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Crítica:FESTIVAL DE HOLANDA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Inquietantes 'Wozzeck' y 'Lulu'

Amsterdam, Hamburgo: lugares portuarios. El Festival de Holanda -multidisciplinar, abierto, atrevido- ha invitado a la transgresora Staatsoper de Hamburgo a presentar en el Muziektheater de Amsterdam las dos óperas de Alban Berg -Wozzeck, Lulu-, en las producciones de 1998 y 2003 de Hamburgo dirigidas musicalmente por Ingo Metzmacher (que ahora se muda a Amsterdam) y escénicamente por Peter Konwitschny. Sabían las instituciones culturales de ambas ciudades lo que se traían entre manos. La presentación como díptico, por primera vez, de la producción completa lírico-teatral de Berg en días consecutivos, con una propuesta discutible pero coherente, ha sido tan desasosegante como esclarecedora.

A la vista de los resultados, salta a la vista la coincidencia de los criterios artísticos de Konwitschny con los análisis teóricos de Theodor W. Adorno. Señalaba el filósofo que la más profunda paradoja de Wozzeck es que "consigue la autonomía musical no ya oponiéndose a la palabra, sino obedeciéndola fielmente con el fin de salvarla". Es más, en respuesta a la sugerencia del propio Alban Berg, que recomendaba un montaje realista de esta obra para no desviar el interés de la música, Konwitschny plantea de entrada una versión casi de concierto, con los cantantes de frac, y ellas de riguroso negro, en el espacio de un cubo, con una atención fundamental al trabajo teatral y, en particular, al gesto.

Además, sube a parte de la orquesta al fondo de la escena o, en grupos de cámara -con acordeón, guitarra y saxofón-, a un lateral del patio de butacas, remarcando el protagonismo de la música en la construcción del drama. Ello sin olvidar la tragedia, que adquiere tintes de teatro clásico, y la lluvia casi permanente de dinero en papel como leitmotiv plástico que esclarece las causas de una inevitable autodestrucción.

En Lulu es el sexo el que toma el protagonismo, y antes de acomodarse en sus localidades los espectadores contemplan en las zonas de acceso maniquíes de señoras en ropa interior y, en el fondo del escenario, una simulación en directo de las cabinas callejeras para el comercio sexual.

La ópera, es decir, la vida misma. El carácter psicopatológico de la obra se subraya a cada instante en una mezcla de inconsciencia -fetichismo, necrofilia, perversidad, hasta cierto toque grotesco- en lo que se cuenta y geometría por el formalismo perfeccionista en cómo se cuenta musicalmente.

El desarrollo es perturbador, y a ello también contribuye el sensacional trabajo en todos los órdenes de Marlis Petersen (1968) como Lulu (no en vano fue proclamada mejor cantante de 2004 por este papel en la revista Opern Welt) y la dirección profunda e intensa de Metzmacher con su Filarmónica de la Ópera de Hamburgo. Ha sido un ciclo inquietante, de los que despiertan, afortunadamente, más preguntas que respuestas. No lejos del teatro, las lucecitas de color del Barrio Rojo invitan a pensar que la ópera continúa. ¿O es más bien la vida la que imita con adhesión incondicional a la ópera?

Marlis Petersen, en <i>Lulu.<i>
Marlis Petersen, en Lulu.

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