Rojo y negro

Veinte años llevaba Milva sin presentarse en Madrid. Veinte hace que la diva italiana cantó en el teatro María Guerrero un repertorio de canciones de Brecht. Ahora traía en su voz intensa y oscura la música de Astor Piazzolla. Y se merecía algo mejor que actuar en un auditorio casi desierto. Una situación lamentable que tiene mucho que ver con la música que programan, o mejor dicho, no programan en España, emisoras de radio y televisiones. ¿Dónde escuchar hoy a Piazzolla? ¿Cómo poder oír algún día a Milva?

"Milva, ésa sí que es formidable", contestó Astor Piazzolla cuando le preguntaron quién era la mujer que mejor cantaba sus obras. Conviene recordar que al maestro nunca le gustaron demasiado las cantantes. Lo que él amaba de veras eran los violines, chelos, saxos de Gerry Mulligan, Gidon Kremer, Kronos Quartet o Gary Burton.

La presentó la escritora Cristina Peri Rossi, que, en el programa de mano, había escrito que Milva "se mueve en escena con la sensualidad magnética de una pantera". Su voz se dejó oír desde el fondo del escenario. Toda de negro, y con esa larguísima cabellera rojiza que le valió su apodo de La rossa, Milva se fue acercando lentamente al público. Era la bellísima Balada para mi muerte, letra del poeta Horacio Ferrer, que ella interpretó en italiano. Porque no sólo canta, interpreta, como aquella joven salida del Festival de San Remo y la canción melódica aprendió a hacerlo de la mano de Strehler a partir de 1965.

Plenitud

Piazzolla en francés -letras de Maxime le Forestier (Années de solitude), David McNeil (J'oublie) y Jean-Claude Carrière (Che tango che)- por petición expresa de Peter Brook, cuando Milva y el argentino con su fabuloso quinteto ocuparon durante un mes de 1984 el teatro parisiense de Les Bouffes du Nord. Hizo una versión soberbia de la Balada para un loco persiguiendo a una luna imaginaria y un Libertango cercano a la versión grabada por Grace Jones.

Volvió al escenario vestida de rojo sangre -comentó que la música argentina parece tener dos colores, negro y rojo- y se convirtió en María, la María de Buenos Aires, operita que Piazzolla y Ferrer imaginaron como homenaje a su ciudad. Recuerdo de un tiempo de dureza y plenitud, en la afiebrada claridad del verano austral de 1968, escribió el poeta.

Unos magníficos Tangoseis recrearon con autoridad la extraordinaria música del genio: Verano porteño, Milonga del ángel, Muerte del ángel, Michelangelo 70 o ese estremecedor Adiós Nonino, que Astor Pantaleón Piazzolla compuso a la muerte de su padre.