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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Atrocidades sin fin

Un terrorista suicida mató el miércoles a más de veinte niños en un suburbio chií de Bagdad. La explosión del coche bomba, dirigido contra una multitud infantil a la caza de los caramelos que repartían los soldados estadounidenses, hirió a casi un centenar más. A las carnicerías como ésta, similar a otra que en septiembre pasado se llevó por delante a 34 niños, se las califica de acciones de la guerrilla, de la insurgencia o de los rebeldes iraquíes. La situación en Irak ha llegado a tal extremo de degradación, también conceptual y moral, que consiente la aplicación de tales eufemismos a psicópatas a los que tanto da volarse contra un convoy de soldados que hacerlo junto a un colegio o en la cola de un mercado.

La matanza indiscriminada y masiva se ha convertido en el método por excelencia de la rama de Al Qaeda que dirige el jordano Al Zarqaui y que se atribuye la mayoría de los ataques suicidas que desangran un país donde en los últimos tres meses vienen muriendo en atentados casi un millar de personas cada mes. Semejante yihad incondicional contra el invasor y sus "heréticos" cómplices interiores no excluye a los más inocentes. En cualquier caso, son los civiles las víctimas propiciatorias de esta guerra oficialmente no existente.

Tanto para Estados Unidos como para el Gobierno democrático de Irak debería estar claro a estas alturas que el poderío militar no basta para derrotar al terrorismo islamista. Hacerlo requerirá -en Bagdad y en cualquier otra parte del planeta- la cooperación imprescindible del mayoritario mundo musulmán moderado.

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El presidente Bush sigue aparentemente sin comprenderlo. Su Administración no sólo ha fallado en la búsqueda de alianzas en países musulmanes como parte indispensable de cualquier estrategia antiterrorista. Ha fracasado también en su primera y más obvia tarea sobre el terreno, la de intentar identificar primero y dividir después a los diferentes grupos a los que se enfrenta.

Las noticias sobre contactos entre militares estadounidenses y sus enemigos, confirmados recientemente por el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, son escasas y oscuras. Lo mismo puede decirse de los intentos que protagoniza el Gobierno dominado por los chiíes que dirige Ibrahim al Jafari. Lo peor es que ni Washington ni Bagdad parecen saber muy bien quién es quién en el confuso y amalgamado campo enemigo. Se trata de una desinformación letal que es consecuencia directa del garrafal manejo por la Casa Blanca de la ocupación iraquí.

Han pasado más de dos años desde la invasión de Irak. Pero en su renovada cruzada propagandística, la Administración de Bush mete en el mismo saco simplificador a extremistas suníes, partidos religiosos chiíes o nacionalistas árabes. A los ojos de los ciudadanos occidentales, la resultante es un magma amorfo, cuyas particularidades e interconexiones se desconocen, que opera como una fuerza omnipresente y es capaz de sembrar el país árabe cada día con mayores atrocidades.

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