La Irlanda de 'El hombre tranquilo'
Cinco secuencias al oeste de la gran isla verde con Galway como epicentro
John Ford quería filmar una comedia nostálgica y acabó haciendo una película del Oeste. Pero en el oeste de Irlanda. En Connacht, una región con corazón de roca y paisajes brumosos, en la que viven hombres tranquilos que charlan en gaélico mientras beben cerveza negra. En su capital, Galway, habita una particular bohemia a la irlandesa, que convive con el arraigado catolicismo y con el milagro económico que ha experimentado la isla en las últimas décadas.
1 Galway
Al noroeste de Galway está el parque nacional de Connemara, una vasta región de montes, lagos y praderas que responde como ninguna otra parte de la isla al estereotipo paisajístico de la Irlanda verde, brumosa y poética cuyos habitantes viven en 'cottages' (cabañas), charlan y beben hasta terminar a golpes o cantando en el 'pub'
Connemara es un recuerdo, es la añoranza de los emigrantes desde el otro lado del Atlántico, centralita de inaudibles ecos transoceánicos. Marconi lo sabía, y por eso instaló en Clifden la primera estación para el intercambio de mensajes de telegrafía sin hilos entre Europa y Estados Unidos a principios del siglo XX
Toda visita a Galway empieza por Shop Street, la arteria principal de la ciudad que une su corazón, Eyre Square, con los pulmones: la desembocadura del río Corrib. Por la calle de las tiendas es continuo el flujo de transeúntes entregados a la cultura del consumo de la nueva Irlanda. Éste es el país con mayor crecimiento económico de Europa, lejos ya de aquella isla de pobreza y emigración que desapareció hace apenas dos décadas. Como oposición al desenfreno comprador, buen número de músicos, malabaristas, titiriteros y demás buscavidas rompen la pulcritud comercial de la vía a cada paso. Cada mes de julio se celebra, desde 1978, el famoso festival de las artes de Galway, que se desarrolla en las calles de la ciudad. Este año la cita será entre los días 11 y 24 de julio.
A mitad de Shop Street está Lynch Castle, palacio urbano edificado por la más importante de las 14 tribus (ricas familias de mercaderes) que rigieron los destinos de Galway durante los siglos XV y XVI, cuando ésta era centro del comercio marítimo de vino español. Así se las gastaban: según la leyenda, el alcalde James Lynch colgó a su hijo Walter de una ventana medieval en Market Street por haber asesinado a Gómez, un visitante español. Se supone que esta cruel historia origina el verbo linchar (to lynch). Un curioso apunte genealógico sobre este apellido: la sangre revolucionaria irlandesa corría por las venas de Ernesto Che Guevara de la Serna y Lynch, cuyos antepasados paternos eran de Galway.
Un predicador negro clama por nuestras almas sobre un taburete en el cruce de la Shop con High Street, a la que sigue Quay Street, corta calle llena de pubs y restaurantes que sacan las mesas a la calle cuando la lluvia no arrecia. Aquí está The Front Door, del que los galwayanos dicen que sirve la mejor Guinness de la ciudad.
Quay Street desemboca en el muelle de Claddagh, ante el río Corrib, cuyas aguas bajan a una velocidad vertiginosa bajo la mirada del Spanish Arch, arco de finales del siglo XVI que simboliza la antiguamente fructífera relación comercial con los españoles, que últimamente han vuelto a Galway: una auténtica colonia española, en su mayoría estudiantes de inglés, reside aquí.
Al otro lado del estuario, dos viejos dan de comer a los cisnes. Algo más allá se agita el Atlántico. Siguiendo un par de kilómetros de playas de arena fina se llega a Salthill, pueblecito de veraneo irlandés. Una leyenda local dice que en agosto, cuando hace más de 20 grados, la gente se baña.
A este lado del río, uno se puede tomar un café en el Banana Phoblacht, local con decoración hippy y extensa carta de tés en el que personajes de aspecto excéntrico y universitarios charlan sobre arte. La universidad (creada en 1345) y la moderna catedral están en la parte alta del núcleo urbano, a la que se puede acceder desde el centro siguiendo el río.
