Oremos
Monseñor Fidel Herráez, obispo auxiliar de Madrid, ha pedido a sus curas que celebren rogativas en las iglesias para implorar al cielo que suelte la lluvia de una vez. No se descarta sacar a san Isidro en procesión si persiste la pertinaz sequía. Si llueve a gusto de todos, aunque a golpe de letanías, muchos ciudadanos agnósticos están dispuestos a llegar y besar al santo. Pero estos métodos son arriesgados. En un pueblo de la sierra madrileña, de cuyo nombre no logro acordarme, organizaron en los años treinta rogativas para el mismo fin. Al cabo de tres días de procesiones con una imagen de san Roque, cayó tal pedriza que echó a perder lo poco que quedaba de cosecha. Los lugareños se amotinaron contra san Roque y lo encerraron en un sótano durante cinco lustros.
Una cosa es lo que nosotros necesitamos, y otra lo que el Ser Supremo piensa al respecto. Los caminos del Señor son tan insondables que los creyentes madrileños están perplejos; y los no creyentes, también. Madrid es una ciudad cada vez más violenta y crispada. Las escenas del otro día en el Congreso fueron aún más bochornosas que este calor impresentable. La marimorena del palacio de San Jerónimo es la peor publicidad posible para la capital. De nada sirve que el Real Madrid promocione a la Villa por América y Asia si Zaplana sigue enseñando los colmillos en el centro de la capital. Los guiños constantes de ciertos sectores de la derecha y de la Iglesia madrileñas a los ultras provocan estupor e indignación, incluso entre los seguidores y votantes de esas tendencias. Con la que está cayendo en el mundo, algunos diputados se permiten el lujo de omitir el dolor universal con disputas navajeras. Madrid no se merece esto.
Monseñor Herráez, organice usted rogativas para que los leones de las Cortes impidan el paso a individuos de talante asilvestrado, tanto de una parte como de la otra. Pero no saque usted a san Isidro en procesión, porque el pueblo de Madrid, si sale mal la cosa, puede montar otro motín de Esquilache y hacer pagar el pato a un inocente. Oremos, hermanos.
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