Ángel Alonso de Marfá, neurocientífico
Hay veces que los acontecimientos nos dejan literalmente sin palabras, incapaces de aceptar lo ocurrido, de poderlo contar. A los 48 años y con una brillantísima carrera científica por delante, Ángel Alonso nos ha dejado, hace unos días, para siempre. Hará como un mes y medio que había estado en nuestra Universidad, impartiendo un curso de Doctorado en Neurociencia. Llegó como siempre lleno de energía, de sugerencias para hacer nuevos experimentos, de preguntas para nuestros colaboradores y doctorandos. Incluso, nada más regresar a McGill University, en Montreal (Canadá) donde había creado su grupo de investigación, recibió la buena nueva de la renovación de su proyecto de investigación, lo que garantizaba su futuro en dicha institución, y el de sus colaboradores, por otros cuantos años. Y días después, una enfermedad fulminante se lo ha llevado casi de repente.
Ángel estaba muy cerca de descubrir los mecanismos neuronales que subyacen a la memoria a corto plazo, esa que nos permite recordar un número de teléfono por unos segundos, o ubicar con facilidad el sitio donde acabamos de dejar las llaves del coche. Pero con ser tan importante la investigación que se traía entre manos, no se daba la importancia (ahora tan corriente) que otros se dan, para lo poco que hacen. Era modesto en su propia valoración, pero tremendamente exigente en la precisión de lo que se decía o dejaba de decir respecto a su tema de trabajo y a muchos otros aspectos de la fisiología cerebral.
Ángel estudió Biología en la Universidad de Barcelona y a comienzos de los años ochenta se incorporó a ese semillero de neurocientíficos que se formó en el Hospital Ramón y Cajal de Madrid alrededor de los profesores Elio García-Austt y Washington Buño. Durante varios años, Ángel sufrió las vicisitudes típicas de todo científico español que se precie: contratos precarios, inseguridad laboral permanente y riesgo continuado de cierre del lugar de trabajo.
Entre 1986 y 1989 realizó una estancia en el Departamento de Fisiología de la New York University, bajo la dirección del Profesor Rodolfo Llinás, donde lo recuerdo literalmente pegado a su reducido espacio de investigación, robando horas al sueño, en pos siempre de un último registro de actividad neuronal.
Aunque trató de reincorporarse a nuestro país, la falta de oportunidades laborales y las dificultades para la financiación de la investigación lo llevaron a marcharse a principios de los años noventa a McGill University, donde ha desarrollado sus tareas de investigación hasta el momento de su fallecimiento. A lo largo de su carrera científica, Ángel publicó más de 60 trabajos y revisiones sobre temas neurocientíficos en las mejores revistas de la especialidad como Nature, Neuron o Journal of Neuroscience.
Ahora que trato de hacer memoria de todas las ocasiones en que pude hablar con él, durante sus visitas a nuestro laboratorio, o en los fugaces encuentros durante los congresos anuales de la Society for Neuroscience, siempre le recuerdo hablando de ciencia, siempre al tanto de lo que se acababa de publicar, de lo que sería interesante hacer en los próximos meses. En su última visita nos convenció con su ímpetu habitual de llevar a cabo un experimento conjunto entre nuestros laboratorios de Sevilla y Montreal. En un tiempo como el presente donde hemos de soportar tantos suflés científicos, que se desinflan como un globo tan pronto se les hurga un poco, una figura de la valía humana y científica como la de Ángel Alonso se echará en falta por años.
José M. Delgado García es presidente electo de la Sociedad Española de Neurociencia.
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