De vuelta al centro espera Saint Nicholas Church, iglesia construida en 1320 en la que se dice que Colón se detuvo a rezar 15 años antes de emprender el viaje del Descubrimiento. Las misas son aún hoy multitudinarias en el que posiblemente sea el país más católico de Europa.
Con la llegada de la noche, los pubs se convierten en templos y lugares de reunión. Beberse una Guinness, cerveza oscura, turbia y cremosa, es más que un acto social: es la expresión concreta de un carácter, de una forma de vida. Las puertas de los bares están custodiadas por grupos de fumadores, que soportan el frío para echar ese cigarrito que desde hace un año no pueden consumir dentro.
La noche es de los estudiantes, buena parte de la población de la ciudad. En The Blue Note suenan jazz, funky o reggae, y en el vecino Massimo, salsa. Poco más allá está el Roisin Dubh, en el que suenan desde un concierto de percusión africana hasta uno de chanson francesa. Y el Crane, en el que se dan cita curtidos irlandeses con barba y gorra marinera, que cantan a coro sobre música de acordeón, banjo y gaita melancólicas canciones tradicionales.
Llegada la medianoche, las calles se llenan de nuevo: han cerrado los pubs y sólo los night clubs permanecen abiertos. The Living Room, el más popular, es escenario de habituales excesos alcohólicos. El GPO, el Central Park o el Cuba, el más recomendable de los tres, satisfacen las ansias discotequeras del respetable.
A las dos y media la noche se acaba de pronto: jóvenes que caminan dando tumbos hacia los locales de comida rápida que siguen abiertos, músicos conscientes de que a esta hora de la madrugada y con unas cuantas pintas en el cuerpo los bolsillos son más generosos, y las luces de esta particular bohemia que se apagan hasta el día siguiente.
2 Los acantilados de Moher
Alquilando un coche o contratando un viaje organizado en autobús desde Galway, se puede visitar esta espectacular muralla de roca que se eleva más de 200 metros sobre el océano. Los acantilados son un auténtico monumento a la verticalidad. Sus inmensas paredes son casi planas, como si un pedazo de costa hubiera sido cortado con un gigantesco cuchillo de sierra.
Un muro de apenas un metro y un cartel advierten, sin demasiada convicción, del riesgo de acercarse al borde del acantilado, actividad que puede ser de alto riesgo un día de viento. Nadie hace demasiado caso al consejo, a pesar de que aquí se han registrado varias muertes por caídas accidentales. Pero el vértigo, que como escribió Kundera no es miedo a caer, sino miedo al propio deseo de lanzarse, es atractivo, y el corazón se acelera cuando uno se asoma al vacío y contempla, muy abajo, el Atlántico.
De vuelta a Galway, merece la pena admirar el singular paisaje de la región de The Burren, un yermo paraje de kilómetros y kilómetros de roca caliza, o visitar alguno de los dólmenes levantados por civilizaciones prehistóricas.
3 Connemara
Al noroeste de Galway está el parque nacional de Connemara, una vasta región de 2.000 hectáreas de pequeños montes, lagos y praderas que responde como ninguna otra parte de la isla al estereotipo paisajístico que principalmente el cine norteamericano se ha encargado de crear: la Irlanda verde, brumosa y poética cuyos habitantes viven en cottages (cabañas), charlan y beben hasta terminar a golpes o cantando en el pub. La Irlanda en la que Clint Eastwood quiere envejecer junto a Hilary Swank en la oscarizada La chica del millón de dólares. Pero, sobre todo, la Irlanda en la que John Wayne corteja a la indomable pelirroja Maureen O'Hara en El hombre tranquilo, el inolvidable desliz nostálgico de John Ford.
El destino predilecto del cinéfilo será Cong, el entrañable Inisfree de la película, donde se puede visitar una reproducción del cottage de Wayne en el filme o tomar algo en la cafetería The Quiet Man (título original de la película de 1952). Una vez aquí, merece la pena visitar Cong Abbey, iglesia del siglo VII que ha sufrido distintas reconstrucciones a lo largo de su historia, y dar un paseo junto al río hasta el castillo de Ashford, en el que residió la familia Guinness, en la actualidad hotel de lujo.
