Memorias de la magdalena roja
Isabel Coixet ha terminado su última película, La vida secreta de las palabras. La verán el último día de agosto los espectadores del Festival de Venecia, y después la podremos ver todos en España. Es capaz de cantar, hacer imitaciones, expresar con onomatopeyas lo que le sugiere la vida a una mujer que ha hecho de la curiosidad su razón de ser, y sin embargo cuando se produce el silencio ella se manifiesta como los fundidos y como las reflexiones de sus películas (Cosas que nunca te dije, Mi vida sin mí). Y es que ese aspecto público de su expresión, risueña, veloz, es la parte de delante de su personalidad; detrás, dice, es pesimista, negativa, tiene encima el peso del planeta; es más, como si todo lo que ocurre y fuera malo la tuviera a ella como responsable. Es barcelonesa, nació en 1962 y cree que en el origen de su vida hay una mezcla explosiva que le marcó la personalidad. Autora del libro La vida es un guión, entre sus últimos trabajos está la puesta en escena de 84 Charing Cross Road, sobre el libro del mismo título de Hellen Hanff (Anagrama), ya estrenada en Barcelona y que en enero viaja a Madrid. Aquí hallarán algunos retazos de su vida.
La magdalena. "Yo creo que lo que ha marcado mi vida es la mezcla explosiva que se produjo desde mi infancia. Vengo de una familia obrera convencida de que la cultura, y sobre todo los libros, era fundamental para salir adelante. Así que a los doce años leía a Marcel Proust y en casa se vivía la conciencia de clase, de modo que esa mezcla entre Karl Marx y la magdalena de Proust es la que me determinó, seguramente... Mi padre es de Barcelona, se llama Juan, y fue trabajador de FECSA, y mi madre se llama Victoria Castillo, y es de Salamanca; vino a trabajar a Barcelona, y allí hizo de todo, desde trabajadora en una fábrica hasta criada de casas... Tuvieron un noviazgo largo y después les estafaron con el piso que compraron para casarse... Ambos tenían claro que la única manera de salir adelante es con la cultura, y tenían libros en casa, desde Pearl S. Buck hasta Azorín... De Pearl S. Buck recuerdo haber leído con gran placer aquella La buena tierra que con tanta intensidad retrató a las mujeres que trabajan... Y les gustaba mucho el cine; para ellos, ir al cine era algo sagrado... Y me llevaban... Recuerdo Isadora, aquella escena en la que Vanessa Redgrave rompe la licencia de matrimonio de sus padres. ¡Así que desde ese momento deduzco que el matrimonio es malo!".
En el cine. "Veía Atila, las películas de guerra, y me gustaban mucho los libros... Y un día me dije: 'A mí me gustaría hacer películas'... Me veía los ciclos de Truffaut, de Visconti, en televisión, y al cumplir los catorce años pedí como regalo La pasión de Juana de Arco, de Dreyer... De una forma ilógica pero real me di cuenta de que con el cine se podían hacer y decir cosas muy importantes... Me quise ir a aprender cine a Roma, y hasta los dieciocho años no pude hacer cursos, así que hice Historia, y eso me vino muy bien. Yo creo que el director de cine ha de ser un humanista, saber de qué va el mundo, quiénes somos, y para eso me sirvió mucho aprender historia... Tuve dos maestros excepcionales, Joseph Fontana y Alexandre Cirici... Fontana es el profesor que mejor definió el sentido de la historia, y recuerdo de Cirici un paseo por la Gran Vía de Barcelona... Inolvidable cómo mezclaba la historia con la vida... Y en 1985, gracias a la ley Miró, hice mi primer largo, Demasiado viejo para morir joven... Fue un fracaso en todos los sentidos, y hasta ocho años después no me atreví de nuevo...".
Ahora. "¿La palabra con la vida más secreta? Deseo, sin duda. Y tengo muchas palabras secretas; vivo en una especie de oscuridad luminosa... Y eso le digo a los actores: aunque esté oscuro, húmedo y frío, siempre hay una esperanza, nosotros seguimos nadando".
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