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'Hierro 3'

Hace cosa de un mes tuve la fortuna de ver una sugerente película coreana cuyo título era el de este artículo. La verdad es que entré en la sala guiado por la buena calificación de La Turia y sin la menor idea del argumento. Lo cual demuestra mi absoluto desconocimiento del noble deporte del golf a pesar de haber seguido con interés alguna que otra retransmisión deportiva que ilustraba la belleza y dificultad del susodicho deporte. Así y todo, lo de Hierro 3 era para mí un misterio. Deduzco que se trata de uno de los múltiples palos que se utilizan a la vista de la habilidad que demostraba el protagonista en convertir hierro y pelota en arma contundente.

El golf se ha puesto de rabiosa actualidad gracias a las "urbanizaciones con campo de golf incluido" que proliferan por doquier en nuestra castigada geografía. Y es esta simbiosis la que, en aras de la claridad, conviene romper. A ver si, con un poco de suerte, damos al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Para empezar, quizá no esté de más aclarar que ni el que suscribe ni la mayoría de los que se oponen a la multiplicación de las "urbanizaciones con campo de golf" tenemos nada en contra de esta práctica deportiva. Si es verdad, como leí recientemente, que el número de aficionados federados crece continuamente y que hay una escasez de instalaciones, me parece lógico que se afronte el problema y se analice y discuta si estas nuevas instalaciones deben de ser de inversión pública o privada, qué zonas son las más idóneas, etc... Pas de problème. No creo que el consumo de agua -en principio parece que la reciclada no plantea problemas- sea un obstáculo serio. Incluso es posible que el uso del suelo para campos de golf sea en ocasiones más rentable y eficiente que el uso agrícola. El incremento de regadíos para cultivar productos excedentarios y de problemática rentabilidad es práctica tan habitual como irracional. Reducir -con mesura- la superficie cultivada y traducir dicha reducción en más superficies boscosas y en otros usos alternativos (no necesariamente cemento) no es una propuesta espúrea.

Por tanto, las cosas claras y el chocolate oscuro. Aquí nadie está empecinado en ningún tipo de cruzada "antigolf". Sería, simplemente, estúpido y, a fuer de sincero, no me gustaría que me encasillaran en ese colectivo. Pero tampoco es de recibo que, aprovechando la buena predisposición a hablar del tema, le den a uno gato por liebre. Si hablamos de territorio y política deportiva es una cosa y si tenemos que valorar las "urbanizaciones con campo de golf" hay otras razones y criterios a esgrimir. La "moda" de los campos de golf es indisociable de una política de marketing de los promotores. El campo de golf, al mejorar la calidad paisajística, "facilita" la venta del producto principal y permite precios más ventajosos y tasas de beneficio superiores. Por tanto, el campo de golf es un atractivo adicional más eficaz que otros posibles "regalos" al comprador. Además, también facilita la buena acogida de los proyectos de nuevas urbanizaciones por parte de los Ayuntamientos y es a su vez una estrategia adecuada para conseguir recalificaciones de suelo muy jugosas (de 4 euros el metro cuadrado en uso agrícola a parcelas en las que son frecuentes precios de 200 a 300 euros el metro cuadrado).

O sea que el tema no son los campos de golf sino las urbanizaciones de baja densidad como elemento estructurante del territorio. Si es así, conviene no coger el rábano por las hojas y centrar la discusión en si este modo -muy generalizado- de ocupar el territorio presenta más beneficios que costes desde la perspectiva del conjunto de la sociedad. No se trata de si hay o no demanda. La combinación de una marcada especialización turística y de una elevada rentabilidad de la inversión inmobiliaria hace que esta demanda exista y que se mantenga firme. Pero ello no "obliga" a atenderla si la inexistente y perentoria contabilidad social aconseja no hacerlo.

Es ésta una cuestión delicada en la que importa y mucho poner todas las cartas encima de la mesa. Nadie dudará que el desarrollo de las urbanizaciones es un segmento importante para el sector inmobiliario y que cualquier interferencia pública corre el riesgo de ser calificada de política arbitraria y nefasta al limitar el desarrollo de un sector -el de la construcción- que genera empleo directo e indirecto y al que, al parecer, le debemos buena parte de la relativa bonanza económica. Esta línea de defensa no tiene nada que envidiar a la línea Maginot y sólo puede flanquearse con argumentos sólidos y exentos de demagogia. ¿Existen? Por supuesto. El problema es que invertimos muy poco esfuerzo en estudiar y cuantificar los costes sociales que está generando la vertiginosa expansión de las urbanizaciones de baja densidad en la costa y en el interior del País. La destrucción o degradación de espacios naturales es el más llamativo e irreversible y el más difícil de cuantificar. Pero hay otros costes que no suelen salir a la palestra: el abastecimiento y depuración de aguas, la recogida y tratamiento de residuos, el incremento de la motorización privada, el coste de los servicios públicos que hay que prestar a los "nuevos" vecinos... No estamos hablando de cifras de población irrelevantes. Si nuestros gobernantes se quejaban hace poco de que con la regularización de los inmigrantes habían "descubierto" una nueva ciudad de más de 100.000 personas a la que atender, bien podrían tomarse la molestia de sumar la población vinculada al tan deseado turismo residencial. Sólo en Mundo Ilusión hay 25.000 viviendas. Añádanse... multiplíquese por 2,5 habitantes por vivienda y el resultado por el coste social per cápita. Coste social per cápita que no es ninguna entelequia y que se puede calcular si la Consejería de Territorio y Vivienda arrima el hombro proporcionando información y financiando la investigación.

Si hacemos las cuentas bien hechas podremos hablar con conocimiento de causa y no necesitaremos tanto recurrir a la siempre arriesgada intuición. Hemos de ponernos de acuerdo sobre qué queremos ser cuando seamos mayores. Eso significa consensuar qué modelo territorial es socialmente más eficiente y, ya de paso, qué modelo socioeconómico tenemos como objetivo en el horizonte del 2015 o 2020. Solbes ha vuelto a insistir recientemente en que a medio plazo no es saludable un peso excesivo del sector de la construcción y raro es el día en el que no sale en los medios de comunicación el tema de la crisis industrial. Pero, además, tenemos un horizonte demográfico y educativo complejo y estamos condenados a sobrevivir en un mundo competitivo en el que habremos de buscar un acomodo razonable. Llegar a consensuar los objetivos de la triada territorio/ economía/ sociedad aconseja abandonar las simplificaciones tipo "California" o "Florida" y aplicar el abc del pensamiento estratégico: identificar y reforzar los puntos fuertes y minimizar el riesgo que comportan los puntos débiles.

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Ya ven Vds, del Hierro 3 al "modelo". Cosas de la vida. Ahora sólo hace falta que alguien se dé por aludido. ¿Hay alguien ahí?

Josep Sorribes es profesor de Economía Regional y Urbana de la Universidad de Valencia.

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