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VISTO / OÍDO
Columna
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Comparaciones

Dicen que las comparaciones son odiosas. No lo creo. Ciencias y artes nacen de comparar, comprobar, medir, rectificar o continuar. Es verdad que se les puede añadir odio, incluso mucho odio. Como el que inspiraba el miércoles a los diputados del PP en el Congreso. Para hacer comparaciones valiosas conviene tener un sentido de la realidad y no un fanatismo feroz. Es cierto que hoy un gobierno puede ser responsable de todo, porque ahora tenemos democracias totalitarias, estados que al meterse en todo, hasta en las casas de los ciudadanos, y en la creación continua de la burocracia, merecen el título negro de totalitarios. Aun así, comparar el Prestige y su chapapote con el incendio de Guadalajara no tiene sentido, excepto el de la guerra de partidos. Se condenó aquello por el no querer ver de la autoridad: por sus partidas de caza, por sus negaciones, por su incapacidad. El fenómeno duró mucho tiempo. Sirvió para un movimiento insigne, el de Nunca Máis. Quizá aquellas cacerías y las manifestaciones hayan servido para que Fraga se tenga que ir a la oposición, de la que nunca debió haber salido. En este caso, los muertos han sido agentes gubernamentales, que acudieron inmediatamente a la extinción. El accidente siempre es hijo de sí mismo, y en España lo es, además, de la ineficacia. En las fronteras debía haber un cartel: "España: no funciona".

Se ha inundado de máquinas electrónicas que nadie sabe hacer funcionar ni reparar. Han venido de pronto, más que en ningún sitio: quizá porque llevábamos años, siglos, de retraso con respecto a Europa; quizá, por sustituir la mano de obra contra la que también hay un odio desde las guerras de clases: incluso cuando es más barato el hombre que la máquina, por los gastos de entretenimiento, dicen que ésta es preferible porque no hace huelgas, ni se embaraza, ni se casa.

Ésa es otra historia. Lo que quiero decir es que estos perdedores, que se dan cuenta de que cada hora lo son un poco más, comparan lo incomparable. Enseñan cómo los británicos no han acusado a Blair por el atentado: pero es que Blair, tan desagradable como es, no les ha mentido. En esto, quiero decir. El que haya visto la sesión del Congreso el miércoles sabrá quién es el responsable de la descomunal bronca hasta que fue vaciada: quién utiliza la vieja dialéctica de llevar la democracia al borde del abismo. Y la buena educación.

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