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Crónica:A MANO ALZADA
Crónica
Texto informativo con interpretación

No demos lecciones a nadie

Se ha criticado en la televisión pública la prudencia de las autoridades londinenses al no elevar inmediatamente la cifra de muertos, cuando todo indicaba que serían muchos más. Un presentador de las noticias de la noche llegó a afirmar que los ciudadanos londinenses estaban siendo tratados como menores de edad, y esto le parecía, dijo, grotesco. Conminaba, pues, a los responsables londinenses a tratar a la ciudadanía de otro modo, digamos que de un modo adulto, como se hace aquí.

Esto me pareció inaudito. Sobre todo porque saltaba a la vista que los londinenses se han comportado con una serenidad ejemplar a la vez que con un sentido de la solidaridad extremadamente práctico. ¿Con qué derecho nos permitimos dar lecciones a nadie y, todavía menos, a un pueblo que siempre ha demostrado un espíritu cívico y un pragmatismo fuera de toda discusión? Si la policía londinense actúa con esa cautela se debe a su seriedad y a su rigor ajenas por completo al sensacionalismo o a la ligereza tan frecuentes entre nosotros. Si protegen a las víctimas de un exhibicionismo en las imágenes es porque su estilo no acepta ofrecer carnaza como ocurrió por desgracia en Madrid el 11 M. ¿Lo hemos olvidado? Más que aleccionar, deberíamos aprender.

La violencia es inherente al deporte tal como lo ejercitamos. Los pueblos son rivales

Horas antes de los atentados de Londres, y al conocerse que esta ciudad había sido elegida para albergar los Juegos Olímpicos de 2012, una columnista terminaba su patriotero artículo con estas palabras: "Pero qué ganas tengo de que les llueva en agosto de 2012".

En descargo de esta columnista hay que decir que nadie esperábamos las bombas asesinas contra unos ciudadanos justamente satisfechos por la decisión del COI, y a los que el terror no les permitió ni siquiera disfrutar de su triunfo. Pero, dejando esto aparte, la frase no dejaba de ser una ruin expresión de envidia.

En 1945 George Orwell escribió un breve ensayo titulado The Sporting Spirit (el espíritu deportivo) en el que aseguraba que no se ha demostrado que las competiciones deportivas produzcan el buen entendimiento de las naciones. Más bien, sostuvo Orwell, ocurre lo contrario, y ello por la misma naturaleza del deporte, que es competición, es lucha por obtener el triunfo de la forma que sea. Y ponía el ejemplo del boxeo, del rugby (sobre todo en su versión norteamericana) y hoy añadiríamos el jockey sobre hielo. La violencia es inherente al deporte tal como lo ejercitamos. Los pueblos son rivales. Son enemigos que se enfrentan. Lo demás son zarandajas y negocio.

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George Orwell citaba los Juegos Olímpicos de 1936 como un ejemplo de utópica fraternidad que, a los tres años de celebrarse, daban paso a una guerra mundial sin precedentes en la Historia.

La intervención de la reina Sofía en Singapur hablando como un Pontífice en varias lenguas para implorar en vivo y en directo que los Juegos se celebrasen en España no me gustó. No me gustó que la esposa del Jefe del Estado resaltara como un mérito excepcional el hecho de que la Familia Real fuera una familia deportista modélica: su esposo, el rey Juan Carlos, era un gran navegante; su hijo el Príncipe era un consumado regatista,; las infantas eran, caballista una y experta en vela la otra, y el yerno era jugador de balonmano. ¿Y qué? ¿No es Putin cinturón negro de judo? ¿Y los niños de Putin, no corren o saltan, o lanzan el disco?

El video español mostraba aperitivos de copita andaluza, zapateados y caballerías en lontananza, rostros de famosos pero ningún toro vivo, muerto o en trance de morir en ninguna plaza española. ¿Nos avergüenza la Fiesta Nacional? ¿Por qué no desfilaron los mozos de la Estafeta, o los manifestantes en cueros vivos contra la tortura taurina? ¿Por qué ocultaron al rejoneador hundiendo con saña la pica en el pescuezo del animal ensangrentado?

Hace ya mas de tres décadas un periódico me pidió que entrevistara en Londres a los responsables de un programa contra la contaminación atmosférica que en poco tiempo redujo los humos y gases nocivos en la ciudad a unos mínimos sorprendentes. En Madrid nos asfixiábamos (mas o menos como ocurre ahora) aunque en cada plaza existía un equipo muy sofisticado para medir la contaminación. Un experto londinense fue al grano: "Olvídense de medir y actúen. Deben prohibir las calefacciones de carbón. Pongan límites de emisión de monóxido de carbono en los vehículos....". Y me entregó una pormenorizada lista de actuaciones. Publicamos la lista. Pero nadie le hizo el menor caso. Siguieron midiendo el mal sin ponerle remedio alguno.

Cuentos

Carlos Pérez tuvo la idea de montar una interesante exposición de cuentos ilustrados bajo el título de Libros para la Infancia. Desde que conozco a Carlos Pérez no acostumbro a perderme ninguna de sus exposiciones en los bajos del Muvim (Museu Valencià de la Il.lustració i de la Modernitat). Además, Carlos Pérez es escritor. He leído sus relatos Fish & Chips, ilustrados por Marcelo Fuentes, y esto me ha servido para entender mejor sus proyectos culturales. Los relatos de Carlos Pérez me recordaron los microgramas de Robert Walser, inquietante escritor que acabó recluido en un manicomio, que es otra clase de museo. Wasler escribía en papeles usados, sobres y márgenes de periódicos. Le daba igual. Lo que le importaba, y le bastaba, era el acto de escribir.

Carlos Pérez trajo, como digo, a Valencia una exposición de cuentos infantiles de medio mundo, todos ellos ilustrados por grandes maestros del género de los años veinte, que es cuando el arte y la pedagogía experimentaron grandes cambios.

En La lengua salvada, Elías Canetti, el Nobel búlgaro, recuerda la enorme importancia que tuvo en su infancia no sólo su padre como tal padre (al que perdió a los siete años) sino su padre como lector de cuentos junto a su cama. En la confusión de idiomas que rodeaban al escritor (el español sefardí, el alemán, el búlgaro, el inglés), el pequeño Elías se sentía seguro escuchando los cuentos que le contaba su padre.

He visitado esta exposición del Muvim con una curiosidad creciente. Me ha devuelto a mi propia infancia, a los primeros recuerdos. Y son esos recuerdos y esas emociones los que me empujaban de una vitrina a otra.

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