Desde Galway se puede recorrer en coche el camino de Salthill por la costa. A unos 40 minutos se encuentra Coral Beach, una playa a simple vista del montón, pero cuyo secreto se revela agarrando un puñado de arena: en realidad se trata de pequeños fragmentos de coral.
Conduciendo hacia Clifden, los parajes por los que discurre la estrecha carretera se van tiñendo de colores moribundos. Bajo los rojos, verdes y amarillos decadentes de la vegetación se oculta el corazón de roca de la isla, que mata la tierra y la deja estéril. Lo que unos kilómetros más allá eran pequeños lagos, ahora son charcas y cenagales, y una pequeña neblina invade un áspero y extraño paisaje marciano que tiene una belleza fantasmal. Connemara es un recuerdo, es la añoranza de los emigrantes desde el otro lado del Atlántico, centralita de inaudibles ecos transoceánicos. Marconi lo sabía, y por eso instaló en Clifden la primera estación para el intercambio de mensajes de telegrafía sin hilos entre Europa y Estados Unidos a principios del siglo XX.
Clifden, ciudad más importante de Connemara, no es sino un pequeño pueblo pesquero situado al pie de la cordillera de los Doce Alfileres (Twelve Pins). En agosto se celebra el Pony Show, un festival que gira alrededor de una especie de caballo autóctona de la región.
Después de recorrer la Carretera del Cielo (Sky Road), la siguiente parada será Kylemore Abbey.
4 La abadía de Kylemore
Cobijado bajo la sombra de un pequeño monte se alza este castillo neogótico que parece se hubiera construido para aparecer en postales: los frondosos árboles que lo rodean y el lago Kylemore, espejo en el que se refleja la abadía, forman un excepcional blanco para los objetivos fotográficos.
Kylemore Abbey fue edificada entre 1867 y 1871 por Mitchell Henry, un adinerado empresario textil inglés y diputado por Galway en el Parlamento de Irlanda. Tras varios cambios de propietarios, la originaria mansión ha terminado convertida en convento monástico y atracción turística.
Un grupo de adolescentes uniformadas se ocultan entre la vegetación para fumar un cigarrillo: un momento de respiro en su internado en la abadía, que fue comprada en 1920 por las monjas benedictinas de Irlanda, quienes instalaron una prestigiosa escuela internacional femenina.
En el interior se exponen varias habitaciones con suntuosa decoración victoriana y se narra en carteles la historia del edificio. La visita concluye con una explicación sobre la vida monjil con el siguiente epílogo: si alguna interesada quiere información sobre cómo unirse a la comunidad, debe preguntar en recepción por la madre superiora.
5 Las islas de Aran
Inis Mór, Inis Meán e Inis Oírr (literalmente, en gaélico, isla grande, central y oriental) son el último rincón de tierra firme en el Atlántico, refugio aislado durante siglos de tradiciones católicas y de un modo de vida ligado al océano. Apenas 1.400 personas habitan este archipiélago en el que, según una imaginativa hipótesis sobre el origen de los fuertes de Inis Mór, los habitantes de la Atlántida se refugiaron cuando se hundió el continente perdido.
Desde Rossaveal sale dos veces al día un ferry hacia la más grande y atractiva de las islas. Varias empresas de turismo fletan autobuses desde Galway que combinan con la salida del barco. Tras una hora surcando el océano se recala en el puerto en el que arqueólogos, etnólogos, pintores o escritores tomaron tierra hace un siglo con el objeto, gracias al vapor inaugurado en 1891, de descubrir este pedazo de tierra hasta entonces olvidado por Europa.
Una buena forma de recorrer la isla es alquilando una bicicleta. Siguiendo la costa norte desde Kilronan (principal núcleo urbano) sorprende el extraño paisaje de miles de muros de piedra que cercan parcelas de apenas dos metros cuadrados en las que sólo hay hierba, como si la única ocupación de los isleños durante décadas hubiera sido separar unos de otros minúsculos trozos de tierra vacía.
