Hermoso luto
Dígase ya: fue un concierto marcado por la sensibilidad, el primor, el encanto, la sutileza y la memoria. Dígase también: fue un concierto generacional para peinar canas y reverdecer recuerdos. Ocurrió en el Poble Espanyol y fue oficiado por Silvio Rodríguez, un sacerdote laico y poeta ungido por el poder de la palabra. Como se sabe estimado, Silvio Rodríguez se quiso a sí mismo y a su público, y estuvo durante dos horas y media dándole vueltas a una misma idea: el mundo está mal y solamente nos cabe usar palabras.
Se acompañó por un milimetrado grupo de contrabajo, guitarra, percusión y flauta. Anotó en su repertorio canciones de su nuevo trabajo, en el que por supuesto hay referencias a la iniquidad que tiene lugar en Irak, y recuperó piezas antiguas grabadas entre 1968 y 1972 que aún no se han editado. Fue el caso de Matador, una canción que denuncia la agresividad propia de un mundo tan digital como el nuestro. Por supuesto, el trovador no olvidó sus clásicos; aunque, para disgusto de los seguidores que presenciaban el concierto con entrega casi mística, Silvio Rodríguez omitió Unicornio azul.
Silvio Rodríguez
Poble Espanyol. Barcelona, 17 de julio.
En cada uno de sus temas, o casi, el cantautor explicó las razones que le habían llevado a componerlo y contra qué protestaba. Didáctico como un maestro de escuela y, como un maestro de escuela, convencido de la necesidad de su trabajo. En el caso de Silvio Rodríguez además parece obrar el convencimiento de que su mirada es necesaria, justa y liberadora. Nada que objetar. Las ideas son libres. Tampoco tuvo objeción musical un buen concierto -más allá de las reiteraciones que, por otra parte, conforman estilo-. Eso sí, era difícil no pensar que aquello no hacía sino certificar el fracaso de una generación que se ha tragado sus esperanzas porque o no ha llegado al poder o cuando lo ha hecho se ha empachado. Por ello el concierto fue tan bonito como triste. Hermoso luto.
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