Guapos toros tristes
La tarde fue para el olvido. No queda nada en la retina. Bueno, no es verdad. Queda en el alma la profunda tristeza que producen los inválidos, mansos, descastados y, a la vez, hermosos y guapos toros de Pablo Romero, ahora del Partido de Resina. Queda la preciosa estampa del segundo al salir de chiqueros. La imagen de ese toro a galope hacia el primer burladero, con la cabeza alta y la mirada altiva y desafiante, era de una belleza inquietante e irrepetible. Qué pena que la emoción fuera tan efímera. Ese mismo animal de postal y sus hermanos se tornaban enfermizos, inválidos y amorfos a los pocos minutos, si no rodaban por la arena para vergüenza de su estirpe. Hasta tres volvieron a los corrales en una tarde infame para esta legendaria divisa. No levanta cabeza este hierro, famoso en tiempos pasados, pero sumido ahora en la más profunda sima de la falta de casta. Sopor y pena es lo que queda de la lidia de estos toros irrespetuosos con su propio linaje.
Partido de Resina / Sánchez, Puerto, El Califa
Toros de Partido de Resina, 1º, 3º y 5º, devueltos por inválidos, bien presentados, mansos, inválidos y descastados. Los dos primeros sobreros de Puerto Frontino, mansos y deslucidos; el 3º, de S. Escobar, manso integral. Manolo Sánchez: pinchazo y bajonazo en los costillares (silencio); dos pinchazos, media y dos descabellos (pitos). Víctor Puerto: bajonazo en los costillares -aviso- (pitos); media baja y un descabello (silencio). El Califa: estocada -aviso- y un descabello (ovación); tres pinchazos -aviso-, un pinchazo, estocada y un descabello (silencio). Plaza de las Ventas, 1 de junio. 16ª corrida de feria. Lleno.
Pero en la espesura de la aburrida tarde hubo también dos puntos negros tan impropios de un matador de toros como difíciles de olvidar. Manolo Sánchez y Víctor Puerto propiciaron a sus respectivos primeros toros sendos bajonazos de escándalo en los costillares que dejaron en entredicho su personalidad. No es admisible que un torero que intenta abrirse camino como el primero se eche fuera de manera tan descarada y busque los bajos con afinada puntería. Eso no es matar, sino masacrar. Si no está uno para vestirse de torero porque el corazón no aguanta es más digno quedarse en casa que exponerse al ridículo. Aquí no se puede venir a ganar el sueldo. Esto es otra cosa. Y algo parecido le ocurrió a Víctor Puerto en el suyo, que lució unas astifinas defensas, lo cual no es justificación, porque lo que suelen tener los toros son cuernos y dignidad es lo que le debe sobrar al torero. Mal, muy mal, ambos señores vestidos de luces que echaron un negro borrón en sus respectivas carreras.
Por cierto, El Califa, en su primero, se echó encima del morrillo y consiguió una estocada a ley cuya perfecta ejecución fue reconocida por todos. Es ésta la línea que define y separa a los toreros de los otros. Bien es verdad que ninguno de los tres toros dio opción alguna al lucimiento. Mansos y deslucidos, no permitieron, si quiera, la justificación de sus matadores. Más envalentonado El Califa, se ganó una voltereta sin consecuencias y llegó a robar unos naturales estimables.
Tampoco tuvo oportunidad Sánchez en el cuarto, que pasó más inadvertido porque durante su lidia cayó un aguacero y la gente aprovechó la escasez de recursos del diestro para resguardarse de la lluvia. Un manso total salió en quinto lugar; huyó de los capotes y del caballo como de su sombra y creó el desconcierto en el ruedo. Muleta en mano, quedó claro que la voluntad de Víctor Puerto no tenía mucho sentido ante semejante oponente. El Califa libró una seria batalla con un toro dificilísimo, a sabiendas de que el éxito no sería posible. Lo intentó, con la tarde ya anochecida, tornillazo va, tornillazo viene, hasta que el público le rogó que acabara con tan feo espectáculo, lo que hizo también feamente echándose fuera.
Babelia
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