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178 padres denunciaron en 2004 a sus hijos por agresiones

Las madres son las víctimas en el 87% de los casos de este tipo de violencia juvenil

Las fiscalías de menores catalanas tramitaron el año pasado 178 denuncias de padres que fueron víctimas de agresiones de sus hijos. Las madres son las principales víctimas de estas conductas en el 87% de los casos, según se desprende de una investigación que ayer presentó el Centro de Estudios Jurídicos de la Generalitat. El análisis también revela que los agresores se reparten, casi al 50%, entre menores con antecedentes y pertenecientes a familias con un perfil socioeconómico de riesgo, y chicos de núcleos familiares que responden a un patrón de aparente normalidad.

Aunque las denuncias de padres contra sus hijos son sólo el 2,9% del total de las presentadas por delitos cometidos por jóvenes, los expertos las consideran "importantes en número" y como "tendencia que analizar", explicó ayer el director del Centro de Estudios Jurídicos, Joan Xirau.

El informe constata que las denuncias de padres contra sus hijos no dejan de aumentar desde el año 2001, cuando se tramitaron 23 casos. En 2002 fueron 43, y en 2003, 63. Sin embargo, el fuerte incremento del año pasado podría deberse a la entrada en vigor, en noviembre de 2003, de la Ley Orgánica de Medidas Concretas en Materia de Seguridad Ciudadana y Violencia Doméstica, un paraguas jurídico que hizo aflorar decenas de casos.

Ante este cambio legislativo, y pese a la insistencia de la prensa al preguntar, los autores del informe no se atrevieron a afirmar ayer si el fuerte aumento de denuncias responde a un fenómeno nuevo o a la progresiva introducción de la jurisdicción penal en el ámbito familiar. "La clave del registro está en la nueva tipificación del delito y lo lógico sería que los casos se estabilizaran", afirmó la psicóloga y coautora del informe Carme Cànovas.

A falta de una serie que permita observar la evolución de las agresiones, el estudio dibuja las características de las agresiones y, sobre todo, el perfil de los menores que las perpetran. La fuente de información del análisis son entrevistas con profesionales y los expedientes judiciales de 116 menores de entre 14 y 18 años que agredieron a sus padres entre 2001 y 2003.

El análisis revela, por ejemplo, que las madres son las denunciantes del 64,7% de los casos de violencia y que presentan denuncias junto con el padre en el 10,3% de los casos. Las madres ocupan también el primer lugar en la relación de víctimas de las agresiones de los menores, con el 87,8% de los casos, un porcentaje que incluye tanto los malos tratos infligidos a ellas solas como a ellas junto con abuelos, padres o hermanos.

La no aceptación de la autoridad es el desencadenante de la mayoría de las agresiones, que en tres cuartas partes de los casos consisten en golpes -puñetazos, patadas, empujones o intentos de estrangular- y una tercera parte son insultos. En el 13,8% de los casos los menores utilizaron un cuchillo para intimidar a sus familiares.

Más chicos que chicas

Entre los agresores predominan, con el 79,3%, los chicos sobre las chicas, que son el 20,7%, una proporción habitual, explicaron los autores del informe. Sin embargo, las menores agresoras tienen actitudes diferentes a las de los chicos y éstas han sido objeto de estudio específico. Así, si bien no suelen recurrir a la violencia física, son denunciadas tras un largo periodo de agresiones verbales y psicológicas en un entorno familiar en el que la madre convive con una pareja que no es el padre de la menor. Además, las chicas son más reincidentes que los chicos.

Entre los chicos, la reincidencia en las conductas agresivas es un factor que diferencia a los dos grupos de agresores y la capacidad de su entorno para resolver el conflicto. Y es que los menores que pertenecen a entornos de riesgo -y que en algunos casos tienen antecedentes, ni estudian ni trabajan, o consumen drogas- suelen reincidir y acaban con internamientos en centros u órdenes de libertad vigilada por los jueces. En cambio, los casos de agresiones de chavales de entornos de convivencia estables, que trabajan y no consumen drogas suelen resolverse por la vía de la mediación.

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