Más europeos
Los grandes países europeos son pequeños, y los pequeños países europeos son enanos. Los grandes países europeos dejaron de serlo después de la II Guerra Mundial. Se perdió el protagonismo entonces, el jugar de tú a tú con Estados Unidos o la URSS, como hacían Francia o el Reino Unido, con el apoyo de sus imperios. Desde la posguerra europea, los países prestigiosos del viejo continente se han ido quedando pequeños. En demografía, que cuenta tanto, y también en potencial económico, aunque ahí se han defendido mejor, sobre todo Alemania, que vive horas muy amargas, abrumada de desempleados.
En este contexto conviene mirar el mapamundi. Darse cuenta de que Europa sólo tiene futuro si está unida. Si llega a ser alguna vez, como tantos deseamos, un único estado. Una patria de ciudadanos, enemiga implacable de la barbarie identitaria. De esa enfermedad del nacionalismo que tanto dolor y destrucción ha traído a Europa y también a España. Una Europa libre de esa falacia necrófila que busca el odio y la sospecha, tal y como sucede en algunas partes de nuestro país en la hora presente. ¡Qué vergüenza!
El mundo que viene, el que ya llegó, lo marcan China, con sus 1.400 millones de habitantes; la India, con más de mil millones, EE UU, con 300, Japón, con 140 millones y toda su gran tecnología. ¿Qué puede hacer en ese panorama el Reino Unido, con menos de 60 millones? Poco más que constituirse en un apéndice de EE UU. ¿Y Francia, con sus 60 millones, e Italia, que aún no los tiene; e incluso la propia Alemania, en crisis agudísima? No hay otro camino para los europeos que fortalecer Europa. Que sentirnos cada vez más europeos, con todas las consecuencias. Borrando las fronteras nacionales, impidiendo las nuevas fronteras que urden los fundamentalismos regionales. En Francia se ha perdido una oportunidad, es cierto, pero el objetivo final sigue vivo y posible: el de una Europa Unida; el mejor camino para que los ciudadanos europeos podamos influir en la política mundial. Para que podamos vivir con ilusión y libertad nuestro tiempo.
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