El séptimo monólogo de Armstrong
El estadounidense logra que se rindan Basso y Ullrich, que le atacaron duramente en una etapa ganada por un austriaco
Fueron 15 segundos de diálogo a golpes. Fue hora y media de monólogo con secundarios de fondo. El público, aburrido, abandonaba la sala. El director del equipo, Johan Bruyneel, sonriendo a medias en su silla de director, recogía algunas enhorabuenas. Y alguna pulla. "Ya es la séptima vez que haces la misma película con el mismo protagonista, ¿no te aburres?", le espetan los críticos. "No, en absoluto", responde. "No hay más preguntas". Pista.
"Y, además", le vocean, mientras acelera su coche, Starsky y Hutch rechinando sobre la grava en una persecución, hacia el pie del puerto. "Lo mejor de la película, que han sido los diálogos, no eran cosa tuya. Tú sólo te conformas con el monólogo...".
El corredor tejano tampoco pudo levantar los brazos en triunfo en la segunda llegada en alto
El diálogo, corto, tajante, monosílabos entrecortados, interjecciones, fue cosa de tres, de Vinokúrov, de Ullrich, de Basso. La réplica, discurso largo, monótono, repetido, fue cosa de uno sólo, de Armstrong.
Al pie de Pailheres, gigante escondido en los Pirineos pobres, en el patio trasero del país de los Cátaros, desenfundó Vinokúrov. Pam, pam. Dos disparos secos. Ante el primero, Armstrong, el cowboy que había jurado no responder nunca a las provocaciones del kazajo insurrecto que tanto dolor de riñones le provocan, se dejó llevar por su sangre caliente y respondió casi tan rápido, pam. Ante, el segundo, prefirió mirar para otro lado mientras a la rueda del ciclista de azul turquesa se iban corriendo Basso, Ullrich y alguno más de los que pasaban por ahí. No Armstrong. No Armstrong, que encima se había quedado solo, aislado, sin equipo, sin guardia de seguridad.
Esto promete, decían los críticos de primera fila frotándose las manos. Por fin un poco de ritmo, una película de acción. Basta ya de minutos y minutos morosos, de un pelotón en fila al tran-tran de siete tipos vestidos de gris y azul y uno de amarillo. Acción, acción. Más protagonistas, más actores. Que nos echen una película coral, sin buenos ni malos, sin protagonista único. Su lejana llamada le llegó a Mancebo, que le ha cogido el gusto a los primeros planos. Ésta es la mía, se dijo. Que se enteren, voy a darme el gustazo de entrar otra vez a relevos con Armstrong, me voy a poner de acuerdo con él para ir a por estos fugados. Bravo, bravo, gritaron los críticos, abanicándose, sudorosos, emocionados, mientras Mancebo torcía el cuello, sacaba los dientes y la joroba, componía su estampa y tiraba de Armstrong. Y así siguieron unos segundos más hasta que sus gritos se congelaron en sus gargantas. El tiempo que tardó Armstrong en bajar al coche de su director, echarle un vistazo a su guión, aclararse la garganta y dar comienzo a su monólogo. Plis, plas, en dos pedaladas ágiles sobre su bicicleta se alejó del abnegado Mancebo, clavado sobre el asfalto, áspero, lija gruesa, y alcanzó a aquellos que parecían alados caballos, al Ullrich que, como los críticos, llegó a pensar que esta película saldría diferente, al Basso que llevaba semanas anunciando su ataque en los Pirineos, al Vinokúrov, que puesto el petardo se había descolgado. Al calor, a la canícula, la última esperanza de los revoltosos, Armstrong le abrazó como a un hermano. Fin.
Fue un monólogo, espectacular aunque muy visto, ante secundarios, espectaculares y muy vistos también. De toda la vida. Pasada como un espejismo la renovación de los Alpes, Valverde, Rasmussen, Mancebo y su nuevo brillo, se volvió a los de siempre. A Ullrich, segundo en tres de los seis Tours del tejano, a Basso, segundo el año pasado. Ambos terminaron mirando para atrás, calculando lo que les podrían sacar a los seguidores, no a su acompañante. Y Mancebo, el mejor español, el único que salió por la tele, volvió a su ser, volvió a ser el 'nuestro Paquito' que dice Unzue. Mejor que el año pasado, mejor que ningún año, más cerca que nunca del grupo de Armstrong, pero siempre persiguiendo por detrás, siempre lejos de su sueño de podio. Ayer, dijo Jalabert por televisión, hizo algo alucinante: tiró de un grupo de chuparruedas comandado por el danés Rasmussen, que sigue segundo de la general durante toda la ascensión del Pailheres, durante casi toda la subida a la estación de esquí final. Lo hizo a su ritmo, inmutable y tenaz, sin estar nunca más lejos de 55 segundos de Armstrong ni a menos de 40.
Un único punto satisfizo a los críticos cinematográficos del filme propuesto por el Discovery en el primer día pirenaico: Armstrong no fue, finalmente, todopoderoso, y tampoco en la segunda llegada en alto pudo levantar los brazos en triunfo como habría deseado. Se le adelantó Georg Totschnig, un veterano austriaco (34 años), miembro de la fuga matinal, un cabezón que se agarra a la carretera y aguanta todo lo que le echen. Es el primer austriaco que gana una etapa del Tour desde el sprinter Max Bulla, triple ganador en el Tour del 31.
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