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Columna
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Cuerpos

Manuel Vicent

Desde lo alto del acantilado, que se levanta sobre el mar, es imposible distinguir si los dos cuerpos tendidos en la playa nudista pertenecen a dos hombres, a dos mujeres o una pareja de distinto sexo. Están expuestos al sol, uno junto al otro, y a esta distancia se les ve del tamaño de un par de cerditos rubios, pelados. En la playa no hay nadie más. Los dos cuerpos palpitan frente a la inmensidad del mar, bajo el firmamento bruñido como un diamante. Parece que la luz del mediodía los ha sumido en un profundo sueño, dentro del cual puede que sus sentidos perciban todos los olores agrestes que brotan con violencia de las plantas agarradas a la pared de la cala. Ahora uno de los cuerpos, no se sabe si de hombre o de mujer, se ladea hasta apoyarse en un costado y comienza a acariciar a su pareja con un gesto de la mano reiterativo, casi mecánico. El acantilado tiene una resonancia extraordianria. Ofrece tres ecos a los chillidos de las gaviotas y ahueca los golpes del oleaje en cada caverna hasta llevar su sonido a la cima. Parece que las caricias han activado a la otra persona dormida, que pronto responde a la llamada del sexo. Los dos cuerpos entrelazados comienzan a agitarse. En medio de la naturaleza la acción de esta pareja es insignificante; los latidos de su sangre son nada si se comparan con el pulso del mar, pero sus primeros gemidos de placer puede que hayan llenado los pliegues de la brisa porque poco después unos gritos desaforados llegan hasta lo alto del acantilado como si fueran aves que hubieran aprovechado la corriente térmica del aire para elevarse. Si algún observador decidiera despojarse de la belleza de este grandioso paisaje y reducir la pasión de estos dos cuerpos enigmáticos a una cuestión de género masculino y femenino estaría vulnerando a la naturaleza entera: ni el mar guardaría en su seno un abismo inexplorado, ni la palpitación de la tierra abrasada se fundiría en el aire con el violento perfume de hierbas silvestres ni este silencio planetario podría crear ningún alma. He aquí dos cuerpos que se atraen, se buscan, se aman hasta alcanzar el punto culminante del éxtasis. Desde esta altura no se puede distinguir si son dos hombres, dos mujeres o una pareja de distinto sexo, pero su orgasmo dual ha llegado a la cima del acantilado junto con los chillidos de las gaviotas. Ahora se zambullen desnudos en el mar y el agua azul los diluye sin que ningún código, ninguna moral, ningún registro civil pueda impedir la felicidad de sus cuerpos indescifrables.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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