El PP necesario
Hubo que formar aquella Agrupación al Servicio de la República a base del doctor Marañón, de don José Ortega y Gasset y de tantos otros próceres y ahora es inaplazable crear otra Agrupación al Servicio del PP necesario. Porque el país necesita caminar sobre dos ruedas. El principal partido de la oposición, el único que junto al Partido Socialista, ahora en el Gobierno, está desplegado en todo el territorio, debe reunir las condiciones precisas para ser alternativa. Sin alternativa creíble, con un PP echado al monte del fanatismo, la vida política queda instalada en la anormalidad. Semejante situación favorece a quienes gobiernan y les hace sentirse perdurables pero degrada la convivencia y estrecha hasta la angustia el margen para la saludable disidencia.
En su libro Mi visión del mundo (Colección Metatemas de Tusquets Editores. Barcelona, 2005), Albert Einstein escribe que nunca creyó que la satisfacción o la felicidad fueran fines absolutos y añade que esa convicción era para él un principio ético que solía llamar el Ideal de la Piara. Conviene, pues, precaverse contra la sed de absoluto de la que deriva tanto la excelencia mística como los desastres fanáticos. Porque estamos advertidos por Rafael Sánchez Ferlosio de que es un error pensar que hacen falta muy malos sentimientos para aceptar o perpetrar los hechos más sañudos, cuando sólo basta el convencimiento de tener razón. Aún más, concluye nuestro autor, acaso nunca el sentimiento haya sabido ser tan inhumano como puede llegarlo a ser la convicción.
Es precisa, pues, una convocatoria cívica de gran alcance para reconvertir el PP imposible e impulsar el PP necesario porque es ahí donde nos la jugamos todos, ahora y después de los comicios gallegos del próximo domingo, día 19. Pero al mismo tiempo que este llamamiento a la ciudadanía debe señalarse la responsabilidad del Gobierno. Porque quien ocupa el poder tiene una notable capacidad de inducción sobre la clase de oposición que recibe. Es el Gobierno quien en buena proporción marca el tono de la dialéctica en la discusión de los asuntos públicos y ambienta el debate. Su posición institucional le debe llevar a preocuparse no sólo de sus propios intereses, por muy legítimos que sean, sino que ha de sentirse incumbido por la preservación del sistema democrático. Por eso, al presidente José Luis Zapatero corresponde, como en determinados momentos supieron hacer sus predecesores Adolfo Suárez y Felipe González, inducir unos comportamientos de la oposición que la legitimen para disputarle de manera verosímil la victoria electoral.
Quien en cada momento figure como inquilino de La Moncloa debería vacunarse contra la adulación de los asesores y abstenerse de esas proyecciones interesadas que apuestan por el logro de la propia perennidad sobre la base de una oposición irracional instalada en el imposible. Porque semejante proceder tal vez pudiera favorecer la perspectiva de la reválida para una segunda legislatura pero lo haría al precio de graves deterioros de la convivencia que ya empiezan a aflorar. No sería aceptable que el presidente viviera en el orgullo del propio talante si al mismo tiempo anduviera gozándose en esa exacerbación del PP, que a todas luces le enajena la opción de la victoria y priva a los de a pie del saludable ejercicio de la crítica por el temor a ser tergiversados en un medio ambiente impregnado de maximalismo.
Por ejemplo, el tándem Jota Pedro-Federico, que funge como el máximo emisor de doctrina, la referencia obligada, el prescriptor de los comportamientos del Partido Popular de estos días, debería dejar de ser considerado un gozo por los dispuestos a lucrarse con el desastre ajeno. Tampoco debería ser visto como una prenda de continuidad por algunos del equipo de La Moncloa. Nunca debiera prevalecer aquí el cuanto peor, mejor. Adolfo Suárez ayudó a Felipe González cuando su dimisión en 1979 de la secretaría general del PSOE, tras la derrota en el 28º Congreso de la resolución donde se intentaba suprimir la definición marxista del partido. A Mariano Rajoy le toca ahora impulsar el PP necesario. Para ello debería contar también con todos los apoyos. Si renunciara, siempre le quedaría Santa Pola.
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