El miedo empieza a calar en Londres
Los conductores de dos líneas del metro se negaron a continuar trabajando tras la alerta, mientras cunde el recelo hacia ese transporte
Con los británicos la procesión va por dentro. El espíritu del blitz que ayudó a los londinenses a resistir los bombardeos nazis durante la II Guerra Mundial se ha recordado sin tregua en la prensa británica, en alabanza al estoicismo y a la rapidez con las que los habitantes de la ciudad han devuelto la normalidad a sus vidas desde los atentados del 7 de julio. Pero los incidentes de ayer en el metro demuestran que la intimidación que persiguen los terroristas comienza a hacer mella.
A media tarde de ayer, la BBC informaba de que había trenes en dos líneas de metro, la Piccadilly y la Bakerloo, que no estaban en funcionamiento porque los conductores se negaron a trabajar tras las alertas de seguridad en la red. Ambas líneas permanecían cerradas, por lo que London Underground -la compañía que gestiona el metro de la ciudad- calificó de acciones de los empleados.
La ciudadanía comienza a sentirse intranquila. Jennifer es una británica que cuando ayer a la vuelta de la oficina recogió en el colegio a su hija Grace, de 3 años, se encontró atrapada junto a la estación de metro de Shepherd's Bush -en el oeste de Londres- sin poder regresar a casa a causa del amplio cordón policial instalado en la zona. "Los dos caminos por las que puedo volver a casa están bloqueados", dice Jennifer. "Voy a esperar hasta que retiren el cordón. He llegado aquí y me he encontrado con mi suegra, que tampoco puede llegar a casa". Jennifer tiene miedo a coger el metro. "Ayer cogí el metro y estaba muy nerviosa. Me voy a Mallorca dentro de unas semanas y me preocupa viajar. No pienso cancelar las vacaciones, pero estoy nerviosa. Esto cada vez se vuelve más y más horrible". Jennifer asegura que desde el 7 de julio una amiga suya va andando a todas partes y ya no coge el metro.
Daniel, un joven desempleado que vive en White City, al este de Shepherd's Bush, tampoco coge el metro. Sólo autobuses. "Y pienso seguir cogiendo sólo autobuses. No tengo miedo, pero sí aprensión". Daniel, que lleva casi cinco horas esperando a que retiren el cordón policial, había salido a comprar el periódico y una bebida, poco antes de las 12.00, cuando la policía evacuó la estación de metro de Shepherd's Bush que da acceso a la Hammersmith Line. Daniel tendría que caminar durante dos horas bordeando el cordón para llegar hasta su casa. Dice que está enojado.
Julia, una estudiante de Psicología de 20 años que ha venido de Eslovaquia para pasar el verano en Londres y aprender inglés, está muy preocupada. Está intentando llamar a su familia por su móvil, para decirles que está bien, pero no consigue comunicar con ellos. Sus amigos la han llamado para decirle que se vuelva a casa. A Julia le tiemblan los músculos de la cara mientras cuenta: "Tenía una reunión con una familia en ese café de ahí, al otro lado del cordón, a las dos, pero no he podido llegar. Voy a trabajar de au-pair en su casa. Pero tengo miedo. A lo mejor me vuelvo a Eslovaquia. Sólo cojo autobuses. El metro, no".
En Londres cada vez hay menos británicos y más gente como Julia, que llega a la ciudad para estudiar o colmar ambiciones profesionales. Y pese a la tranquilidad aparente, identificada por los británicos con el espíritu del blitz, la estrategia del terror y la intimidación, junto con las interrupciones en la vida de la ciudad que ocasionan los atentados -sean mortales o no-, comienza a intranquilizar a los londinenses más vulnerables.
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