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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Una noche con Dyango

Todo empieza por culpa de Àlex Torío, un cantautor al que admiro apasionadamente. Le entrevistan en el programa El ombligo de la luna, de Radio Nacional, porque está dando una serie de conciertos en clubes de Londres. El caso es que, en un momento de la charla, explica que tiene toda la discografía de Dyango. Eso me sorprende. Àlex Torío es lo opuesto a Dyango. Tiene 31 años, hace música independiente, canta en inglés, le comparan con Tom Waits y Leonard Cohen, pincha en la sala Razzmatazz (con gran criterio). No le pega ser fan de Dyango. Pero lo es. En la entrevista con Ana Solanes, nos descubre canciones de Dyango sorprendentes, como Señor Muñoz, en la que un Dyango social eleva su voz por los despidos anticipados. Comprendan pues que, al terminar la entrevista, lo único que tengo en la cabeza es ser testigo de una cena entre Dyango y Àlex Torío. Lean la impresionante crónica del suceso:

No les explicaré los prolegómenos. Saltemos esa parte y vayamos al instante del encuentro. Dyango está en la barra del restaurante bebiendo vino. Àlex Torío llega con su hermano Marc, también seguidor del cantante. La explicación de este fanatismo nos la cuentan enseguida. Cuando eran pequeños, los hermanos Torío vieron nacer un invento que contribuiría decisivamente a hacer crecer su fervor por Dyango: el casete autoreverse. Este aparato propició que las innumerables horas que los dos niños pasaron en el coche de sus padres yendo y volviendo del delta del Ebro escucharan, una y otra vez, el mismo LP de Dyango. Dyango entró en sus vidas sin que lo decidieran, como entraron en sus vidas los guisos maternos, y ahora Dyango y los guisos maternos forman parte de ellos.

Nos sentamos a cenar y Dyango contesta a todas nuestras preguntas. "Yo siempre he cantado", nos explica. "Era el niño tonto del barrio que siempre cantaba: 'Encima las montañas tengo un nido". Serrat dice que soy el que tiene más sentimiento. Sí, la canción La radio la hice para Josep Cuní. He estado en discográficas como la EMI, que entonces estaba en la calle de Urgell. Me acuerdo de que en esa época los técnicos usaban guantes, porque los aparatos que tenían costaban fortunas. Ahora, toda mi música la hago en mi estudio, con todos los adelantos". Muy interesado, Àlex le pregunta: "¿Grabas con metrónomo siempre?". Dyango sonríe. "Siempre. Pero hago lo que quiero, ¿eh? Es la ventaja de ser músico". Y con la mano hace uno de esos gestos característicos de Dyango, como de apartar moscas. "Pero tener estudio propio es una ruina".

Con la segunda botella de vino, la conversación deriva hacia el humanismo. Le pedimos detalles de la letra de la canción Amar; por ejemplo, qué ha querido decir con "amar es la prisa de un día normal, amar es la sombra de un cañaveral" o, sobre todo, "amar es un duende en apuros". Al cabo de unos decilitros más, los cuatro ya cantamos Buenos días, corazón, totalmente entregados. A veces, Dyango se sorprende, porque hay canciones suyas que no recuerda y, en cambio, los hermanos Torío sí. "Es que algunos temas míos sólo los he cantado el día de la grabación y ya está...".

Elogiamos el tema Esta noche quiero brandy, en la que Dyango pierde a la esposa embarazada y pasa su primera Nochebuena en soledad, confortado por el alcohol. "Una amiga de mi madre", nos cuenta él, "siempre dice que no me quiere escuchar porque soy muy triste y en las canciones todas las mujeres me abandonan". Casi indignados, Àlex y su hermano protestan: "No, siempre, Dyango, no siempre. Tenemos que recordarte que en tu canción con el dúo Pimpinela eres tú quien se queda con la chica".

Nos traen grappa y limoncello. "Yo creo", dice Àlex Torío, al tiempo que mezcla temerariamente los dos licores en un vaso, "que en tu disco Entre la espada y la pared el bajista es superbueno". Sorprendido, Dyango afirma con la cabeza. "Sí que es bueno. Pues ese bajista es de estudio". Y tararea: "Ra, ri, ro, re...". Y Àlex añade: "¡Ah!, y te felicito por la música de Ahora ¿qué?". Bruscamente, Dyango deja la copa vacía en la mesa, como un jugador de dominó con la ficha que cierra la partida. "¡Me cago en la...!", exclama. "Esta canción es mía, ¡te gustan todas las que he compuesto yo!". Nos mira. "Y eso es porque él es músico". Àlex Torío se anima: "El arreglo de viento es brutal, Dyango. Un poco a lo Frank Zappa". Pero, contra todo pronóstico, el increíble Dyango no se inmuta demasiado por la comparación. "Sí, sí, ya le conozco, ya... Pero no sé...". Y nos habla de David Civera. "El chico es fanático mío y decía que su máxima ilusión era cantar una canción conmigo. Hicimos el Volverte a ver a dúo y al chaval se le saltaban las lágrimas". Eso nos lleva a preguntarle por la película El mundo es de los jóvenes, que protagonizó. Y por Al fin solos, que es su disco más vendido, del que se hicieron dos millones de copias. "¿Tenéis Dyango Tango?", nos pregunta. "Es una de las cosas más bonitas que he hecho en mi vida. Y tendríais que comprar Himnos al amor". Se interrumpe, porque un grupo de chicas se sienta a nuestro lado. Una de ellas espera un hijo. "Es bonito ver a una mujer embarazada...", murmura. Y le damos la razón, pensando que la vida es extraordinaria. Dyango no lo sabe, pero cuando se vaya y nos quedemos Al fin solos, nos pondremos a cantar canciones suyas al piano hasta muy tarde.

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