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Reportaje:NUESTRA ÉPOCA

El hospital del mundo

Timothy Garton Ash

Está bien tener muchos hermanos", me dice en tono solemne Tamir, del Kurdistán iraquí. "Así, si alguien te hace algo malo, tu hermano le hace algo malo a él". ¿Te refieres a matarle, por ejemplo? "¡Sí!", ríe Tamir.

Tamir (he cambiado su nombre y el de la mayoría de los que aparecen en este artículo) es un limpiador en el hospital donde involuntariamente he pasado los últimos días. Forma parte de la legión de trabajadores de distintas nacionalidades -Uganda, República Checa, Zimbabue, Trinidad, Kurdistán, Filipinas, Alemania, incluso alguno de Inglaterra- que han pasado por delante de mí vestidos con los diversos uniformes del mayor ejército de Gran Bretaña, el Servicio Nacional de Salud (NHS, en sus siglas en inglés).

Las camas del hospital están separadas sólo por cortinas, de modo que es posible oír todas las conversaciones: la situación ideal para un escritor
Me siento orgulloso de ser ciudadano de un país que cree que merece la pena gastar en ayudar a los más pobres y los más ancianos a conservar la dignidad
Con el envejecimiento de su población nativa, el futuro de Europa es el que representa Fred: un anciano blanco atendido por trabajadores inmigrantes

Mi cama la hacen Xhara, de Uganda, y Joseph, que, según acaba de descubrir ella, es de Zimbabue. Mientras colocan las sábanas se oye este diálogo:

Xhara: ¿Fuiste a la manifestación contra Mugabe por lo que está haciendo, expulsar a la gente de sus casas?

Joseph (con aire incómodo): No. Y sabes qué, eran más bien cabañas, no casas. Y, desde cierto punto de vista, se puede decir que esas personas eran como una enfermedad social.

Xhara: Bueno, pero antes deberían haberles construido casas nuevas.

Joseph: Ah, es el juego político.

Xhara: Sí, ya sabemos que la política es un juego, pero creo que tú eres un hombre de Mugabe (carcajadas).

Joseph, sonrojado, murmura una vaga negativa. Sin embargo, cuando vuelve a tomarme la tensión, insiste en que Mugabe ha hecho mucho por la educación (en su país, Joseph era maestro), la sanidad y la independencia del país. "Y aunque sea un dictador, sigue siendo mejor que Idi Amín". Me parece difícil encontrar un elogio menos convincente. De todas formas, la economía va tan mal que su mujer y él han tenido que venir y trabajan en el NHS.

Joseph está especialmente de acuerdo con la incautación de las tierras de granjeros blancos en Zimbabue. Pero después viene a verme una enfermera con el cutis de un precioso color miel. No acabo de identificar su acento. ¿De dónde es? "Zimbabue... ya sabe, Rodesia". Sí, sus padres eran terratenientes, y sí, les expropiaron. Así que también ella vino a trabajar para el NHS. Este hospital británico empieza a parecerse a la estatua de la Libertad: traedme a vuestras masas pobres y apiñadas, deseosas de respirar aire de libertad.

La enfermera que peor me cae es Milada, una joven enorme y mandona de la República Checa. Ni siquiera unas cuantas palabras murmuradas en su checo natal la ablandan. Sólo la oigo reír en una ocasión, cuando le pido su opinión sobre el nuevo presidente checo, el economista thatcheriano Václav Klaus. "Klaus", dice, "es un idiota. ¡Un auténtico idiota!". Esto, dicho en voz muy alta, con acento checo, con una o corta y dos t. Rematado por una gran carcajada eslava que despierta al anciano de la cama de al lado. Hace 20 años le habría sido muy difícil venir a trabajar aquí, y quizá habría dudado, como ahora Joseph, en criticar a su presidente, incluso en el extranjero. En cambio, ahora, "¡Klaus es un idiott!".

Jóvenes y extranjeros

Aunque los empleados son, en su mayoría, jóvenes y extranjeros, los pacientes de esta sala son, sobre todo, mayores, blancos y británicos. Tienen anticuados nombres ingleses, como Reg, Jack y Fred. Las camas del hospital están separadas sólo por cortinas, de modo que es posible oír todas las conversaciones de los demás, aunque ellos tienen la sensación de que están hablando en privado: la situación ideal para un escritor.

