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Crítica:GUITARRA | VII Encuentro Ciutat de Torrent
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un sueño

Poner a Hopkinson Smith como broche para la entrega de premios de un encuentro de guitarra resultó bien acertado: es, sin duda, un buen ejemplo a seguir para cualquier músico joven -aunque también para los viejos- , por la manera de abordar las piezas y por su capacidad de hacer tangible el amor de un intérprete hacia su instrumento. En este caso se trataba del laúd renacentista, pero Hopkinson Smith trabaja también con otros antiguos miembros vinculados a la cuerda pulsada, y en 1991 lo vimos en Valencia utilizando, junto al laúd, la vihuela y la guitarra de cuatro cuerdas. Hoy, como entonces, fue perceptible un cuidado especial, casi un mimo, no sólo hacia la música que interpreta, sino hacia el objeto que la produce.

VII Encuentro Internacional de guitarra Ciutat de Torrent

Entrega de premios y actuación de Hopkinson Smith (laúd renacentista). Música francesa e italiana de principios del siglo XVI. Auditori de Torrent, 30 de junio de 2005.

Antes de su recital se otorgaron los premios de este séptimo encuentro organizado en Torrent. El primero fue para el guitarrista de Algeciras Juan Ignacio Rueda, y el segundo para Alberto de Blas, quien recibió también el premio extraordinario al mejor intérprete de guitarra de la Comunidad Valenciana. El tercero correspondió a la coreana Eun Han, y hubo menciones de honor para Joan Aracil y Luis María Regidor.

La actuación de Hopkinson Smith, que en su anterior visita abordó compositores españoles, estuvo centrada esta vez en música francesa e italiana del siglo XVI. Dedicó buena parte del recital a Pierre Attaignant, más conocido en su faceta de impresor y editor que como compositor (fue el primero en introducir los tipos móviles para la impresión musical en Francia, y editó una gran cantidad de obras, para laúd entre otras cosas). Smith tocó tres piezas conservadas gracias a su edición y otras cinco que, además, eran propias. Hizo también tres obras de un manuscrito veneciano del XVI, tres de Francesco da Milano y dos de Albert de Rippe. En casi todas ellas dio, previamente, una breve y clara explicación en torno a la música o al compositor. Y, en todas, encontró una forma de tocar tan delicada como el sonido de su laúd. El público, manifiestamente electrizado por unas maneras aparentemente tímidas pero, en el fondo, bien seductoras, rodeó al intérprete con uno de esos silencios absolutos que sólo consiguen los grandes: ni una tos, ni la envoltura de un caramelillo, ni un roce con el programa. Sólo se escuchaba -más suave imposible- el laúd y la respiración, algo agitada, del americano.

La polifonía se hizo diáfana y parecía fluir naturalmente, como si no hubiera costado ningún esfuerzo de realización, ni al compositor ni al intérprete. El fraseo, libre y expresivo, pero no amanerado. Y el virtuosismo, ajeno por completo al circo. De bis A Dream, de John Dowland. Como todo el recital.

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