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Análisis:A pie de obra | TEATRO
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Neil Labute cambia de piso

Marcos Ordóñez

Neil Labute tiene dos obras en cartel en Londres. Hasta ahora, su casa británica era el Almeida, donde estrenó todas sus piezas anteriores. Del Almeida ha pasado al Donmar Warehouse, con This Is How It Goes. Y al Guielgud, en pleno West End, con Some Girls, quizá por el tirón comercial de su protagonista, David Schwimmer, de la serie Friends. También hay un cierto cambio de tono en esos textos. Labute no ha perdido su corrosión habitual, pero parece más tranquilo, más adulto. Hay más humor y, sobre todo, una mirada más comprensiva hacia sus personajes: reparte mejor el juego. Hablando de tonos, Some Girls es un declarado homenaje a Eric Rohmer, a quien ha dedicado la obra. Cuatro conversaciones sobre la fragilidad del amor y la dificultad del compromiso. Su protagonista es un serial quitter que, a punto de casarse, viaja de Seattle a Nueva York para reencontrarse con sus antiguas amantes y averiguar por qué sus historias se fueron al garete. Entre el Bobby de Company y el nadador del cuento de Cheever: un viaje, río arriba, hasta las fuentes de lo que pudo ser y no fue. Labute ha escrito Some Girls para David Schwimmer (que, por cierto, suena casi igual que swimmer, nadador) y está claro que utiliza su arquetipo televisivo -desvalido, peterpanesco- para mostrar cómo la vulnerabilidad puede ser una máscara, una coartada perfecta para esquivar la vida. Es un procedimiento muy similar al que utilizó Jean Eustache con Léaud, desmontando el muñequito de Antoine Doinel en La maman et la putain. Tres cuartos de lo mismo sucede en This Is How It Goes, un trabajo mucho más enrevesado, concebido específicamente para Ben Stiller, que la estrenó en el Public Theater neoyorquino en marzo pasado, con dirección de George C. Wolfe. En el Donmar la ha montado otro de los pesos pesados de la escena americana, Moises Kaufman, con, qué casualidad, otro Ben, Ben Chaplin, al que recordarán en La verdad sobre perros y gatos. Dos Ben para un mismo perfil -el nerd, el perdedor divertido y metepatas- al que también se hace girar sobre su eje para que una nueva luz revele su lado oscuro. El protagonista de This Is How It Goes ("así es como va" o, en este caso, "así es como pasó") se autodefine como un "ex" vocacional: ex soldado, ex marido, ex abogado. Fue el gordo gracioso de la clase, Mr. Comedy, y ahora ha vuelto a su pueblo natal y quiere escribir una novela. De hecho, nos la va a contar. Advirtiéndonos de que es un narrador poco fiable, que no cuenta las cosas como sucedieron sino como las recuerda o las imagina. También nos advierte de que va a guardarse algunas cartas en la manga, a escamotear información, porque así lo hacen sus autores preferidos. Los personajes y el escenario, una pequeña ciudad del Midwest, parecen de Updike, pero el narrador se diría que ha leído lo suyo a Henry James. Decide que la novela comience a la entrada de un supermercado, donde se encuentra con Belinda (Megan Dodds), su amor de juventud, su amor imposible. La cheerleader más guapa se ha casado con Cody Flying Phipps (Idris Elba), el mejor atleta del instituto, y ahora uno de los hombres más ricos del lugar, propietario de una cadena de tiendas. Aparentemente, un matrimonio modelo. Todo aquí es aparente. Nada es lo que parece ser. Sabemos, desde el principio, que hay un misterio oculto, un pedazo de secreto y eso nos hace estar más atentos. El narrador se convierte en inquilino de los Cody y pasa a ocupar una habitación encima del garaje; una habitación con espléndidas vistas al interior de la casa. A partir de esa mudanza, todos los encuentros, todas las frases, se cargan de amenaza, de doble sentido. Me olvidaba decir que la obra está dedicada a Pinter. Es el Pinter de The collection y de Old Times, por descontado. La historia de un triángulo. Interracial, en este caso, para darle color (y mordiente) al asunto. En una película de Fritz Lang, Cody hubiera sido Robert Ryan. Pero Cody es negro. Y no es precisamente Denzel Washington. Labute parece negarse a que un negro tenga que ser siempre, en aras de la corrección, el bueno de la historia. Dicho de otra manera: que puede ser tan bueno o tan malo como cualquier otro. Labute no se queda ahí y hace que su simpático narrador eleve a concepto una palabra prohibida: nigger. Para el personaje de Ben Chaplin, que tampoco es ningún santito ni está libre de tendencias racistas, la diferencia entre un nigger y the regular black people está en que el primero culpa al racismo de todas sus frustraciones. Lo más interesante de This Is How It Goes es, como decía al principio, el modo en que Labute reparte el juego, haciéndonos ver la complejidad de sus personajes más allá de colores y arquetipos y, sobre todo, jugando constantemente con nuestras "conclusiones provisionales" a través de ese narrador que quizá no debió abandonar la abogacía. Mi única pega es un exceso de astucias en el departamento estructural: demasiadas cartas bajo la manga, demasiadas revueltas y sorpresas. Labute está creciendo a zancadas, pero aún no ha puesto coto a su eterna tentación de lucirse, de demostrar que es más listo que Lepe, y acaba fatigando un poco. Pero vaya si lo es el puñetero. Aquí sigue habiendo muchísimo talento, muchísima tela que cortar y muchísima verdad: no había escuchado unos diálogos tan poderosos desde la tercera temporada de Six Feet Under. La fluidez narrativa es deslumbrante, con sus continuos deslizamientos del monólogo a las escenas del matrimonio y el trío, que brotan en el mismo espacio, con apenas un cambio de luz y un mínimo atrezzo. Los actores y la dirección son de un altísimo nivel: noventa minutos sin pausa, con una constante sensación de peligro tras la superficie lustrada y las réplicas humorísticas. La comadreja bajo el mueble bar, como pedía el maestro Pinter. O, en este caso, bajo la barbacoa de un jardín teóricamente perfecto.

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