Miel amarga
La primera novela de Vanghélis Hadziyannidis (1967) resultó un éxito tal de crítica y lectores que, al poco tiempo de publicarse, se encontraba entre las más galardonadas del año en Grecia -recibió el prestigioso Premio Diavazo- y fue traducida a varias lenguas. Lo cierto es que se trata de una novela rara, en el sentido de poco común. Esta rareza puede deberse a que Hadziyannidis prescindió de ubicar los sucesos en un momento histórico preciso y a que, del mismo modo, lo único que llegamos a averiguar sobre el lugar donde acontecen los hechos es que se trata de una isla griega. En un mercado literario dominado por metanarraciones historiográficas (el género estrella de la posmodernidad, que suele entreverar lo histórico y lo imaginativo) resulta refrescante la aparición de un relato que no se jacta ni del espacio ni del tiempo. A este respecto Las cuatro paredes da la impresión de cernirse en el aire, haciendo eco a los mundos míticos del boom latinoamericano, pero sin su ruptura de los límites entre lo real y lo mágico.
LAS CUATRO PAREDES
Vanghélis Hadziyannidis
Traducción de Inés Martín
Tropismos. Salamanca, 2005
228 páginas. 15 euros
Si esta rareza puede ser sólo circunstancial, el desparpajo de la novela, la agilidad narrativa del autor y, sobre todo, el ingenio para saltarse todas las reglas de la verosimilitud no parecen tan efímeros. Hadziyannidis normaliza situaciones improbables desde el comienzo de la novela. Por ejemplo, mucho después de que el cura del pueblo le pida al protagonista que acoja en su alquería a una mujer coja que ha llegado en circunstancias extrañas a la isla, y mucho después de que éste ceda a la petición del cura y la mujer se instale en su casa, se descubre que ésta no ha llegado sola, sino que ha traído consigo a una hija. A partir de ese momento el narrador va hilando, uno tras otro, misterios y anticipaciones que mantienen la intriga candente, hasta el punto de que al lector le trae sin cuidado la verosimilitud de los detalles.
]]>Las cuatro paredes,]]> por otra
parte, cumple más que de sobra con la probabilidad requerida en una fábula moral. La novela narra la aventura apícola que emprenden el protagonista y Vaya, la mujer que ha llegado a la isla huyendo de su familia política. P. Rodakis, incitado por Vaya, abandona su trabajo de albañil para dedicarse por completo a la apicultura. Entre los dos, pero sobre todo gracias a la perseverancia de Vaya, logran recuperar la fórmula floral que utilizó el padre de P. Rodakis y llegan a producir una miel extraordinaria a la que llaman "Angelical". Poco a poco, por culpa de la fama que adquiere esta miel, empiezan a llegar las desgracias. Vaya, que nunca se alejaba de la casa por miedo a que diesen con ella, muere el día que decide aventurarse fuera de las cuatro paredes. Por otro lado, P. Rodakis cae en manos de un abad trastornado que quiere conseguir la fórmula de la miel. Como el protagonista se niega a entregársela, el abad lo encierra en una cueva durante meses, hasta que lo rescatan otros hombres que, al igual que el abad, buscan la misma fórmula. La libertad de P. Rodakis, sin embargo, traerá consigo una sorpresa, que no voy a desvelar.
Si la novela fuese esa fábula moral que mencioné antes, la moraleja podría ser que no hay dulce que no tenga su punto de amargor. O que la envidia no perdona al éxito. Pero la novela incluye también una reflexión sobre la libertad, las huidas y las búsquedas, sobre la familia, los afanes de los hombres y la justificación de los fines a los que aspiramos. Sospecho que la carcajada final quiere ser más transvaloradora y nietzschiana que moralista, y tal vez por ello deja un sabor de boca agridulce, el mismo que se paladea al acabar un buen libro.
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