La mar herida
Los humanos somos seres extraños; cuando nos marchamos de los lugares llevamos en nuestra mente una imagen, imagen que se corresponde con una realidad de lugares, personas, olores y sentimientos. Los exiliados intentamos conservar todos esos recuerdos lo más frescos posible, los alimentamos día a día e incluso vemos con ojos diferentes lo que en otros tiempos nos gustaba menos. Mi imagen de Almería siempre fue la de una tierra y la de unas personas que vivían de cara a la mar y miraban hacia la luz.
Sin embargo, la realidad, como siempre, pudo al sueño. A mí me despertó el plástico empujándole al agua, queriendo llevar nuestras orillas hasta tierras africanas, vaciar la mar... Me despertó la asfixia que produce una inmensa lona de plástico rodeando pueblos y montañas, impidiendo que más allá crezca nada. Sólo la especulación y la banca han podido convivir en el mismo lugar.
Parece como si los seres humanos, en ese juego extraño de la economía, fuésemos lo único artificial. Estábamos allí, en aquel lugar, no teníamos otra posibilidad, nos condenaron al plástico. O eso o seguir emigrando, regando el mundo con nuestros hombres y mujeres.
En esos lugares donde hemos estado, hemos visto ciudades industriales dejar de serlo y de cuyas fábricas sólo quedan chimeneas gigantes de ladrillo que nosotros mismos construimos y que han permanecido en pie en medio de barrios residenciales como testigos mudos de lo que fueron. ¿Y si ése también fuera nuestro futuro, un desierto de invernaderos bajo el que ya no se fabrique nada?
La mar está herida porque nosotros le volvimos la espalda, y tengo la sensación de que con ello dejamos de ser nosotros mismos.
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