Lo que oigo, e incluso veo un poco cuando las cortinas están corridas, es una conmovedora cultura asistencial. Nos inundan con viejos apelativos afectuosos: "Aquí están tus pastillas, mi amor"; "vamos, cariño". Amor, amorcito, querido, cielo, cariño. Dirigidos con acentos de todo el mundo a Fred, un anciano de pelo blanco que no es capaz de comer ni levantarse sin ayuda. A Fred, bien entrado en la séptima edad, que decía Shakespeare, le dedican los mayores cuidados. Incluso la mandona Milada encuentra una palabra amable para él. "Muy bien, cariño", dice una enfermera inglesa, "esta noche nos toca Marcos, capítulo 2". Mientras anochece, suena a través de las cortinas el Evangelio de San Marcos, leído de lo que Marilyn Monroe llamó una vez "ese libro del señor Mr. Gideon", en voz muy alta, porque Fred, además, está sordo. Es maravilloso ver cómo se esfuerzan todos, cada uno a su manera, para dar a ese pobre viejo el mejor regalo de todos: su dignidad.

Por lo que he podido ver, el tratamiento médico es de primera categoría. La comida es sorprendentemente buena e incluye un menú de platos elaborados con la ayuda de siete grandes cocineros británicos. Los enfermeros me cuentan que los sueldos van mejorando poco a poco. Lo único que me parece todavía muy irregular es la limpieza, que es algo inferior a las condiciones sanitarias que encontré hace poco en un hotel modesto de Bucarest. Ahora bien, lo mejor es esa cultura de la atención.

Mi estado ligeramente febril hace que, en un momento determinado, me haya puesto a pensar que me sentía orgulloso de ser británico, una frase que apesta tanto a chauvinismo que nunca la utilizaría en mi sano juicio. Pero es verdad, lo que he visto en esta sala del NHS me hace estar orgulloso de ser británico, mucho más que cualquier victoria militar, cualquier triunfo deportivo, cualquier Gobierno, monarca o ceremonia. Me siento orgulloso de ser ciudadano de un país que cree que merece la pena gastar toda esa parte del dinero que ganamos en ayudar a los más pobres y los más ancianos a conservar una mínima dignidad. Orgulloso de esa lluvia de palabras cariñosas que con tanta facilidad parecen acostumbrarse a utilizar unos empleados mal pagados de Trinidad, Filipinas, Zimbabue y el Kurdistán, la versión británica de algo que es universal.

De pronto se me ocurre: "Mierda, la gente va a querer que comente algo sobre la cumbre de la UE". Pero la verdad es que, en este momento, lo último sobre lo que me apetece escribir es ese puñado de oportunistas cansados, reciclados y cortos de vista a los que ridículamente llamamos "líderes europeos", y que están destrozando un proyecto fantástico delante de nuestras propias narices. ¡Que les den!, pienso en mi estado ligeramente febril. Quiero escribir sobre esta sala de hospital, un espectáculo mucho más estimulante. Y entonces me doy cuenta de que, al escribir sobre esta sala de hospital, en realidad, también escribo sobre Europa.

Con el envejecimiento de su población nativa, el futuro de Europa es el que representa Fred: un anciano blanco atendido por trabajadores inmigrantes y al que dan de comer empleados extranjeros. Una prueba importantísima que tiene que superar Europa es la de saber si somos capaces de exponer las normas básicas de nuestra sociedad de tal manera que los inmigrantes -sean laicos, cristianos, musulmanes o chinos- puedan aceptarlas y adoptarlas porque sintonicen con las suyas. Por lo que he observado -reconozco que durante poco tiempo-, el Servicio Nacional de Salud lo está consiguiendo con su cultura asistencial.

Elección histórica

Más en general, el NHS representa una elección histórica, nacida del enfrentamiento entre el capitalismo industrial, por un lado, y los movimientos laborista, socialista y comunista, por otro. Es la versión británica de ese capitalismo más humano y democrático que han escogido casi todos los países europeos, en sus diferentes formas. Al salir del hospital, estoy más convencido que nunca de que es la opción acertada. Y de que la verdadera pregunta que tienen que hacerse nuestros dirigentes en Bruselas es ésta: en un mundo completamente transformado por la desaparición de las barreras al comercio y el auge económico de Asia, ¿cómo demonios vamos a poder seguir financiándola? Necesitamos una respuesta mejor que la de Tamir.

Hospital del University College de Londres.
Hospital del University College de Londres.ULY MARTÍN

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