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Columna
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Árboles

El sábado a mediodía, cuando los sevillanos se habían ido de fin de semana para refrescarse y en plena ciudad se caían las moscas de calor, fui a casa de unos amigos en Santa Clara y estaban sentados en el jardín bajo la sombra de un árbol, donde me quedé con ellos hasta las dos de la tarde, hora en la que entramos en la casa que, sin aire acondicionado, estaba muy agradable de temperatura.

El único motivo para que Santa Clara sea más fresca es la vegetación, que, si roba luz en verano, cuando los árboles están pletóricos de hojas, compensa hasta el punto de poder disfrutar del jardín y prescindir del aire acondicionado. Claro que en pisos altos es posible que apenas se note el efecto, pero si no tuviéramos el odio que le tenemos a los árboles, las urbanizaciones de casas unifamiliares que rodean a la ciudad estarían llenas de ellos. Tantos como los que se talaron para edificar las casas. ¡Qué le vamos a hacer! ¡Nos molestan tanto! Si una rama roza la ventana puede subir una rata, si no le roza quita mucha luz, y si no es de hoja perenne ensucia el suelo o la grama; así que ¡fuera árbol! Mejor la casa desnuda para que la bañe el sol como si estuviera en el desierto, barridita, limpia y, eso sí, invadida de aparatos de aire frío que no se tragan el calor sino que lo vomitan fuera. Todos encerrados en un búnker para defenderse de la temperatura que con nuestra psicosis arboricida hemos hecho subir varios grados.

En la ciudad, donde vivimos amontonados, el problema del calor es más difícil, pero los árboles tampoco importan; nos ponemos crema antisolar, desodorante, colonia, y andamos lo menos posible. Mejor si quitan los árboles para que aparquen los coches y no estropeen las aceras y se vean los edificios y no haya que podarlos ni barrer las hojas; además están enfermos y llenos de agujeros; cosa que comprendo porque se pasan la vida respirando el humo de los coches. Los pocos que quedan los podan hasta los sobacos -igual que se rapan los bebés creyendo que les va a salir el pelo más fuerte-, de manera que en verano sólo queda una bolita de sombra. El caso es que a la mayoría de los árboles no hay que podarlos nunca, pero una vez que se ha hecho no hay más remedio que cortarles las ramillas enclenques que les salen. Si no fuera porque estuve el sábado en Santa Clara podría pensar que los árboles no tienen nada que ver con el medio ambiente.

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