Luchar hasta el final
Esta vez en Londres, en el centro y bajo tierra, en la oscuridad de los túneles del tube, la red de metro que ha simbolizado la urbanidad para generaciones de ciudadanos en todo el mundo. El escenario en el vientre de la ciudad era, si cabe, más atroz y aterrador que el de Madrid. La casualidad quiso que las bombas explotaran al día siguiente de que el Comité Olímpico Internacional (COI) declarara a Londres sede de los Juegos Olímpicos del año 2012. Pero sólo eso fue casualidad. Por lo demás fue un atentado perfecto, la oleada de bombas que estallaron en el transporte público londinense el jueves causando decenas de muertos y centenares de heridos, y el caos y el terror en toda la ciudad. Las fuerzas de seguridad estaban volcadas en la cumbre del G-8 en Gleneagles, en Escocia. Tony Blair recibía allí a los jefes de Estado y de Gobierno de los otros siete países más industrializados del mundo, pero también a los líderes de China, India, México, Brasil y Suráfrica, invitados para buscar una estrategia común para afrontar dos problemas planetarios: el hambre y el subdesarrollo en África, y el cambio climático. No era ésta una cumbre para tratar sobre dificultades en las relaciones entre los ricos, sino para coordinar un esfuerzo colectivo a fin de sacar del pozo negro de la miseria a una parte del mundo. Era muy difícil encontrar mejor momento para que el mensaje terrorista tuviera la dimensión deseada.
Es un desafío contra un 'todo' absoluto, el sistema de relaciones internacionales, sociales o humanas que han forjado lo que conocemos por civilización
Habían de demostrar -lo han conseguido- que toda la comunidad internacional es objeto de su sagrada ira. Por supuesto que los intentos de afrontar problemas del mundo no les afectan ni interesan. Por el contrario, esta cumbre y su contenido les daba ocasión de mostrar su desprecio hacia los conceptos de progreso, solidaridad y cooperación internacional. En Gleneagles estaba toda la comunidad internacional. Ocasión ideal, por tanto, para hacer la manifestación más nítida de ese "nihilismo" del que ya habló André Glucksmann tras el atentado de las Torres Gemelas, y de proclamar con mayor rotundidad aún que en Nueva York, Casablanca, Bali o Madrid que sus enemigos son todos menos ellos mismos.
"Ellos o nosotros"
No ha sido un ataque específico contra George Bush, ni contra el capitalismo occidental, ni contra un rey musulmán cómplice de Occidente, ni contra el turismo ni contra Blair y su perseverancia en Irak. Ha sido un ataque contra estos objetivos parciales a un tiempo, pero además es un desafío contra un todo absoluto, el sistema de relaciones internacionales, sociales o meramente humanas que han forjado lo que conocemos por civilización. Ya habían planteado la guerra en estos términos antes. Pero este atentado reúne como ninguno las condiciones para lanzar a la humanidad el mensaje de que la guerra sin tregua se dirige contra la propia organización de las sociedades y Estados, contra la voluntad misma de buscar fórmulas de solucionar problemas, de paliar penurias y de hacer algo más fácil y, por tanto, un poco más feliz la vida de los individuos. No plantean alternativa a la muerte, salvo una imposible esclavitud global bajo los designios de un dios enfurecido, la Nada. Nos comunican a todos que se trata de "ellos o nosotros". No habrá cuartel en esta guerra a la que quizá hayan de acostumbrarse generaciones futuras.
Sin duda, Londres era el escenario idóneo. Lo sabían ellos como los servicios de información británicos que ya hace meses decían que "se sabe que va a haber un atentado en Londres, lo que no sabemos es cuándo". A algunos extrañaba que no se hubiera producido antes. Igual que el tube es el símbolo de la ciudad, Londres lo es de la libertad individual para el mundo democrático. Ninguna ciudad se ha enfrentado tan sola a la agresión de un totalitarismo, ha resistido en situación desesperada, aguantado cuando los demás flaqueaban y luchado hasta la victoria.
Blair ha mostrado la misma determinación a combatir hasta el final a los agresores que en su día contagió Winston Churchill a los londinenses. Su mensaje no es menos claro que el de los terroristas. Se trata de "luchar por nuestros valores y nuestra forma de vida". La contienda será larga, habrá bajas y sufrimiento, pero se luchará hasta el final porque no hay alternativa. Con un enemigo enfrente que no busca sino tu destrucción, es inútil y muy peligroso buscar causas antropológicas a su conducta o conciliaciones imposibles. Esta guerra planteará serios dilemas morales y demandará recortes a la libertad en aras de la seguridad. Las democracias habrán de tener cuidado de no perder en la lucha los valores que defienden en ella. Lo que debería estar claro es que nadie puede soñar con una paz por separado.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.