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Columna
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Síndrome de estancamiento

Antón Costas

Leo en la prensa que la Generalitat ha encargado la realización de un sondeo para conocer el grado de receptividad que muestra la ciudadanía a la reforma del Estatut y de la financiación autonómica; al parecer, las cuestiones que preocupan (o que más ocupan) a nuestros políticos no son las que gozan de prioridad entre la población, sin que eso signifique que les sean indiferentes. Probablemente la razón de ese distinto grado de prioridad está en que los políticos tienden a ver esas reformas como un fin en sí mismas, mientras que para la mayoría de ciudadanos serán relevantes en la medida en que permitan mejorar sus condiciones de vida presentes y sus expectativas sobre el futuro.

No he tenido ocasión de enterarme de cuáles son las cuestiones concretas que más preocupan a los catalanes, pero mi propio sondeo cotidiano me lleva a hacer un diagnóstico: Cataluña padece una patología que podríamos llamar síndrome de estancamiento, que experimenta aquel que vive la experiencia angustiosa de quedar rezagado después de haber sido un líder, ya sea un atleta de élite, una empresa, una organización o un profesional de cualquier actividad. De poco sirve que ese estancamiento sea real o percibido como tal, porque el hecho es que se vive con angustia.

Esa patología también puede aplicarse a las colectividades en su conjunto, como la catalana actual. La continua y casi patológica comparación con Madrid que a diario se practica entre nosotros tiene mucho que ver, a mi juicio, con esa experiencia de estancamiento en términos comparativos. En un terreno más general, ese síndrome se manifiesta también en la preocupación, por no decir terror, con que se ve la competencia de China y otros países asiáticos, así como la de los nuevos socios de la Unión Europea. El pánico de la industria textil, de la auxiliar del automóvil, de la metalmecánica y, en general, de toda la industria manufacturera a no ser capaz de hacer frente a la nueva competencia de esos países es una experiencia que viven con ansiedad todas aquellas personas y poblaciones afectadas por el anuncio de deslocalizaciones.

¿Cuáles son las causas de esta patología? Nos engañaríamos a nosotros mismos, y nos equivocaríamos a la hora de ponerle remedio, si pensásemos que el origen está en la insuficiencia de autogobierno y de la financiación autonómica. Eso puede ser importante para la solución de nuestros males, pero no es su causa. Las causas son endógenas, están en el interior de la sociedad y la política catalanas. Lo sorprendente es que esas causas tienen mucho que ver con el propio éxito anterior y con las virtudes y valores que en el pasado provocaron el liderazgo económico y social de Cataluña en España.

Cataluña fue la fábrica de España y mantuvo un liderazgo económico indiscutido, basado en la industria manufacturera intensiva en mano de obra. Ese liderazgo se apoyó, y a su vez creó, en unas pautas de conducta y unos valores que fomentaban el esfuerzo personal, el trabajo bien hecho y los valores individuales y familiares. En un mercado pequeño y protegido como fue el español del siglo pasado, esos valores y actitudes dieron lugar a una organización empresarial basada en la familia y a una estructura industrial y comercial minifundista. Cataluña sigue siendo la comunidad española y la región europea con mayor número de establecimientos comerciales minoristas y pequeñas empresas. Lo pequeño era considerado hermoso.

Pero lo que en el pasado fue motor del éxito y del liderazgo puede convertirse en una rémora cuando las cosas cambian y llegar a transformarse en obstáculo insuperable para adaptarse o responder a los nuevos patrones organizativos, industriales, financieros y comerciales que se están mostrando muy eficaces en otros lugares. El problema surge porque al mismo tiempo que intentamos introducir esos nuevos patrones de éxito, tenemos que pensar cómo adaptamos la vieja industria manufacturera intensiva en mano de obra y minifundista a las nuevas condiciones de competencia que introducen China y otros países emergentes. Ése es un esfuerzo tremendo que no tienen que hacer aquellos que se incorporan a la nueva economía globalizada sin el peso del pasado exitoso. En este sentido no es cierto, como muchas veces decimos, que Madrid haya despegado con tanta fuerza por el solo hecho de ser la capital del Estado y de haberse visto favorecida con importantes recursos públicos. Lo ha hecho porque ha podido incorporarse a este mundo desbocado sin la carga psicológica que significa el síndrome de estancamiento.

En nuestro caso, vencer las resistencias que surgen de los viejos valores y adoptar las nuevas pautas organizativas, financieras y comerciales que exige la nueva economía es fundamentalmente una tarea endógena, de la propia sociedad y de las políticas públicas catalanas. No depende de la reforma del Estatut ni de la financiación, aunque puedan contribuir a forjar una nueva etapa de liderazgo. Pero lo fundamental es reintroducir valores y actitudes favorables a la iniciativa, al riesgo y a pensar y actuar a lo grande. Cierto elitismo empresarial basado en los valores de la vieja burguesía manufacturera y comercial es más un handicap que una ventaja. Cataluña ha dejado de ser, en gran medida, una sociedad meritocrática y amante del riesgo. Y por eso tiene que volver a convertirse en tierra de oportunidades, atractiva para todos aquellos que quieran prosperar y hacer fortuna.

¿De dónde vendrán esos nuevos valores y actitudes que sean capaces de forjar una nueva etapa de liderazgo económico? Sin desmerecer las capacidades autóctonas, pienso que el nuevo dinamismo económico y social vendrá de la inmigración, tanto de la que procede de lugares cercanos como la que viene de lejos. Así sucedió en el pasado, tanto en Cataluña como en otros lugares. De hecho, ya en la vieja Grecia, culta y elitista, el dinamismo económico residía en los metecos, la parte de población con origen en la imigración a la que en muchos casos se negaba la ciudadanía griega. En nuestro caso, mi confianza está depositada en los nuevos metecos catalanes. No pasará más de una década antes de que veamos aparecer nuevas fortunas catalanas con origen en los inmigrantes. Ése es mi deseo. Ellos contribuirán a acabar con el síndrome de estancamiento.

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