Más allá de Teampall Chiaráin, pequeña iglesia en ruinas del siglo XII, la carretera pasa por una playa en la que se puede contemplar una colonia de focas, curioso espectáculo para cuyo disfrute hay que imitar las costumbres madrugadoras de estos animales: sólo se dejan ver aquí de ocho a nueve de la mañana aproximadamente.
Pasada la bonita playa de Kilmurvey hay un desvío hacia Dún Aonghasa, el más impresionante de los cuatro fuertes de la edad del bronce o del hierro (su origen sigue siendo hoy indeterminado) que tal vez los atlantes edificaron en Inis Mór. Tras un camino escarpado se alza esta espectacular construcción circular desde la que se domina la rocosa orografía de la isla y se mira de cara al Atlántico. Al otro lado está la otra Irlanda: la de los millones de hombres y mujeres que huyeron del hambre y la muerte, pero que, como John Ford, nunca olvidaron su Innisfree, la isla libre.
GUÍA PRÁCTICA
Datos básicos- Prefijo telefónico: Galway, 00 353 91; Clifden (Connemara), 00 353 95; Islas de Aran, 00 353 99.- Población: el condado de Galway tiene alrededor de 132.000 habitantes, unos 65.000 en la ciudad de Galway.Cómo ir- Aer Lingus (www.aerlingus.com; 915 47 27 51). Desde Madrid, Barcelona, Alicante, Bilbao, Gran Canaria, Lanzarote, Tenerife, Málaga, Sevilla y Valencia hasta Dublín, o desde Barcelona o Alicante hasta Cork, hay ofertas en la web desde 44 euros por trayecto más tasas.- Ryan Air (www.ryanair.com; 807 22 00 32). Vuela de Girona, Reus, Málaga y Murcia a Dublín, desde 29,99 más tasas el trayecto.- Aer Arann (www.aerarann.com). Pequeña compañía que vuela desde Dublín a Galway cuatro veces al día a un precio entre 30 y 40 euros. También vuela desde Londres-Luton a Galway por precios similares. El vuelo de Dublín a Galway dura 45 minutos.- Autobús y tren: tres compañías cubren varias veces al día el trayecto entre Dublín y Galway: la estatal Bus Eireann (www.buseireann.ie; 16 euros ida y vuelta), y las privadas Citylink (www.citylink.ie; con servicio directo desde el aeropuerto de Dublín a Galway, 17 el trayecto) y BusNestor (www.busnestor.galway.net; también del aeropuerto de Dublín, 15 euros). El viaje dura unas tres horas y media.- El trayecto Dublín-Galway en tren (www.irishrail.ie) cuesta 35 ida y vuelta; un poco menos de tres horas.Dormir- Brennan's Yard Hotel (56 88 66). Lower Merchants Road. Galway. Habitación doble, de 130 a 190 euros.- Park House Hotel (56 49 24). Forsters Street, Eyre Square, Galway. La doble, entre 110 y 175 euros.- Lynburgh Bed and Breakfast (58 15 55). Whitestrand Road, Galway. Habitación doble, 60 euros.- Foylee's (www.foylehotel.com; 218 01). Main Street. Clifden. 140 euros.- Claí Ban (611 11). Kilronan. Inis Mór (Aran Islands). 60 euros la doble.Comer- The Quays (56 83 47). Quay Street. Galway. Carnes, pescados y marisco. Platos principales, de 10 a 12 euros.- Couch Potatas (56 16 64). Upper Abbeygate Street. Galway. Patatas asadas rellenas con todo tipo de condimentos. De 8 a 10 euros el plato.- Kirwan's Lane Creative Cuisine (56 82 66). Kirwans's Lane. Galway. El plato principal, unos 20 euros.Información- Turismo de Irlanda en España (917 45 64 20; www.turismodeirlanda.com).- Oficinas de turismo de Galway (53 77 00; www.irelandwest.ie). Clifden (211 63) y las islas de Aran (612 63).
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