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Columna
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Hielo

ES MUY raro que un ser humano no se solace con los defectos de un rival amoroso, tanto más caricaturizados cuanto éste encima resulta victorioso en la lid erótica. Tal fue lo que ocurrió al pintor Oliver Lyon, cuando, al cabo de los años, ya siendo un retratista famoso en la sociedad británica de fines del XIX, se reencontró con su amada, Everina Brant, la que tiempo atrás le dio calabazas, convertida en la señora del apuesto coronel Capadose. Este casual reencuentro, que podría haberse saldado con unas migajas de nostalgia, cobró, no obstante, un torvo y obsesionante impulso cuando el pintor desdeñado descubrió que el guapo y encantador Capadose era un consumado embustero, un virtuoso de la mentira. A partir del momento de esta revelación, el resentido Lyon no puede vivir sino para mostrar al mundo la auténtica faz de este petimetre enmascarado, consolándose ante sí mismo por esta interesada bajeza con el cuento de la humillación continua que debe padecer su amada al estar unida a un farsante. Obviamente, siendo pintor, casi huelga apuntar que su venganza consistió en hacer un retrato del coronel como el prototipo del mentiroso que, en el fondo, era.

Éste es, en esencia, el argumento de la novela El mentiroso (Editorial Funambulista), de Henry James (1843-1916), recién vertida al castellano. De todas formas, por muy enredosa que sea cualquier intriga amorosa, el siempre sutil James la retuerce más al complicarla, no sólo planteándonos si acaso podemos vivir en falso, sino, sobre todo, al confrontar la falsedad de la vida con la falsedad del arte, pues no deja de ser maliciosamente significativo que un retratista famoso, llamado Lyon -nombre cuya traducción castellana podría ser "enredador"- pretenda desvelar la psicología de un embustero -en inglés: a lying- mediante su artificiosa copia en un lienzo. En realidad, según transcurre el relato, James se las arregla para solapar las intrigas artísticas del pintor con las ingenuas invenciones de este pobre mentiroso compulsivo, al fin y al cabo, también, a su manera, un artista del engaño, porque fantasea sin causa, ni interés.

Publicada, por primera vez, en 1888, un año antes de que lo hiciera Fuerte como la muerte, de Guy de Maupassant, y dos antes de la celebérrima El retrato de Dorian Gray, de Oscar Wilde, por citar un par de ejemplos de novelas contemporáneas sobre las cuitas de pintores también dedicados a retratar y sobre el papel del retrato, ésta de James es una especie de autorretrato del artista como tal y su función tan insidiosamente afín a la de un mentiroso. Significativamente, el 14 de febrero de 1888 se inauguró, en el Museo del Louvre, la llamada "Sala de retratos de pintores", en la que el crítico Castagnary logró reunir 104 autorretratos de artistas, ante la cual el mordaz Félix Fénéon se despachó a gusto: "El ejemplo de Londres, de los Uffizi y el de los Animales pintados por sí mismos justifica mal esta fantasía de estadístico maniaco. Cuatro alineaciones de morosos maniquíes tocados con peluca y enarbolando la paleta, constituye un espectáculo helador". Reconozcamos, sin embargo, que James le pone un poco de calor a la mentira.

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