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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

'Cugi a go-go'

Jordi Soler

Visitando la Nit de l'Art en Sant Cugat, esa noche en la que las galerías de arte abren sus puertas hasta la madrugada y reparten copas de cava a quien pasa por ahí, me encontré visitando también, a causa de un folleto que recogí en la iglesia, el nombre en castellano de Sant Cugat, que como bien se sabe es Cucufate. La presencia fonética del nombre en catalán, esa emisión de voz contundente, de gama sonora amplia e inspiración felina, tiene poco que ver con ese Cucufate que nace dubitativo y tartamudo, y que al final se derrumba en la e neutral, un derrumbe tibio si se le compara con los que acontecen en o: miren ustedes con qué entereza se derrumba el nombre Cucufato.

La exitosa carrera de Xavier Cugat, ese hombre que en vida ostentaba la indiscutible medalla de haberle dado su primer empleo a Rita Hayworth, hubiera sido un desastre de haberse llamado Javier Cucufate o, respetando los nombres de su partida de nacimiento: Francisco de Asís Javier Cucufate Mingall de Bru y Deulofeo.

Xavier Cugat, 'Cugi', cambió su oficio de violinista clásico en La Habana por el de líder de orquesta latina en Nueva York

Cugat el músico, como también se sabe, cambió su oficio de violinista clásico en La Habana por el de líder de orquesta latina en Nueva York, y aquel golpe vital de timón quedó resumido en esta frase suya, que de haberse apellidado Cucufate nunca hubiera pronunciado: "Prefiero tocar Chiquita Banana y tener piscina, que interpretar a Bach y morirme de hambre".

El apodo de Cugat era Cugi, como lo rememoran sus álbumes Cugi a go-go y Chile con Cugie. Pensemos ahora en lo que sería de estas obras si el apellido de Xavier hubiera sido en castellano, por ejemplo: Cucufie a go-go o Chile con Cucufie.

Ese folleto que recogí en la iglesia se titula ¿Qué sabemos del mártir san Cucufate? La verdad es que se saben pocas cosas: que era africano y que fue decapitado precisamente en el sitio donde hoy se levantan el monasterio y su iglesia. Se dice que su cabeza reposa en la catedral de Saint-Dénis, en París, y que su nombre viene de la palabra latina cucupha, que es cofia; o cucufatus, que es encapuchado. Aquí ya podemos ir previendo lo que, en un descuido, pudo haber pasado: Cucupha a go-go y Chile con Cucufatus.

Durante la Nit de l'Art en Sant Cugat, a lo largo de la calle de Santiago Rusiñol, había unos curiosos juegos de mesa y sillas, puestos sobre unas alfombras pintadas con acuarela, que estaban construidos, o quizá nada más cubiertos, de césped, y al sentarse en ellos se tenía la sensación de estar descansando en un prado (cosa no muy innovadora porque siempre puede uno sentarse en un prado mejor que en una silla que lo parezca) con el notable añadido de unas pelotas de césped que corrían a lo largo de la calle de Santiago Rusiñol, un trío de pelotas que, pensando en un balón de fútbol que rueda por el césped, eran una verdadera subversión de la realidad, como aquella obra del surrealista Meret Oppenheim (Déjeuner en fourrure), que es un juego de café, con taza, plato y cucharilla, forrados, o quizá hechos integralmente, con la piel peluda de una vaca.

La celebración que hacían las galerías de Sant Cugat aquella noche dedicada al arte, era secundada por otros negocios, como panaderías o tiendas de adminículos deportivos, que también exhibían cuadros en sus vitrinas; una iniciativa que también era una auténtica subversión de la realidad porque en una panadería en la que había un cuadro junto a una canasta muy bien puesta de ensaimadas, la propuesta se prestaba a confusiones.

Sant Cugat era una fiesta con galerías de arte a deshoras, músicos que tocaban en la calle y esas pelotas de césped que rodaban por ahí sin que nadie las tocara, quizá por miedo a la subversión reinante, un miedo legítimo porque si pateas una pelota de césped, ¿en qué se te convierte el pie? En aquella noche de puertas abiertas la iglesia no era la excepción, y ahí era donde los visitantes se encontraban con el folleto de san Cucufate, y además con sus naves conmovedoras y su rosetón de ocho metros y el lujo de sus vitrales que a esas horas, tenuemente iluminados por un sol agónico, ofrecían un matiz distinto, con el mismo diseño pero sometido a otra jerarquía. En ese preciso momento, cuando me detenía frente a la capilla de la Reconciliación, en aquella noche de la realidad subvertida, de auténtico Cugie a go-go, mi hijo Matías, que iba conmigo, me hizo notar que el caballero del vitral, que es al parecer san Jordi, luchaba nada menos que contra Spiderman, cosa que confirmé al mirar el vitral con detenimiento. En ese momento nos quedó claro el sentido de la Nit de l?Art, esa noche donde te regalan cava en la calle y las panaderías son galerías de arte y las pelotas van forradas de césped; una noche rara que nos obligó a pensar en esta ecuación que algún día resolveremos, cuyos componentes son la cabeza decapitada de san Cugat que está en París, su cuerpo sin cabeza que está (según el folleto y suponiendo que las reliquias sean su cuerpo) en Santa Maria del Mar; Spiderman, que lucha desde el siglo XIV en su iglesia y que viene del país (que en ese siglo por cierto no existía) donde Xavier Cugat interpretaba los éxitos de sus álbumes Cugi a go-go y Chile con Cugie, sin sospechar que en un descuido, en un desplante de aquel sujeto que convirtió a Cugat en Cucufate, en lugar de Cugi podría haber sido Cucufie, Cucupha o Cucufatus.

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