El limbo de los perros
Cinco galgos de un refugio de animales abandonados de Sevilla participaron en el rodaje de 'El reino de los cielos'
Boris es un galgo que ha hecho un viaje increíble. Le encontraron medio muerto, tirado entre unos contenedores de basura a las afueras de Dos Hermanas (Sevilla), con un disparo de escopeta en la cabeza. Tras curarle sus heridas durante algo más de un año, Boris fue testigo de las luchas entre cristianos y musulmanes en la Tierra Santa de 1186. Hoy vive sano y feliz en Estados Unidos.
¿Un perro resucitado y viajero del tiempo? No. Un perro ayudado por un grupo de voluntarios de la protectora de animales sevillana Uprodea-Arca. La misma con los que se pusieron en contacto los miembros del equipo de rodaje de la última película de Ridley Scott, El reino de los cielos. La película exigía que apareciesen un grupo de galgos acompañando a una de las protagonistas de la cinta, la reina Sibylla, interpretada por la actriz francesa Eva Green. Entonces, un educador de perros que trabajaba en la película y que es colaborador habitual de la asociación, consiguió que los animales apareciesen en esas escenas. Tras finalizar el rodaje, varios miembros del equipo técnico los adoptaron.
"A pesar de lo que han sufrido su actitud hacia las personas siempre es muy noble"
El jueves pasado, este periódico publicó una carta de Beatriz Sánchez-Elvira, miembro de esta protectora, en la que explicaba la historia de Boris y de los otros cuatro galgos compañeros de plató. Todos salidos, como él, del mismo refugio de la protectora.
"Entre gatos y perros hay unos 200 ejemplares, distribuidos en distintas jaulas en función de su tamaño, su sexo y su carácter", dice Beatriz, perito agrícola de 41 años. Visitar por primera vez el que fuese hogar de Boris también es como hacer un viaje. Pero a una esquina triste y oscura de la conducta humana. El de su trato a los animales.
Detrás de la mirada de cada animal se esconden historias terribles. Perros que muestran en sus cuerpos llenos de marcas el mapa de múltiples palizas. Otros que han sido entrenados para pelear y arrastran las consecuencias no sólo en sus cicatrices sino en su conducta. Y algunos traumatizados por un trato brutal que muestran un miedo casi constante.
La veintena de voluntarios que trabajan en las instalaciones de Uprodea-Arca, que se fundó en 1989, tratan de devolver la dignidad de estos animales con sus cuidados y su cariño. "Nos distribuimos en turnos de cuatro días a la semana. Trabajamos en limpieza, alimentación, curas y mero mantenimiento. Como sacar todos los días a los perros para que corran", dice Beatriz. Además de los voluntarios -jóvenes y mayores, tanto estudiantes como profesionales y trabajadores- hay otros 200 socios que pagan una cuota mensual de entre 3 y 10 euros. "Lo cierto es que no nos llega para cubrir todos los gastos, pero recibimos ayudas a proyectos concretos del Ayuntamiento de Dos Hermanas o contamos con un par de veterinarios que nos hacen precios especiales para las numerosas operaciones que se suelen realizar", dice Rosa Herrera, otra de las cooperantes de la asociación.
Los animales reciben a quien se acerca a ellos con un batir de colas y una lluvia de ladridos, cada vez que se acerca a una de las amplias jaulas donde conviven tres o cuatro perros. Sus hocicos se asoman buscando una caricia. "A pesar de lo que han sufrido su actitud hacia las personas es siempre muy noble. Sólo quieren cariño", dice Beatriz.
Todos viven lejos del infierno del que vienen, pero están a la espera de una adopción. En ese limbo, el refugio es su hogar. "Todas las semanas más o menos, uno o dos son adoptados", dice Beatriz. "Con esa persona firmamos un contrato por el que realizamos un seguimiento de los cuidados del animal durante un tiempo. Si el trato no es el adecuado, nos reservamos el derecho de recogerlo". Porque la experiencia ha enseñado a estos voluntarios que la solución entraña también sus riesgos.
Lo sabe bien Gollum, un perro snauzer gigante que tras su paso por la protectora tuvo la mala suerte de caer en manos de un dueño que le mantuvo en unas condiciones "deplorables", recuerda Rosa Herrera. Gollum vivió en un bidón de metal tirado en el suelo hasta que finalmente parece que fue nuevamente abandonado. La protectora volvió a hacerse cargo de él y el dueño les denunció. "Pero hemos ganado el juicio", exclama contenta Rosa.
Un caso de tolerancia cero es el de los galgos y los podencos. No se dan en adopción en España, a menos que la persona se de "extrema confianza". El resultado del trato que algunos cazadores han inflingido sobre los animales que allí viven ha llevado a la protectora a tomar esa determinación tan drástica. Por eso Gandhi se va a Alemania. "Este galgo canela llegó con una desnutrición increíble y con los huesos de la cadera casi al aire por los golpes", recuerda Beatriz. Hoy luce un pelo brillante y se acerca con movimientos elegantes a cualquier persona que le visite.
Más información en www.arca.sitio.net o en arca@inicia.es o en el teléfono 654949759
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