir que esta opción no concede voz a regiones como Latinoamérica y Oriente Próximo, porque el nuevo Consejo incluiría alrededor de 13 asientos rotatorios, un 30% más que en la actualidad. Incluso el Consejo actual, el supuestamente ilegítimo, cuenta con una representación de ámbito bastante extendido, con Argelia, Argentina, Benín, Brasil, Dinamarca, Grecia, Filipinas, Rumania y Tanzania.

La reforma del Consejo de Seguridad no es competencia exclusiva de Estados Unidos, desde luego, y no hay ninguna garantía de que Washington pueda obtener el apoyo de 128 países miembros al plan esbozado anteriormente. Pero lo mismo ocurre con las demás propuestas. Si no se puede alcanzar un consenso sobre un plan de reforma viable, más valdrá no hacer ninguna reforma.

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